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sábado, 11 de julio de 2020

La otra mitad

No sería desaventurado afirmar que el día en que los seres humanos inventaron los números, empezaron a ser un poco menos felices. Sí, seguramente ahí estaba el problema. Desde que desarrollasen lo que darían en llamar conciencia, y comenzasen a registrar con incansable escrúpulo todo lo que sucedía a su alrededor, empezaron a ser conscientes del paso del tiempo y sus estragos; pero no fue hasta que materializaron tan abstracto concepto y pudieron comenzar a estimar, medir, anticipar y recapitular todas y cada una de las actividades diarias que se percataron cada vez más de su propia senectud. La historia de los pueblos y sus culturas es un fiel reflejo de miles y miles de intentos por darle sentido a este paso del tiempo, que al poder medir cada vez mejor, afianzaba su férreo puño estrangulando poco a poco y de manera cada vez más inexorable las esperanzas, deseos y fantasías de aquellos pobres mamíferos, cada vez más autoconscientes de los límites impuestos a su existencia. Las religiones supusieron desde el principio un buen intento para paliar este horror, este miedo al vacío que derivaba de este conocimiento; pero el advenimiento del método  científico y la llegada del conocimiento de las bases biológicas de la existencia pusieron punto y final a todas esas fantasías, para quienes consintieron en aceptar tan terrible conclusión. No había nada después: los años, un concepto cuantificable y medible, se sucederían, las células de multiplicarían (con suerte dentro de un orden y unos límites preestablecidos), perderían paulatinamente su eficiencia reproductiva, acumularían mutaciones, moléculas inflamatorias y radicales libres, y consecuentemente los tejidos su elasticidad, capacidad adaptativa y firmeza, según el caso. Era inexorable. El proceso podía postergarse mínimamente, pero los mismos avances que habían desvelado todas estas verdades no habían sido igualmente efectivos a la hora de combatirlas. Los seres humanos envejecían y morían, sufriendo un declive paulatino e irreversible, y la última parte de sus vidas estaba condenada al desgaste, la pérdida de facultades orgánicas. Pero lo peor, tal vez, sería siempre ese conocimiento tan rotundamente marcado en su cerebro, esa capacidad de observación y esa constante memoria de lo que se deja atrás, que convierte esos años restantes, cada vez menores en número, se vislumbren como una carrera contrarreloj para cumplir objetivos, enmendar errores, exprimir al máximo unos plazos de tiempo que se escurren como granos en un reloj de arena. La ciencia les había permitido medir el tiempo y estimar su propia longevidad; las matemáticas les permitían hacer un cálculo fácil. Con muy poco margen de error, se podía saber cuánto tiempo les quedaba por vivir. Y él estaba a punto de comenzar la que iba a ser, con muy poco margen de error, la otra mitad de su vida.

- Tío, que estás empanado ¿quieres darle la vuelta al jamón? Estás tocando hueso.

La frase le sacó de su ensimismamiento de golpe. Pero tan pronto como procedió a cumplir la orden, y mientras afianzaba sobre la pinza la otra mitad de la pata sin empezar, se dio cuenta de que tenía entre sus manos la metáfora perfecta. Llevaban muchos días disfrutando de aquel delicioso manjar, poquito a poco, con la sensación de que les quedaba por delante un número casi infinito de degustaciones, innumerables lonchas por cortar y maravillosos sabores que paladear. Y todavía estaban dándole la vuelta. Frente a él se abría una mitad entera para seguir disfrutando... solo que el mero hecho de darle la vuelta arrojaba luz sobre un hecho incontestable: ya no habría otra nueva mitad. Una vez empezasen a cortar, seguirían hasta que no quedase nada, absolutamente nada más que  hueso incomible. Se acabarían el sabor, el disfrute, y la maravillosa anticipación que los preceden. 

No quedaría nada. Nada. La palabra resonó en su mente. Sintió un escalofrío.

Pensando que pronto vendrían a exigirle que siguiera cortando, se dijo que más le valía empezar. La realidad era que no se podía hacer nada. Todo estaba en contra, desde las mismas leyes de la termodinámica. La entropía no perdona, pensó. Así que más le valía no perder tiempo en lamentarse. Disfrutaría cada loncha de jamón tanto como pudiera, sin obsesionarse con el número restante. Era difícil para una mente acostumbrada a la medición, la observación y el rigor; pero también estaba muy entrenado para la ensoñación, la imaginación y la creatividad. Así que buscaría nuevas maneras de disfrutar la otra mitad. La única mitad. La última mitad.

Se metió una primera, finísima y sabrosa loncha en la boca, y dejó de darle vueltas al asunto. Al fin y al cabo, un cumpleaños era para disfrutarlo.


viernes, 7 de junio de 2019

Chernobyl y la verdad sepultada

La serie Chernobyl, una producción de HBO escrita y creada por  Craig Mazin, narra con escrupuloso detalle el catastrófico accidente acontecido en la tristemente famosa central nuclear soviética. La serie está siendo un gran éxito de crítica y público, por muchísimas razones. Seguramente la curiosidad morbosa por conocer los detalles de uno de los mayores desastres en la historia de la humanidad ha pesado bastante en este éxito; hay que reconocer que la historia en sí misma es atrayente desde muchos puntos de vista, empezando por un material de partida idóneo para estimular al espectador (errores humanos, intrigas políticas, explosiones, peligro constante, drama y muerte por doquier...) y siguiendo por una realización del más alto nivel (se nota que en HBO les ha cundido la pasta recaudada gracias a otros grandes éxitos). 

