Para alguien enamorado del cine como un
servidor, la muerte prematura de un actor del calibre de Robin Williams es
siempre causa de tristeza. Particularmente, siento especial predilección por
los actores capaces de alternar los papeles más dramáticos con otros
terriblemente cómicos; en la mayoría de ocasiones, estos monstruos de la escena
son capaces de encarnar la esencia de la tragicomedia en todos y cada uno de
sus gestos, algo que dota a sus papeles de un cariz especialmente real,
disfrazado a menudo de payasadas. Al fin y al cabo la vida es una sucesión de
situaciones en las que no hay un hilo conductor, donde la sorpresa y la risa,
el dolor y la angustia, se suceden y entremezclan constantemente. En el poco
tiempo transcurrido desde su muerte, he visto multitud de homenajes y alabanzas
donde se alaba especialmente su capacidad interpretativa a nivel vocal, pues
era un actor especialmente capaz de imitar voces y acentos. Pero
particularmente a mí me gustaría homenajear su mirada. Los buenos actores
hablan más por sus miradas que por sus palabras. El cine es narrar con
imágenes, nunca debemos olvidarlo; y los buenos guiones no son sólo aquellos
llenos de líneas de diálogo ingeniosas y acertadas, igual que los buenos
actores no lo son sólo cuando recitan un guión de gran calidad. El buen guión
modela un personaje, su psique. Es capaz de describir su personalidad y
emociones, y lo hace en un lenguaje que un director hábil pueda traducir a
imágenes, para lo cual se vale de un actor. Si el actor no es capaz de
interiorizar ese personaje, de meterse en su piel y transformarlo en sí mismo,
todo el proceso se puede ir al traste. Robin Williams tuvo la oportunidad de
trabajar con los más grandes, y eso no hizo sino darle alas para que el
desbordante talento que bullía en su interior saliese a borbotones, por cada
poro de su piel, impreso en cada arruga de su rostro, y reflejado en esos ojos
vidriosos que parecían reír y gritar al mismo tiempo.
Mi intención no es sólo loar a este gran
actor que tanto me ha hecho disfrutar. Muchos grandes artistas nos han dejado
últimamente, y me ha entristecido del mismo modo. Pero en este caso las
circunstancias concretas de la muerte me han llevado a pensar en algo que
durante mucho tiempo he querido escribir, y creo que este puede ser el momento
adecuado.