Me encuentro en mi laboratorio. Estoy analizando los datos de uno de mis últimos experimentos. Al parecer, he obtenido lo que esperaba: se confirman los esperanzadores resultados de la semana pasada. Debo repetir el ensayo una última vez para estar seguro, pero mi reserva de proteína se ha agotado. Necesito purificar más, de manera rápida y eficiente, pero el proceso requiere demasiado tiempo; tengo un artículo a medio escribir, y pasado mañana termina el plazo para pedir una nueva subvención. Necesito ayuda. La investigación es un trabajo en equipo, y no puedo afrontarlo yo sólo. Si un compañero purifica la proteína que necesito, puedo dedicarme al papeleo. Me alejo de mi banco de trabajo, y miro a mi alrededor. El laboratorio está vacío. Nadie puede colaborar conmigo. Llevo meses esperando que un nuevo estudiante de doctorado aparezca, para poder enseñarle todo lo que he avanzado tras años de trabajo, transmitirle mi experiencia y conseguir que esa persona llegue donde yo no he podido.
Pero en el laboratorio no hay nadie.
Llevo años investigando; he vivido en muchos países, he luchado por llegar donde me encuentro ahora mismo. Escribo, garabateo, en una pizarra de gigantescas dimensiones. Entusiasmado, vierto en ella lo que espero sea un claro esbozo de las ideas que me gustaría transmitir. Todo el esfuerzo habrá valido la pena si, entre los alumnos que escuchen mis clases, hay al menos uno que se sienta tan intrigado como yo me sentí en su momento, cuando los misterios de la vida se hacían más y más patentes. Tal vez él llegue a descubrir todo aquello que aún me quita el sueño por las noches.
Cuando mi mente se desliza fuera de la pizarra, me doy cuenta de que a mis espaldas sólo se escucha el silencio. Me giro esperando encontrar mentes inquietas y expectantes conteniendo la respiración.
Pero a mi espalda no hay nadie.
Llevo tantos años trabajando en este hospital, que casi no recuerdo cuándo empecé. Lo que sí recuerdo son todos y cada uno de los pacientes que han pasado por mis manos. Con la misma pasión que sostengo el bisturí, enciendo cada día mi ordenador y navego en busca de las últimas novedades, los artículos más recientes que me puedan ayudar a evitar que los malos recuerdos sean menos numerosos que los buenos; más vidas salvadas que fracasos en la mesa de operaciones. Llevo ya mucho tiempo esperando noticias que nunca llegan: pruebas de fármacos que no pasan de los primeros estadíos, proyectos prometidos que no llegan a materializarse, enfermedades de las que ni siquiera encuentro referencias en la bibliografía. Desde hace unos días, intento entender un artículo demasiado específico, no es mi campo. Me levanto de enfrente del ordenador y salgo al pasillo, en busca de uno de los médicos más jóvenes para ver si me puede echar una mano.
Pero no tropiezo con nadie.
Hace mucho tiempo que dejé mi país. Durante los últimos tres años, he sentido más deseos que nunca de regresar. Sobretodo, porque esperaba ver hecho realidad el sueño de una plaza para la que me he preparado durante otros diez años. Cada año me prometen que la financiación se está ajustando, y que al siguiente habrá más posibilidades. Sentado entre mis libros de física, sueño con estudiar el cielo que contemplaba en mi hogar, hace ya tanto tiempo. Finalmente, mi plaza es aprobada: sólo necesito formar un grupo de trabajo para establecerme. No quepo en mí de gozo, y me dedico durante una semana entera a mandar correos, contactar por teléfono con todos los centros existentes y con todos mis conocidos. Busco ansiosamente jóvenes interesados en la investigación, en la ciencia. Al cabo de otra semana, me voy dando cuenta de la triste realidad.
No voy a encontrar a nadie.
Llevo seis años dedicado por entero a la investigación. Realizar una tesis doctoral ha sido una de las experiencias más estimulantes de mi vida. He aprendido cosas increíbles, y me he dado cuenta de todo lo que me queda por descubrir y aprender. Sueño con desvelar incógnitas que pueden cambiar la vida de muchas personas, igual que cuando empecé por primera vez. Me he llegado a sentir tan grande como los históricos científicos a los que admiro, y tan pequeño como las células que estudio. No me he rendido todavía, aunque mi trabajo es duro y muchas veces frustrante.