'Chernobyl'. (HBO)


sábado, 11 de mayo de 2019

Diez años

En términos universales, diez años es una cantidad de tiempo irrisoria. Y con universales quiero decir en la escala del universo conocido. En un contexto donde pueden pasar fácilmente mil millones de años antes de que te enteres de que una estrella ha muerto, diez años suponen una fracción tan minúscula del total que es para mondarse. Pero en la ridícula escala temporal humana... diez años son otra cosa. De hecho en uno solo de nuestros vertiginosos años pueden pasar tantísimas cosas que las personas terminamos por tomarnos el tiempo como algo muy serio. Obviamente porque en el fondo nos da igual cuánto puedan durar las cosas en el universo: somos plenamente conscientes, para bien o para mal, de que vivimos con el tiempo prestado. Gracias a eso apreciamos más cada minuto de la vida, pero también a menudo maldecimos nuestra senectud y rabiamos cuando constatamos que hemos perdido alguna cantidad de tiempo preciosa que ya no volverá. 

Pues bien: si en términos de vida humana diez años son ya un cacho de tiempo a considerar (da tiempo a hacer dos doctorados, a ver dos trilogías de El Señor de los Anillos o a presenciar cómo tu hijo pasa de decir "erez el mejó papi del mundo" a " ¡Yo no te pedí nacer!"), en la escala del mundo virtual donde todo se sucede a un ritmo vertiginoso, puede considerarse una eternidad. Durante los diez años que ha existido esta página web han sucedido muchas, muchísimas cosas. Los textos que se han publicado han cambiado mucho, han pasado por aquí varias manos aporrenado distintos teclados para llenarlas, y las más habituales - que son las del que os escribe en este momento -  han experimentado y practicado hasta encontrar una voz propia; pero incluso esa voz ha cambiado. Ha habido todo tipo de situaciones a lo largo de estos diez años, y siempre se han reflejado de una manera u otra en el blog. Incluso en los periodos más ocupados de la vida, coincidiendo al mismo tiempo con el declive de la comunidad bloguera y con el incremento de las exigencias laborales y familiares, siempre he encontrado el momento de volver y disfrutar de la sensación que estoy sintiendo ahora mismo: que aquí sigue todavía este rinconcito apartado, una vez dentro del cual el tiempo se detiene, permitiéndome hablar con total libertad de aquello que necesite. Y en estos momentos solo necesito reflexionar un poquito, rememorar aquellos tiempos y dejarme llevar por diez años de recuerdos maravillosos. Necesito recordar por qué sigo manteniendo este sitio abierto y me resigno a considerarlo un capítulo cerrado de mi vida, pese a no dedicarle el tiempo que uno debe dedicar a todo aquello que de verdad le importa. He querido volver a escribir para celebrar el décimo aniversario, simplemente para sentir que aún tengo un sitio al que regresar cuando lo necesite.

Porque en estos diez años habrán pasado muchas cosas, pero ninguna de ellas me ha quitado las ganas de escribir. De hecho, me han dado muchísimos motivos para escribir cada vez más. A veces fantaseo con que llegue por fin esa época ansiada en que pueda, de nuevo, sentarme a escribir cada vez que tenga una idea, y no cada vez que tenga un momento libre de ocupaciones. No creo que sea una utopía; por primera vez en mi vida profesional, la estabilidad es algo tangible, un objetivo a corto plazo... así que considero que es cuestión de tiempo.

No quiero extenderme demasiado, pues bien sabéis que dicho tiempo es finito y a los humanos no nos sobra. Podría invertir muchísimos minutos en enumerar las maravillosas alegrías que me ha dado este lugar, empezando por toda la gente increíble a la que he conocido gracias a las páginas aquí publicadas, y terminando por los logros profesionales que en gran medida se han visto influidos, directa o indirectamente, por mis escritos y experiencias en este blog. Y de hecho era mi intención, según meditaba durante estas últimas semanas acerca de lo que contaría llegado el momento. Pero he preferido abrir las puertas de ¡Jindetrés, sal!, soplar el polvo de sus estanterías, pasearme entre los recuerdos que aquí se guardan y simplemente sentarme a dejar que las palabras fluyesen. Esto es lo que ha salido. No me importa demasiado, puesto que hace ya mucho tiempo que descubrí el gran placer que produce dejar que las palabras hablen por sí mismas, y sin embargo hace ya mucho tiempo que no escribo por placer. No obstante, no os quiero engañar: si vengo a escribir aquí, es porque espero que alguien lea estas frases. Si tuviera que resumir en una única afirmación, en una sola razón por la cual considerar que ha valido la pena absolutamente cada palabra que he tecleado en este blog a lo largo de diez años, sería sin dudar un segundo las contadas ocasiones en que alguien ha manifestado que esas palabras le han servido para inspirarse, para aprender, para emocionarse, o para reír. Así que este post es una medicina, un revitalizante, un chute de adrenalina para abrir las puertas de par en par y lanzar al aire un "¡Eh! ¡Sigo aquí!" para que cualquiera que pueda oírlo se acerque, con curiosidad, y se permita en estos tiempos nerviosos y agitados de microescritura y lectura diagonal, descubrir un buen montón de historias entre las que perderse. 

No sé realmente si escribo para recordar a los demás que sigo aquí. Según siento que llega el momento de ir cerrando esta extraña pero terapéutica reflexión de cumpleblog, creo que en lo más profundo de mi subconsciente la intención verdadera es recordarme a mí mismo que antes de divulgador, profesor, conferenciante, monologuista, guionista o redactor, fui simple y llanamente... bloguero.

