viernes, 7 de junio de 2019

Chernobyl y la verdad sepultada

La serie Chernobyl, una producción de HBO escrita y creada por  Craig Mazin, narra con escrupuloso detalle el catastrófico accidente acontecido en la tristemente famosa central nuclear soviética. La serie está siendo un gran éxito de crítica y público, por muchísimas razones. Seguramente la curiosidad morbosa por conocer los detalles de uno de los mayores desastres en la historia de la humanidad ha pesado bastante en este éxito; hay que reconocer que la historia en sí misma es atrayente desde muchos puntos de vista, empezando por un material de partida idóneo para estimular al espectador (errores humanos, intrigas políticas, explosiones, peligro constante, drama y muerte por doquier...) y siguiendo por una realización del más alto nivel (se nota que en HBO les ha cundido la pasta recaudada gracias a otros grandes éxitos). 

'Chernobyl'. (HBO)




Pero también es cierto que las virtudes cinematográficas de la producción no son pocas. Desde un pulso narrativo envidiable - con un dominio del tempo y la puesta en escena sobresalientes - hasta una fotografía adecuadamente desaturada, sucia, gris como la época y el desastre que narra, pasando por un uso de los efectos sonoros y la música sobrecogedores. El guión es otro de sus puntos fuertes. Desmenuzar un drama como el acontecido en Chernóbil en apenas cinco episodios de una hora no es fácil; no digamos ya describir con increíble rigor todo lo referente al funcionamiento de una central nuclear, el comportamiento de los isótopos y su efecto sobre la salud humana, y en paralelo detallar los entresijos de un régimen soviético que manejaba con mano de hierro tanto los recursos materiales como humanos de sus ciudades. La serie destaca además por no limitarse a ser un testimonio documental: consigue definir unos personajes multidimensionales (la mayoría basados en personajes reales, con mayor o menor grado de fidelidad pero siempre con una construcción magnífica) que no solo sirven de motor para llevar la historia a buen puerto, sino que personifican todos los temas que la serie pretende poner sobre la mesa.

Porque Chernobyl habla de muchas cosas. Se ha querido leer en ella todo tipo de interpretaciones (lo cual no deja de ser otro síntoma de su genialidad). Las más maniqueas o ramplonas pasan por ver en ella  una crítica a la energía nuclear, o al comunismo; otras más sutiles quieren ver analogías con el gobierno de Donald Trump, o una alegoría de la dualidad del comportamiento humano ante una misma situación desastrosa. Mientras algunos ponen por delante la imagen de un país, obsesionados con proyectar una imagen poderosa aunque en el camino tengan que morir miles de compatriotas, unos pocos son capaces de sacrificar sus vidas exponiéndose a unos niveles de radiación mortales, por evitar que el desastre cause todavía más muertes. 

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Una de las parejas más carismáticas que se han visto últimamente en pantalla: la evolución de la relación entre el burócrata Boris Scherbina (Stellan Skarsgård) y el científico Valery Legasov (Jared Harris) es de lo más memorable de la serie (fuente)

Chernobyl, al fin y al cabo, es todo eso y mucho más. No es solo un testimonio, una obra de arte, una historia sobrecogedora, un homenaje, una advertencia, una reflexión. En mitad de una situación dramáticamente peligrosa para tantas vidas humanas, abochorna a los encargados de dirigir  el país manifestando sus terribles decisiones; y ensalza como héroes a unos pocos hombres y mujeres que son incapaces de hacer lo que sí hacen tantos otros a su alrededor: no son capaces de mentir, de mitigar los efectos de la catástrofe, de restarle importancia, de ocultar el peligro. Hay muchos héroes en esta historia, pero destacan especialmente los científicos, esos seres humanos que no pueden dejar de preguntarse el por qué de las cosas, de buscar razones y de crear inventivas soluciones para problemas que nunca antes nadie ha enfrentado. Y esto es lo más interesante, esos científicos no son seres de luz, humanos perfectos ni poseedores de respuestas. La serie no deja de mostrar sus debilidades, sus dudas, pero si por algo podríamos encajarlos en la etiqueta de "héroes" es por esa incapacidad de sucumbir a la mentira. Si les preguntan, ofrecerán su conocimiento; si les piden ayuda, serán francos con los pros y los contras. Si algo no funciona, porque así lo demuestran las pruebas y los números, no dudarán en decirlo. En el caso concreto de la radiación, ese terrible enemigo invisible, esa amenaza traicionera que te mata por dentro sin que seas consciente hasta que es demasiado tarde, y que se extiende implacable si nada lo contiene, es el ejemplo perfecto para hablar del arma que supone la ciencia. Solo con el conocimiento podemos hacer visible a este enemigo invisible, prevenirlo y contenerlo. 

