Cuando todo parecía estar bajo control, empezaron a detectarse brotes. Al principio no eran muchos; nada de lo que preocuparse. Pero poco a poco fueron llamando cada vez más la atención, tanto por su preocupante aumento como por la rapidez con que volvían a proliferar cuando se creía haber conseguido erradicarlos. Cada vez más voces se alzaban clamando por una serie de medidas que pusieran fin de manera tajante a los brotes, de cara no solo a tranquilizar a la primera oleada de colonos, sino a garantizar que el establecimiento de las futuras generaciones fuese un proceso irrevocable.
El gobierno, avalado por
lo que denominaban “comité de expertos”, se apresuraba a acallar aquellas
voces; pero gran parte de la población seguía sin convencerse de la supuesta
inocuidad de los brotes, y de que reducirlos fuese a ser tan fácil como en las
primeras detecciones, puesto que parecían darse cada vez más a menudo. Los
científicos, por otra parte, no ocultaban que desconocían gran parte de los
mecanismos subyacentes a la proliferación de aquellos seres. Para una especie
con un metabolismo y tasa de reproducción tan lentos, resultaba inaudita la
dificultad de su exterminio, dando cuenta de una resiliencia y unos recursos
biológicos que escapaban al análisis más exhaustivo.
No sería hasta tiempo
después, cuando ya fuese demasiado tarde para tomar medidas más efectivas, que
se darían cuenta de su error. Quién iba a imaginar que la respuesta no vendría
de los biólogos ni epidemiólogos, sino de aquellos eruditos más relacionados
con las disciplinas históricas, arqueológicas y filosóficas. Los seres que
habían dominado aquel planeta antes de su llegada no lo hicieron por
superioridad numérica, puesto que compartían los ecosistemas con multitud de
especies cientos de veces más abundantes; si consiguieron alcanzar tales cotas
de expansión, dejando huella en todas y cada una de las áreas que poblaron, fue
por haber desarrollado una inteligencia y una consciencia de sí mismos de la
que carecían el resto de formas de vida que evolucionaron a su lado. Para
cuando supieron que aquellos seres tenían una cultura propia y se denominaban a
sí mismos “humanos”, ya era obvio que más temprano que tarde el planeta
volvería a los que habían sido, hasta entonces, sus indiscutibles amos.
Este relato es una nueva contribución a @divagacionistas cuyo tema esta vez era #relatosBrotes