Y nunca viene mal recordar de dónde viene uno. Porque nunca sabe dónde puede acabar dentro de otros diez años.




viernes, 24 de agosto de 2018

Merlín, científico y educador


Si uno repasa el dilatado y variopinto catálogo de producciones de la factoría Disney puede encontrar desde auténticas joyas de la animación tradicional, dentro de los cánones más clásicos, hasta arriesgados y vanguardistas relatos. Pese a la fama de uniformidad tanto formal como temática de estas películas, realmente el ojo experto puede hallar películas harto inclasificables y joyas por descubrir para el gran público. Hoy quiero hablaros de una de estas rara avis que no destaca, precisamente, por su calidad técnica, su calado dramático o por constituir una narración especialmente emocionante. De hecho, no creo que destaque por nada en especial, más allá de ser la única aproximación animada al mito artúrico de la mano de Disney.

viernes, 11 de mayo de 2018

En defensa de la vocación


Hay una palabra que está adquiriendo una connotación cada vez más negativa, en estos tiempos de continuo acoso y derribo de la profesión científica. Se trata del concepto de la "vocación". Un término que ha ido acompañando gran parte de las reivindicaciones en contra de la precariedad laboral en la ciencia. Durante muchos años, y no hace tanto de esto, se asumía por gran parte de la sociedad que la investigación, en cualquier campo del conocimiento, era algo que se hacía por vocación. Una afirmación que, como todo en la vida, tiene parte de verdad y es susceptible de malinterpretarse. Intentaré explicarlo, porque el asunto tiene más miga de la que aparenta.



martes, 13 de junio de 2017

Fin de la Segunda parte: sin regreso.

Por alguna razón siempre cambio de tercio por esta época del año. En una ventana del calendario muy muy cercana a mi llegada a estas tierras. Efeméride que mi señora madre celebra como la antítesis de mi cumpleaños. Y para seguir la tradición aquí traigo unas notas chabacanas y algunas reflexiones absurdas sobre mi segundo postdoc. Un periodo de pelín más de 4 años, entre las paredes de uno de los institutos del todopoderoso Max Planck alemán.


sábado, 7 de enero de 2017

Una Guinness significativamente deliciosa

Hay un par de razones por las que los resultados científicos constituyen una muy buena aproximación a lo que nos gusta entender como "la verdad". Una de ellas es que las observaciones y los datos obtenidos experimentalmente se ven sujetos a escrupulosos análisis matemáticos, que no entienden de sesgos y manías de esos que a los humanos nos impiden ser objetivos. Gracias a esto, que llamamos "estadística" y que en su día os comenté aquí, podemos afirmar con mayor o menor rotundidad que los efectos que vemos son realmente una diferencia a tener en cuenta y no fruto del azar. En nuestra jerga de frikis científicos, llamamos a los resultados válidos en este sentido "estadísticamente significativos". La otra razón de peso para que estos resultados, además de ser matemáticamente correctos, pasen a formar parte de explicaciones válidas para el objeto/fenómeno que pretenden describir, es lo que se conoce como "revisión por pares". Esto consiste en que cuando consideras que has hecho un hallazgo relevante, y envías tu trabajo a una revista para darlo a conocer al resto de la comunidad científica (y al resto del mundo, en teoría), este es reenviado a otros científicos de tu misma calaña, que idealmente no tienen ningún interés especial en que tu trabajo se publique o no. Y estos se dedican a corregirlo con saña, como si les fuera la vida en ello. La Verdad está en juego, amigos, parecen pensar. Así que, cuando un artículo llega a publicarse, se supone - si todo sale según lo previsto - que una serie de personas formadas, expertas en el tema, y sin ningún interés personal, ha evaluado que la metodología es adecuada, que las observaciones son tan interesantes y certeras como se propone, y que no ha habido alguien antes que haya demostrado lo mismo, o lo contrario. Todo esto muy simplificado, obviamente. Es un sistema que en un mundo utópico plagado de arcoiris y unicornios sería infalible para distinguir "el grano de la paja", el fraude de la autenticidad, y garantizar una ciencia pura, objetiva y metodológicamente impecable. En este mundo moderno donde publicar resultados constituye una finalidad en sí misma, de la que dependen nuestras habichuelas diarias, nuestra valoración y nuestra promoción laboral, donde las revistas luchan por publicar más artículos y más relevantes que sus competidores, donde se paga por publicar y por leer, todo se ha prostituido un poco y a veces es MUY difícil seguir haciendo Buena Ciencia. Pero a pesar de los pesares, la revisión por pares sigue siendo la mejor baza para fiarnos de lo que descubrimos. Y de lo que leemos por ahí.



De verdad que en el post se habla de cerveza, tened paciencia (fuente)

jueves, 30 de junio de 2016

La ilusión de heterodoxia (o cuando tu opinión no vale una mierda)

Cuando uno trabaja en ciencia, tarde o temprano llega a una conclusión bastante descorazonadora: tus intuiciones, tus opiniones, tus esperanzas... no valen una mierda. Sí, así de crudo, sin paños calientes. En negrita. Con palabrota y todo. Da igual cuánto busques un resultado, cómo te imagines que va a salir un experimento, hacia dónde dirijas tus esfuerzos. Finalmente te das cuenta de que lo que estás haciendo es interrogar a la naturaleza, y lo que obtienes como respuesta solo lo puedes entender mediante experimentos limitados, sesgados e incompletos. Por si esto no fuese bastante desmotivador, nos encontramos con que el mero hecho de obtener una respuesta es algo poco frecuente. La naturaleza no nos contesta, tenemos que sacarle la información a lo bruto, y desgranar las pocas pistas que, de cuando en cuando, hallamos. Parte de este proceso pasa por repetir los experimentos, una y otra vez, en condiciones exactamente iguales primero, luego en condiciones sutilmente diferentes, finalmente cambiando por completo la técnica o el enfoque experimental. Y solo tras interrogar al objeto de nuestro problema desde todos esos puntos de vista, tras todas esas repeticiones... podemos empezar a traducir. Nos servimos de las matemáticas, a modo de diccionario, para, por medio de ingeniosos (y a menudo poco intuitivos y aburridos ) métodos estadísticos, obtener algo parecido a un "sí" o un "no". Y es en ese momento, cuando por fin podemos responder a nuestra pregunta inicial afirmativa o negativamente, cuando debemos hacer el mayor ejercicio de humildad que se puede hacer: reconocer que después de tanto trabajo, esfuerzo, quebraderos de cabeza... la respuesta obtenida no era la que esperábamos. Toca comenzar de nuevo, replantear nuestra hipótesis, o sencillamente descartarla en favor de otra; tal vez menos emocionante, más anodina... pero más cercana a la descripción de la realidad.

