De crío, me fascinaban estos extintos
animales, ¿a quién no?. Me pasaba horas mirando libros y documentales,
preguntándome acerca de ellos y, si algún día correríamos su misma suerte de
la mano de un meteorito llamado Armagedón. Quería ser paleontólogo o
astrofísico, o las dos cosas. Ahora soy bioquímico, mis viejos me regalaron un quiminova y un
micronova. Pero no por eso he dejado de
preguntarme acerca de estas magníficas bestias. Claro está que he pasado de
pensar en términos de: ¿Podría un T-Rex comerse el mulo de mi abuela con carro
y todo?... a pensar en términos de transmisión neuronal, biomecánica y tasas
metabólicas. Es lo que tienen 25 años de diferencia, es diferente pero no deja de ser divertido, y más si se trata de participar en el XV Carnaval de Biología alojado esta edicion en Hablando de Ciencia.
Es difícil estudiar el metabolismo o la
bioquímica de animales cuyos escasos restos no tienen mas química que la de una
roca. Pero mucho ha llovido desde que en 1676 Robert Plot describiera el primer fragmento de un fémur de lo que hoy llamamos
Megalosaurio, que en 1763 un señor llamado Richard Brookes clasificó como el inequívoco escroto de un
gigante.
Telita con los cojones del gigante, en qué estaria pensando este señor. (Wiki)