Me encuentro, ahora mismo, tecleando en mi ordenador. Escribo un artículo para mi blog, un artículo en el que intento explicar de manera simple y no reiterativa porqué en nuestro país no sólo no es necesario un recorte presupuestario, sino que la falta de fondos es el peor enemigo de la investigación. Es el que hunde los laboratorios, el que merma las ilusiones y el que provoca la imagen de trabajo fútil y absurdo que nuestros jóvenes asociarán para siempre con este ámbito laboral. Estas tijeras, contra las que miles de personas escribimos hoy, amenazan con cortar de raíz el futuro de muchísimas más. Quisiera que las líneas que he escrito más arriba no dejaran de ser imaginaciones, absurdos extremos que nunca llegarán a producirse. Quisiera levantarme y gritar que LA CIENCIA NO NECESITA TIJERAS: NECESITA PERSONAS, y las personas, al menos en esta sociedad en la que vivimos, no trabajan gratis.
Pero en el laboratorio no hay nadie.
Llevo años investigando; he vivido en muchos países, he luchado por llegar donde me encuentro ahora mismo. Escribo, garabateo, en una pizarra de gigantescas dimensiones. Entusiasmado, vierto en ella lo que espero sea un claro esbozo de las ideas que me gustaría transmitir. Todo el esfuerzo habrá valido la pena si, entre los alumnos que escuchen mis clases, hay al menos uno que se sienta tan intrigado como yo me sentí en su momento, cuando los misterios de la vida se hacían más y más patentes. Tal vez él llegue a descubrir todo aquello que aún me quita el sueño por las noches.
Cuando mi mente se desliza fuera de la pizarra, me doy cuenta de que a mis espaldas sólo se escucha el silencio. Me giro esperando encontrar mentes inquietas y expectantes conteniendo la respiración.
Pero a mi espalda no hay nadie.
Llevo tantos años trabajando en este hospital, que casi no recuerdo cuándo empecé. Lo que sí recuerdo son todos y cada uno de los pacientes que han pasado por mis manos. Con la misma pasión que sostengo el bisturí, enciendo cada día mi ordenador y navego en busca de las últimas novedades, los artículos más recientes que me puedan ayudar a evitar que los malos recuerdos sean menos numerosos que los buenos; más vidas salvadas que fracasos en la mesa de operaciones. Llevo ya mucho tiempo esperando noticias que nunca llegan: pruebas de fármacos que no pasan de los primeros estadíos, proyectos prometidos que no llegan a materializarse, enfermedades de las que ni siquiera encuentro referencias en la bibliografía. Desde hace unos días, intento entender un artículo demasiado específico, no es mi campo. Me levanto de enfrente del ordenador y salgo al pasillo, en busca de uno de los médicos más jóvenes para ver si me puede echar una mano.
Pero no tropiezo con nadie.
Hace mucho tiempo que dejé mi país. Durante los últimos tres años, he sentido más deseos que nunca de regresar. Sobretodo, porque esperaba ver hecho realidad el sueño de una plaza para la que me he preparado durante otros diez años. Cada año me prometen que la financiación se está ajustando, y que al siguiente habrá más posibilidades. Sentado entre mis libros de física, sueño con estudiar el cielo que contemplaba en mi hogar, hace ya tanto tiempo. Finalmente, mi plaza es aprobada: sólo necesito formar un grupo de trabajo para establecerme. No quepo en mí de gozo, y me dedico durante una semana entera a mandar correos, contactar por teléfono con todos los centros existentes y con todos mis conocidos. Busco ansiosamente jóvenes interesados en la investigación, en la ciencia. Al cabo de otra semana, me voy dando cuenta de la triste realidad.
No voy a encontrar a nadie.
Llevo seis años dedicado por entero a la investigación. Realizar una tesis doctoral ha sido una de las experiencias más estimulantes de mi vida. He aprendido cosas increíbles, y me he dado cuenta de todo lo que me queda por descubrir y aprender. Sueño con desvelar incógnitas que pueden cambiar la vida de muchas personas, igual que cuando empecé por primera vez. Me he llegado a sentir tan grande como los históricos científicos a los que admiro, y tan pequeño como las células que estudio. No me he rendido todavía, aunque mi trabajo es duro y muchas veces frustrante.