Anton Ego, uno de los fantásticos personajes d ela factoría Pixar, personifica en cada una de sus líneas y gestos las "virtudes" de la soberbia y la autosuficiencia.

Todo esto no es tan difícil de hacer cuando eres, digamos, un don nadie. Uno más entre millones de investigadores experimentales. Cuando tu proyecto no busca dar la vuelta a un paradigma, ni revolucionar un campo concreto. Pero puede ser que haya quien sí persiga esto; o quien crea que está cerca de conseguirlo, aunque sea más o menos involuntariamente. Es en estos momentos cuando el ego nos juega malas pasadas. Gran parte de la "mala ciencia" que ha originado tantos escándalos  que son enarbolados con orgullo y condescendencia por los más críticos con el ámbito científico y su metodología, se enraíza en un ego fuera de control. Tal vez al principio en forma de un sutil despiste, una sobrevaloración del trabajo; pero pronto crece y se extiende como la niebla, empañando el resto del trabajo y enmascarando los datos que parecen querer gritarnos que estamos yendo por el lado equivocado. Esta caída en el Lado Oscuro puede llevar a buscar atajos, a estilizar nuestros resultados, a pulir nuestra estadística e incluso a ocultar los datos que se alejen de nuestra "verdad". Y entonces, nada nos distinguirá del peor de los pseudocientíficos. Porque cada vez tengo más claro que nuestro trabajo no consiste en "hallar la verdad"; ese es un concepto relativo. Trabajamos para describir la realidad y aprender a manejarnos con ella. Y hasta esto es relativo, en parte; la realidad es la que percibimos como individuos, como mamíferos con cierta capacidad para interpretar lo que nos rodea. Pero sigamos dándole vueltas al tema del ego, que estamos llegando al meollo del asunto.

Toma heterodoxia, rufián (fuente)

En torno a esta caída en desgracia regida por el ego desmedido, se cierne otra sombra no menos importante: la de la ilusión de heterodoxia. La historia de la ciencia está plagada de personajes considerados heterodoxos, que contradijeron los paradigmas del momento, que nadaron a contracorriente y no se amedrentaron a la hora de transitar un camino que los demás tachaban de no llevar a ninguna parte, o de contradecir posturas dogmáticas y anticientíficas. Galileo Galiei, Alfred Wegener o el mismísimo Charles Darwin personifican esos genios adelantados a su tiempo que se negaron a sumirse al consenso generalizado y defendieron sus ideas, siempre sustentadas en un trabajo exhaustivo y en una batería de evidencias que harían palidecer a muchos "genios" actuales. La tentación de convertirse en uno de estos eruditos puede ser grande, y lleva  a muchos científicos de gran renombre y con una trayectoria a sus espaldas más que reconocida, a querer personificar esa ilusión heterodoxa. Dejarse llevar por dicha ilusión sin tener en cuenta todo lo que hemos expuesto acerca de los datos y su tiranía ajena a las pasiones humanas significa perder el rumbo. Lynn Margulis no tenía razón por revolucionar la concepción de la biología clásica con sus ideas acerca de la simbiosis celular; la tenía porque las pruebas y evidencias respaldaban sus postulados; y de hecho, más adelante se le fue de las manos el querer llevar dichas ideas más allá de lo que la evidencia, llegando a personificar incluso el negacionismo en temas como la existencia del VIHNo está en nuestras manos decidir si somos heterodoxos o no; es una cuestión histórica y de contexto. Puede que nuestra investigación vaya en contra de la de muchos otros, pero en la era de la información y de la rapidez de contraste de cualquier publicación, experimento o hipótesis, lo sensato es ceñirse al trabajo y las evidencias recogidas por otros. La ciencia no es democrática, dicen; pero sí existe consenso científico. Lo bello de esta situación es que dicho consenso es dinámico, y cambia tanto como cambia la disponibilidad de datos y evidencias acumuladas. Lo que algunos confunden con debilidad, es en realidad el auténtico valor de la metodología científica: su capacidad de corregirse y mejorar sus conclusiones continuamente. Si fuimos pioneros, puede que incluso lo sepamos en vida, pero normalmente pasarán años hasta que se confirme lo que realmente fuimos; pero nada hay de meritorio en enarbolar uno mismo la bandera de la heterodoxia, descalificando el trabajo ajeno, queriendo buscar genialidad y revolución cuando, lamentablemente, la época histórica de dogmatismos obtusos y oscuros que se veían desgarrados por la luminosidad de un genio puntual que podía ver más allá de sus coetáneos, ya pasó. Hay ideas revolucionarias, descubridores e inventores fantásticos... pero sus hallazgos y méritos se contrastan enseguida, y el consenso vira vertiginosamente a su favor, guiado por la ola de las nuevas evidencias. La naturaleza no ofrece síes ni noes, blancos ni negros; navegamos en un mar de tonos grises, donde es fácil cambiar de dirección siguiendo la cresta de la ola, pero con la tranquilidad de que en los momentos de calma, subidos al palo mayor y desde la cómoda posición del vigía, podemos echar la vista alrededor, reunir trabajos y más trabajos realizados antes y ahora en todos los lugares del mundo, y sacar conclusiones que cartografían cada vez con mayor precisión ese mar de grises en el que siempre parecemos navegar a la deriva.