Tampoco creo que sea la intención primordial de la serie ensalzar a la comunidad científica: no va sobre ciencia, igual que no va sobre política. Si tuviera que quedarme con una interpretación, con un tema que sintetizase la intención de esta obra, sería el de la verdad. Y si los científicos destacan en este sentido es porque son incapaces de negarse a la evidencia, de cerrar los ojos cuando una verdad apabullante se muestra ante ellos. Otra de las lecturas sutiles que comentaba antes compara la historia narrada en la serie con la actualidad del cambio climático, con esos obtusos gobernantes que desoyen a la comunidad científica y se niegan a tomar medidas que no les son cómodas sencillamente porque no le dan valor a datos y evidencias objetivos.

Esta es en definitiva una metáfora de la actividad científica, de la esencia pura de la ciencia. Usamos la ciencia para buscar la verdad, para definiría, para describirla de la forma más aproximada posible. Pero eso no significa que lo consigamos. La verdad es inmutable, única, definitiva. Nuestra ciencia no. Es imperfecta, es sesgada, es ciega. El monólogo final del camarada Legasov es la destilación máxima de la grandeza y la miseria de nuestra ciencia: por más que nos aproximemos a la verdad, por más que consigamos esbozarla con nuestras fórmulas y los datos que registran nuestros aparatos, nunca escaparemos de la falibilidad que caracteriza toda actividad humana. Pero no es este un mensaje derrotista, nada más lejos. Es paradójicamente la constatación de que la ciencia es el único camino hacia el conocimiento de dicha verdad. A la verdad no le importan, dice Legasov, nuestras esperanzas o anhelos, nuestras creencias, nuestra religión o nuestras intenciones. La verdad permanece inmutable, impertérrita. El error humano, los sesgos y juicios de valor... son intrínsecos a nuestra actividad. Pero la mentira o la manipulación no sirven de nada. Caerán ante la  descripción desnuda de la pura evidencia. Y así, a base de cientos y cientos de intentos, fracasos, acercamientos, errores de bulto y aciertos casuales, al final la verdad emerge. Chernóbil es la prueba más descarnada de la desgracia que puede acarrear la soberbia humana, el vano intento de pervertir la realidad, de intentar moldear la verdad a nuestro antojo; y a pesar de toda la adversidad en contra, la verdad emerge si no cejamos en su búsqueda, si damos con las herramientas adecuadas. Da igual cuántas veces repitamos la mentira de una medida de radiación inocua, o la imposibilidad de que un reactor estalle: si somos capaces de medir con aparatos cada vez más precisos, nos acercaremos más y más a la medida exacta de la radiación circundante. Y no habrá mentira capaz de enmascarar dicha verdad.
Pero no hace falta ir al nivel atómico de las desintegraciones por minuto para constatar esto. Podemos repetir que un reactor no puede explotar, incluso convencernos a nosotros mismos. Aunque estemos encerrados en ese mismo momento a escasos metros de un reactor despedazado. Así de fáciles de engañar son nuestros propios cerebros. Pero la verdad siempre aflora, siempre que busquemos con el suficiente empeño, hagamos las preguntas adecuadas, y no tengamos miedo a equivocarnos. 

La actividad científica en sí misma no enarbola la verdad: un buen científico no tendría la osadía de decir que trabaja en pos de esto. Pero el trabajo de miles de personas a lo largo del suficiente tiempo consigue unir los puntos hasta trazar un mapa que puede ser realmente parecido a las verdades que llamamos materia, universo, organismo, naturaleza. Nos proporciona un burdo manual de instrucciones para comprender una realidad muy compleja. 

Eso, básicamente, es para lo que sirve la ciencia. Para desenterrar verdades, aunque sean invisibles... o estén sepultadas bajo toneladas de hormigón. 




3 comentarios:

  1. Muy buena serie Chernobyl, nos trata de relatar la verdadera historia que nos dejó este desastre en Rusia. Pero quizás le faltó a la serie un poco mas de realismo desde mi punto de vista.

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