Me encuentro, ahora mismo, tecleando en mi ordenador. Escribo un artículo para mi blog, un artículo en el que intento explicar de manera simple y no reiterativa porqué en nuestro país no sólo no es necesario un recorte presupuestario, sino que la falta de fondos es el peor enemigo de la investigación. Es el que hunde los laboratorios, el que merma las ilusiones y el que provoca la imagen de trabajo fútil y absurdo que nuestros jóvenes asociarán para siempre con este ámbito laboral. Estas tijeras, contra las que miles de personas escribimos hoy, amenazan con cortar de raíz el futuro de muchísimas más. Quisiera que las líneas que he escrito más arriba no dejaran de ser imaginaciones, absurdos extremos que nunca llegarán a producirse. Quisiera levantarme y gritar que LA CIENCIA NO NECESITA TIJERAS: NECESITA PERSONAS, y las personas, al menos en esta sociedad en la que vivimos, no trabajan gratis.
Pero temo que, si grito, tal vez no me escuche nadie.
Me ha parecido conmovedor. Te felicito por ello.
ResponderEliminarCasi nunca comento en ninguna parte, pero esta vez tenía que hacerlo... Casi me dan ganas de borrar la entrada de mi blog. Comparada con esta, lo de "cutre" ha dejado de ser broma... :(
Un saludo
Bravo! Cierto! Falta gente! Y cuantos más recortes y cuantos más problemas, más saben los chavales que esto, por muy bonito que sea, no merece la pena.
ResponderEliminarYa está bien de aprovecharse de la vocación para quitar derechos laborales! Condiciones dignas YA! Carrera investigadora digna YA!
Vaya, no te imaginas amigo Zeros la alegría que me has dado con tu comentario; me iba al catre, derrotado tras el dibujo y el tocho, y me ha emocionado que haya habido una respuesta tan rápida de alguien ajeno al blog. Ha valido la pena el esfuerzo.
ResponderEliminarY no digas chorradas, he leído tu post y es mucho más completo! Al menos aportas ideas más tangibles...
Un saludo, y espero leerte por aquí a menudo.
Bueno, pues para acordarme de estar por aquí a menudo (además de en el medio millardo de blogs que leo ya...), me agrego a tus seguidores, que me has caido bien, jeje
ResponderEliminarBueno, será hora de irse a dormir, y mañana a flipar con los mil comentarios nuevos en #TijerasNO... :S
Saludos
Dear Dr. Litos,
ResponderEliminarDo not worry, you are not alone. It just happened that it was very late in the night and people at the lab was already getting drunk in the cantine of the pub downstairs, because of the pesimistic prospective for their future. Look around again when they are back (I estimate just before lunch) and you will see I am right, believe me.
My congratulations for your motivated, inspired, heart-opened post.
Best
JC
Enhorabuena, Dr.Litos, de nuevo, un relato conmovedor, al mismo tiempo que inquietante y reflexivo.
ResponderEliminarQuizá esta triste situación que parece que se nos echa encima tenga algo de bueno...al menos a ti te sirve de inspiración para generar escritos como éste. Puede que gracias a la precariedad de la investigación en España acabes convirtiéndote sin darte cuenta en un literato reconocido.
Y por cierto, el dibujo también me ha impactado, pobre Batablanca...casi parece reflejarse el terror en su rostro...si lo tuviera...
Muchísimas gracias a todos por vuestros comentarios. Gracias Zeros por tu interés, gracias eulez por pasarte por aquí (espero que te enganches!), and thanks Dr. JC for trying to cheer me up.
ResponderEliminarOtra "buena" consecuencia de todo el rollo del recorte, como dice Consuela, es que nos inspira y nos une, al menos ha motivado que el blog sea visitado por gente nueva y nos da oportunidad de discutir más a menudo sobre la ciencia y su futuro con otros blogueros afines.
Saludos emocionados.
Qué bueno doctor! Me encanta que por mucho tiempo que lleve leyendo el blog, siempre encuentro alguna entrada con fundamento si escarbo un poco.
ResponderEliminarAdemás el formato de historias cortas le da mucho más gancho al mensaje, bastante conmovedor para aquellos que nos identificamos con uno o varios de los "protagonistas".
P.D: ese dibujo parece ser una premonición del futuro advenimiento de Bataman, enfrentándose aquí a su primer enemigo