Y ahora, para terminar, descendamos amigos míos del palo mayor, arribemos a puerto y descendamos de esta metáfora marítima para arremeter, de forma prosaica y banal, contra aquellos autodenominados heterodoxos que hacen estragos hoy día en las redes sociales. Gente que confunde sensacionalismo barato con ingenio y marketing; personajes que se mueven en un campo tan serio como la salud pública, y aun así manejan términos y definiciones como les viene en gana, con tal de llamar la atención y denunciar problemas que consideran importantes. Por supuesto que muchos de dichos problemas sí merecen atención. Pero olvidan, al lanzarse a esta estrategia, lo imprescindible del rigor cuando se habla de ciencia. Las palabras importan (se lo repito a mis alumnos en TODOS los exámenes), las definiciones deben ser precisas, las excepciones cuentan: todas ellas. Negar enfermedades para criticar el sobrediagnóstico, minimizar la relevancia de patologías mortales para denunciar efectos secundarios de ciertos tratamientos... son ejemplos de pura y simple irresponsabilidad y falta de respeto hacia los millones de personas que sufren y padecen, directa o indirectamente a causa de enfermedades incurables. No puedo sino indignarme y sentirme tremendamente cabreado cuando lo hacen personas con formación científica, que tal vez movidos por un ego desmesurado o poseídos por el fantasma de la heterodoxia*, atesorando seguidores e idolatradores que no cuestionan sus palabras, sus métodos, ni sus intenciones. Estos científicos, que pueden haber sido brillantes en su día, han olvidado la valiosa lección con la que empezábamos: tus deseos, tus ansias, tus opiniones, tus impresiones obtenidas en base a una experiencia personal individual a lo largo de la irrisoira duración de una vida profesional humana... no importan una mierda. Da igual lo genial que seas, o lo valioso de tu mensaje: todo aquello que cuentes que se aleje de los datos, de la evidencia, y más importante, que obvie el sufrimiento y el dolor de tus congéneres... no importa una mierda.

Trabaja, encuentra, denuncia, comunica. Con toda la pasión que puedas. Pero con rigor, con respeto, y con humildad. Porque hay mucho en juego, no sólo tu reputación o el que tu nombre pase a los libros.

Lo cual, dicho sea de paso, tampoco importa una mierda.


* he obviado deliberadamente la posibilidad de que estos personajes no estén movidos por fantasías de ego y heterodoxia, sino por la más vil mezquindad consistente en ganar dinero a costa de vender sus productos o sus ideas en forma de charlas y cursos magistrales. Esto directamente no es que no importe una mierda, es que en mi opinión debería constituir delito y ser perseguido cuando afecta a la salud pública, y daría para varios posts.


miércoles, 11 de mayo de 2016

Séptimo año de blog: hasta aquí hemos llegado.


Conduzco en soledad, a través de una carretera que se interna en las montañas. Me dirijo hacia Requena, para impartir una clase sobre enfermedades raras. Una clase especial: voy a hablar ante personas de entre 30 y 50 años, jubiladas en su mayor parte, que jamás han ido a la universidad. Repaso en mi mente el esquema de las tres horas de charla que me aguardan, sopesando por enésima vez la forma mas eficiente de comunicar qué es una enfermedad rara a una audiencia que probablemente jamás ha escuchado la palabra célula, alelo, o mioclonía. No es nada fácil, a priori; pero uno lleva ya unos cuantos años enfrentado a dilemas parecidos. Así que subo el volumen de la música, y dejo que los potentes acordes del último disco de Iron Maiden me envuelvan, confiando en que estaré preparado para el reto. A sus 36 años de carrera (los mismos que cumpliré yo de vida dentro de justo dos meses), la banda suena igual o mejor que el primer día. Y entonces, en mitad de uno de los múltiples cambios de ritmo de la canción, mientras los guitarristas enlazan solo tras solo... sufro una revelación. Estoy ilusionado. Ansioso por llegar y contar mi historia sobre asombrosos mundos diminutos, en los que los átomos se organizan de maneras increíble para lograr que un puñado de células se unan formando algo cuya complejidad excede con creces la suma de las partes que lo forman.

Si no se os ponen los pelos de punta con lo que sucede entre el minuto 9:07 y el 12:30, es que estáis más muertos por dentro que el Eddie de la portada del disco.

Pero claro; siempre cabe la posibilidad de que algo salga mal. Que me falle la inspiración; que subestime o sobreestime a mi público. Que la ciencia no sea tan interesante y asombrosa como creo. Que la gente haya acudido a pasar un rato y echar una cabezadita; que asistan esperando una clase magistral rebosante de erudición y datos complejos. Es un riesgo que siempre aguarda, agazapado en un rinconcito del encéfalo, dando codazos a la confianza que parece llevar las riendas en el asunto (recordad: es el temido síndrome del impostor, que también afecta a divulgadores). Así que llego al pueblo, me pierdo un par de veces - como suele ser mi costumbre - y aparco junto a la Asociación Cultural donde tienen lugar las clases del curso UniSocietat, una iniciativa organizada por la Universitat de València (que paga parte de mis habichuelas mensuales) y el ayuntamiento de varios pueblos interesados en dar a conocer la universidad, sus gentes y sus posibilidades, a personas cuyo arroz académico se considera generalmente pasado en nuestra sociedad. Es una motivación que me inspira, y como ya he dicho, un reto que asumí con gusto en cuanto se me propuso.

Saltamos unas cuantas horas. Regreso a casa con los Maiden de nuevo a tope... y mis temores completamente eliminados. He soltado mi rollo, he disfrutado haciéndolo, y lo más importante: la gente también. La respuesta ha sido inmejorable, gente haciendo preguntas, tomando notas, riéndose a carcajadas... la demostración pura y dura de que no se trata de que la ciencia mole más o menos, interese más o menos. Hay que acertar en cómo contarla, y cada público tiene sus claves. Ese día, yo acerté de pleno. Otros días no tanto. Pero si de verdad todo esto que llamamos "divulgación" debe ir más allá de una palabra que queda chula y que justifique unas cuantas horas de darle a la tecla... si de verdad tiene que servir para cambiar mínimamente la sociedad, su percepción de la ciencia y el interés por descubrir y aprender... entonces esto sí es divulgación. Mi público aprendió la problemática de las enfermedades raras, lo difícil que es investigarlas y lo necesario que es para curar otras enfermedades. No sabían lo duro y complejo que es investigar, y recibieron información de primera mano. Cambió su percepción. Tanto anotado.
¡Apúntense para el año que viene, profes y profas, estudiantes estudiantas e investigadores-oras! (http://somoscientificos.es/)

