A nadie que sea seguidor habitual de lo que escribo le sorprenderá que despierte el blog de su letargo para hacer propaganda de Principia. Ni hace falta que recuerde lo maravilloso que es este proyecto cultural; sí, cultural, donde ciencia, humanidades, arte, entretenimiento, frikismo y narrativa conviven en tal armonía que el país de los osos amorosos sería la carretera de Mad Max en comparación. Así que no voy a extenderme introduciendo el proyecto. Voy a utilizar esta oportunidad para retomar esa tan ancestral costumbre de utilizar el blog para dar rienda suelta a las reflexiones más íntimas, a modo de diario, que es para lo que inicialmente se crearon este tipo de sitios. Algo que ningún otro tipo de red social concisa e inmediata podrá sustituir jamás; otra cosa es que quede alguien a quien le interese este tipo de lecturas. Pero yo hoy quiero escribir por el placer de compartir mi experiencia, y con la esperanza de animaros a formar parte de la comunidad principesca. Así que allá vamos.
No puedo sino recomendar; es más, solicitar, pedir, rogar, que leáis estas revistas. Porque leerlas te cambia. A mi me ha cambiado, igual que me cambió leer sobre mujeres increíbles y el colectivo LGTB en la temporada 4. Fueron dos números que hicieron "clic" en mi cabeza tanto como lo han hecho estos últimos. Y he de decir que tengo la suerte, el privilegio, de haber participado en ellos: porque si leer Principia te cambia, escribir para Principia te transforma. Participar de la búsqueda de esas historias de mujeres increíbles, para descubrir que eran muchas, muchísimas las que la historia pasó por alto; reflexionar sobre lo que podría significar amar a alguien de tu misma identidad sexual, poniéndote incluso en la piel de personajes famosos, científicos y científicas que existieron realmente y tuvieron que ocultar o incluso negarse a sí mismos su propia identidad... no solo escribir sobre todo esto es una gran responsabilidad: además es una experiencia única.
En esta última temporada, me encontraba más que perdido: no sabía qué referentes utilizar que no fuesen de sobra conocidos por el gran público; el tema me parecía complejo, esquivo... hasta que me planteé que, tal vez, no tuviera siquiera bien claro qué era la discapacidad. Pensando en cómo la ciencia consigue hacernos superar más y más barreras, intenté ponerme en la piel de alguien con algún tipo de desventaja respecto a sus coetáneos... y de repente, para sorpresa de nadie, la ciencia ficción vino en mi auxilio.
Yo mismo, tal cola, igual que soy ahora mientras escribo, podría ser un discapacitado en un entorno diferente. ¿Y si todos a mi alrededor fuesen capaces de proezas increíbles? ¿Y si cualquiera pudiera permitirse un exoesqueleto, unas alas protésicas, una edición genética que le convirtiese en un superhéroe? ¿Cómo resultaría una persona "normal" entre semejantes titanes? Efectivamente: sería un discapacitado, alguien incapaz de seguir el ritmo de los demás. No necesité más para escribir la historia de Juan Daniel, que cerró el primer número con el relato "Tocar el cielo" ilustrado bellamente por un dibujo de Francisco Riolobos que enriquece la atmósfera del relato con esos tonos pastel y ese ambiente crepuscular. Una maravilla.
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