Esto fue en marzo. Empecé a escribir este post a los pocos días. Estamos en mayo, ha llegado el aniversario del blog y el post seguía sin publicar. La razón viene muy pareja: no he parado de divulgar de verdad. A la cara de la gente. De diferentes edades y condiciones. Desde una guardería hasta una clase de universitarios, a investigadores y pacientes de cáncer, a estudiantes de bachillerato. A este respecto, he participado en una de las mejores iniciativas de divulgación que jamás he conocido: se llamaba Somos científicos, ¡sácanos de aquí!, y con la excusa de una especie de concurso de popularidad de científicos, unos cuantos afortunados hemos chateado en directo, respondido preguntas, vacilado con nuestras fotos chulas de laboratorio y con nuestras ideas locas para contar la ciencia. Hemos cambiado en apenas dos semanas la percepción de muchos jóvenes confusos acerca de la ciencia, su alcance, sus limitaciones, las características de los que trabajan en ella día a día. Ha sido espectacular, instructivo, divertido e inspirador.

En medio de toda esa vorágine, he viajado cientos de kilómetros en un par de días para hablar de ciencia y ciencia ficción, y me he vestido de samurai para discutir sobre la supremacía  igualdad de los biólogos de bata frente a los de bota. Sin olvidar las clases, los experimentos, los exámenes, las colaboraciones con Principia (no os perdáis que la portada elegida para el último número a la venta, es la ilustración de ¡mi relato de ciencia ficción!) y la vida social y familiar. ¿Cómo voy a sacar tiempo para escribir en el blog?


Mis dos intervenciones en el magnífico y espectacular evento Desgranando Ciencia 3. Una de ellas más ridícula que la otra. Creo que está claro cuál.

Pues debo hacerlo. Porque todo lo que acabo de contar a grandes pinceladas ha surgido de estas páginas virtuales. Jamás lo planifiqué así, pero si estoy empezando a descubrir que mi auténtica vocación es dar charlas, clases, enseñar, compartir lo que he aprendido y hacerlo en forma de historias y narraciones cargadas de humor y espontaneidad... ha sido gracias a romper el hielo con este blog, este rinconcito de libertad absoluta, de búsqueda de un estilo, de un objetivo, de entrenamiento continuo. Han sido siete años de sorpresa, que han terminado conmigo dando los últimos retoques a la maqueta de un libro de divulgación que me ha encargado alguien que me conoció "por un blog muy gracioso". ¿Cómo no sacar unos minutos para escribir un post de cumpleblog agradeciendo a todos los que han contribuido a la cantidad de cosas que he contado, empezando por los que alguna vez han leído con cierto interés estas locuras jindetrésicas?

Haga tres meses, dos años o quince desde el post anterior, jamás consideraré que este blog está muerto, cerrado, o abandonado. Mientras me quede un mínimo de fuerzas para aporrear las teclas, pasaré por aquí, y soltaré alguna (absurda) reflexión como la presente.

Siete años, y hasta aquí hemos llegado; menudo recorrido. Para muchos puede no parecer gran cosa, pero para mí, sencillamente, me han dirigido hacia un lugar en el que me siento realizado, feliz y satisfecho. Y con muchas, muchas ganas de seguir disfrutando, aprendiendo, mejorando y buscando nuevos caminos. Nunca fue el blog más leído, más comentado ni más difundido; pero es mi rinconcito, con el permiso del compañero Banchsinger que me lo cuida y revive de cuando en cuando. Pero este blog me ha moldeado a mí mismo, tanto como yo a él. Si estás leyendo estas líneas, te doy las gracias. Y permíteme que te invite a exclamar conmigo:

Larga vida a ¡Jindetrés, sal!



miércoles, 27 de abril de 2016

Los Hijos del Protocolo y la Reproducibilidad Experimental

Al hacer ciencia todo debe quedar reflejado en el cuaderno de laboratorio. Al preparar una pócima (literal o metafóricamente hablando) debe quedar debidamente registrado cada ingrediente, su procedencia, el orden en que lo añades, el tiempo de cocción, la temperatura y las palabras mágicas exactas. La detallada receta, si funciona en su cometido, se convertirá en Protocolo y se erigirá inevitable y sagrada hoja de ruta que asegurará que tú u otra persona pueda repetir tamaño elixir (o resultado experimental) cuantas veces quiera en cualquier lugar y en cualquier momento… y serás feliz y comerás perdices… pero solo en teoría como si de un puñetero cuento se tratase. 


lunes, 14 de diciembre de 2015

Cientificonfesiones (II): el científico que no era especialmente inteligente

Anterior entrega: La ciencia a veces me aburre

Hoy lo que pretendo es realizar una especie de confesión/alegato. Puede que no me deje a mí mismo en muy buen lugar, pero me parece que es muy necesario tirar de sinceridad y transparencia. El post se resume en la siguiente afirmación: los científicos no somos gente especialmente inteligente. Esto es básicamente lo que quiero enviar como mensaje a mis lectores (especialmente a los "acienciados", como uno de mis colegas y lector ocasional Perro malo se autodenomina). Pero claro, conviene matizar.

Rick and Morty es una serie tan GENIAL, que el científico protagonista es capaz de las más increíbles proezas intelectuales pero se deleita con entretenimientos tan mundanos como, por qué no decirlo, idiotas. 

domingo, 29 de noviembre de 2015

Cientificonfesiones (I): la ciencia a veces me aburre

Quisiera hacer una breve reflexión. Como ando escaso de tiempo, he decidido a partir de ahora dar al menos unas pinceladas sobre temas que en otra época hubiesen constituido elaboradísimos posts, de esos que todo el mundo se deja a medio leer. Y la reflexión de hoy surge a partir de conversaciones con otros amiguetes dedicados al sano arte de divulgar la ciencia, como hago yo en mis ratos libres. En realidad de estas conversaciones he llegado a extraer dos reflexiones distintas pero relacionadas, que espero tratar en sendos posts. Vamos allá con lo primero, que os adelanto en el título. Aunque antes de comenzar, para evitar herir susceptibilidades o lecturas demasiado profundas de todo lo que aquí expongo, adelanto que mayormente en este texto se utiliza la palabra "ciencia" en su acepción más cercana a "método científico" o más bien como equivalente a "trabajo científico".

Esta genialidad de tira resume perfectamente lo que intento transmitir con mi post. Vamos, que si vais mal de tiempo podéis leerla y seguir a lo vuestro. 

lunes, 12 de octubre de 2015

La paciencia es la madre de la ciencia

--> Esta frase con rima es, con toda probabilidad, la que más se ha repetido en mi cabeza mientras trabajo desde que empecé mi doctorado hace muchos muchos años. No porque la haya puesto en práctica a menudo, sino por todo lo contrario. Todas las veces que la impaciencia, la prisa o la euforia han mandado por la barranquilla el experimento del momento; o cuando el protocolo manda esperar más de lo que mis nerviosos nervios pueden aguantar, he recordado a mi abuela mientras me la decía cuando siendo crío me intentaba enseñar ganchillo o evitaba que yo, azada en mano, me cargarse toda la cosecha de patatas.


Esta es una de esas sabias sentencias populares válidas para casi cualquier actividad humana, como la de “el que mucho corre pronto para” o la de “las prisas son malas consejeras”, cuyo verdadero alcance y rango de aplicación solo se llegan a comprender años después de haberlas oído por vez primera. Pero además, esta sentencia tiene algo especial para mi tanto por quien me la enseñó (persona que conoce mucho las labores de tierra y pocos los libros, aunque sabe leer, escribir y bastante de cuentas), como por el significado dentro de los mecanismos en la base de las ciencias experimentales.

Si amigos, la paciencia es clave pa(rala)ciencia. Tan importante como una madre para sus hijos o para las manos del artesano. La paciencia en ciencia es esfuerzo, lentitud, espera, repetición, aburrimiento y desesperación pero también es estudio, pensamiento, raciocinio, meditación, cautela y precisión. Eso y más, de lo guay y de lo menos guay, todo junto casi inseparable. Diametralmente opuesto a lo que, muy de refilón, se muestra en CSI y demás series guayonas donde la “ciencia” aparece como cosa de listos listísimos, que usando aparatos aparatísimos, resuelven cualquier misterio en un periquete.

En la ciencia real hasta el más listo necesita paciencia. Los que intentamos divulgar la ciencia solemos decir que la ciencia es divertida. Lo es, por eso estamos aquí. Sin embargo, desde mi punto de vista, esta diversión es una percepción global acerca de la ciencia. Preguntarse las preguntas adecuadas, indagar en su respuesta y encontrar la solución un problema suele percibirse como algo divertido, casi detectivesco. Hemos pasado de percibir las ciencias naturales como una cosa aburrida, de los tiempos de la EGB y documentales de La 2 de RTVE, a percibir como algo que puede llegar a ser extremadamente divertido, en programaciones de TV recientes (en Órbita Laika, por ejemplo). Y por el camino nos hemos olvidado de contar lo que en realidad la ciencia entraña. Se nos ha llenado la boca de contar (aburrida o divertidamente) los experimentos exitosos que han llevado a descubrimientos increíbles. No obstante, se nos ha olvidado mencionar que muchos otros experimentos han sido un fracaso y que además, en cualquier caso, la mayoría de ellos, exitosos o no, han exigido paciencia infinita.

Paciencia infinita, primero para desarrollar un protocolo experimental, lo que puede llevar años. Paciencia después, para ejecutar ese protocolo de manera que responda tus preguntas, que puede llevar semanas o meses, porque además cada paso lleva su tiempo. Paciencia para más tarde ejecutarlo tantas veces, más de tres como mínimo, como sea necesario para estar seguro del resultado (no sea que una de las veces te haya salido de chiripa). Y luego ya, para buscar y realizar otro protocolo experimental alternativo que apoye que has encontrado con primero, si es que has encontrado algo. Y si no, vuelta a empezar, sin nada, con las manos vacías. Bueno no, con las manos vacías no, por lo menos ahora sabrás por donde no tienes que volver a poner los pies. Y así siempre, paciencia infinita.

En los tiempos de la inmediatez y el termociclador que nos ha tocado vivir, parece que la paciencia no tiene cabida porque la tecnología se la come con fuerza bruta. Pero no, la paciencia sigue en la base de la ciencia pero escalada hacia arriba. Por ejemplo, hace 30 años amplificar y clonar un solo gen era objetivo y tema de tesis doctoral de varios años. Las PCRs (Reaciones en cadena de la polimerasa) para amplificar un gen se hacían a mano, pasando los botes entre baños de agua caliente o fría tantas veces como fuese necesario. Días enteros para hacer algo que hoy un termociclador hace en tres horas apretando un botón. Sin embargo, hoy eso de clonar un gen ha pasado a ser una simple frase en un esquema experimental (todo el mundo sabe cómo se hace) y el tema de la tesis puede ser clonar 100 genes y expresar sus proteínas en un organismo diferente, para luego purificarlas y generar cristales para conocer su estructura. Paciencia infinita. Porque clonar mil genes no es moco de pavo ni aun hoy, pero expresarlos exitosamente puede ser un infierno, y ya no os cuento la broma de generar cristales para todas ellas... y que luego además los cristales sean buenos.

En fin, que eso, que la ciencia es bonita y hasta divertida, pero detrás del brillo (más o menos brillante) de sus descubrimientos y procedimientos, está hecha de paciencia. Paciencia de artesano, paciencia de paciente, paciencia de pescador, paciencia de padre y madre, paciencia de buen maestro. Esa paciencia desde fuera, una vez alcanzado el objetivo perseguido, pasa desapercibida como los cimientos del magnífico edificio. Va siendo hora de que quede claro de que las virtudes que percibimos de la ciencia se pagan con tiempo y esfuerzo (a muchos niveles), que no es otra cosa que paciencia. Esto lo resume casi perfectamente una frase de Pablo Sarasate:

" He practicado catorce horas diarias durante treinta y siete años, ¡y ahora me llaman genio!”

Esa es la reflexión que quería hacer aquí hoy mientras espero enervao entre toma de imágenes y toma de imágenes a los mandos de un avanzadísimo y a la vez lentísimo microscopio confocal de barrido.

martes, 15 de septiembre de 2015

Vuelta al cole... desde el otro lado

Durante los últimos meses pre-vacaciones, mi mundo laboral sufrió un giro repentino (aunque anticipado) que me ha mantenido más alejado de lo que me hubiera gustado de este querido rinconcito de internet donde comparto mis historias con el resto del mundo (los cuatro gatos que me leéis). Como suele suceder en estos casos, este giro, que no es otro que haberme convertido en profesor (de tardes; de días sigo como investigador infatigable contra viento, marea, recortes y burócratas), me ha ido proporcionando aún más anécdotas y material jugoso que podría haber supuesto numerosos posts, paradójica y frustrantemente (creo que este adverbio no existe; pero voy a dejarlo, que estoy un poco harto de escribir de forma escrupulosamente correcta; ya os contaré, ya...); así que no he querido demorarlo más, y con la vuelta al curso que ha tenido lugar hoy (sí, me han vuelto a contratar para este curso que empieza; soy un genio engañando a mis superiores) me he decidido a escribir por fin un mini-post para romper el hielo. Porque hay muchas, muchísimas cosas que me ha apetecido escribir durante estos frenéticos meses: reflexiones sobre la docencia en general, el funcionamiento de las universidades privadas frente a las públicas, ejemplos de exámenes y ejercicios molones... pero entre todas estas historias que podría contar, una y otra vez me he dado cuenta de que hay algo que amalgama todo y sin lo cual no habría interés alguno en realizar este trabajo, ni mucho menos contarlo. Va a parecer muy obvio, pero creo que no está de más decirlo bien claro. Lo más alucinante de todo, y lo que ha hecho que vuelva con ganas a retomar este frenesí de vida... son los alumnos.

Así les he dado la bienvenida al curso de Biología Celular y Genética Humana. Mejor que quede claro cuanto antes con quién se enfrentan.

Veréis, he estado dando clase en una universidad privada. Es decir, mayormente, lo primero que se piensa de estos chicos es que son unos "niños de papá". Además, me he encargado del grupo de internacional, es decir, que son chavales que vienen de otros países. Por lo tanto, más malcriados aún, podría pensarse. Y todos sabemos que los jóvenes (encima de primer curso, para más cachondeo) son cada vez más descerebrados, más enganchados a lo fugaz, menos capaces de sacrificarse, y blablabla. Yo iba un poco acongojado por todo esto, y cuál fue mi sorpresa cuando día a día, aquella marabunta de casi 50 jóvenes y jóvenas (sí, encima 50; menudo bautismo de fuego como profesor novato) me fueron sorprendiendo con su interés, su respeto hacia el profesor, su preocupación por las notas... obviamente no todos; y algunos jetas he tenido, para darles de comer aparte. Pero haciendo balance, la experiencia ha sido fantástica. El hecho de tener a gente de tantas nacionalidades distintas, algunos de culturas muy diferentes, ha sido enriquecedor y divertido. Claro que han sido muy patanes para la mayoría de cosas... pero a mi me gusta quedarme con las notas de optimismo (mi colega @eulez dice de mí que soy un tipo muy positivo, al final tendrá algo de razón...), que consisten en ese puñado de chavales y chavalas que me han hecho las clases fáciles, que han aprendido de verdad, que me han preguntado y se han interesado por mi trabajo como investigador, que se han reído conmigo pero me han respetado cuando he puesto orden en clase... pero la prueba de que realmente tanto ellos como yo hemos ganado algo especial, la he tenido precisamente entre ayer y hoy, los dos días que he estado volviendo a la universidad y preparando la vuelta al cole. En varias ocasiones me he topado con algunos de mis antiguos alumnos, y en todas ellas la reacción ha sido la misma: se han parado a saludarme, algunos me han preguntado por el verano, otros que qué voy a dar este año, muchos se han defraudado de que no les fuese a dar clase en segundo... incluso alguno al que suspendí sin clemencia pero finalmente aprobó (precisamente recuerdo que le di un buen sermón durante la revisión que espero contribuyese al aprobado final). En general me he sentido querido, y si bien no voy a ser tan ingenuo como para creer que el hecho de que les haya caído bien o se hayan divertido en mis clases tenga que correlacionar de forma causal con un aprendizaje adecuado o un futuro intachable, no puedo dejar de pensar una cosa: que es imposible aprender y mejorar, si uno no se divierte con lo que hace, si no disfruta de algún modo. Tener un profesor con el que te sientes contento de toparte por la calle, creo que no puede significar más que algo bueno. Si me leen profesores más veteranos tal vez me digan que eso es fruto de ser el primer año, o que no significa nada, o que soy un ingenuo y un feliz de la vida; pero yo he aprovechado este tirón de buen rollo para empezar el curso con alegría, para presentarme ante mi nueva clase con renovadas energías. Veremos cómo transcurre el nuevo curso, pero tengo bien claro que voy a intentar disfrutarlo y que lo disfruten.

No puedo terminar este post sin rememorar algunos momentos curiosos del curso pasado, muy resumidos, telegráficamente: 

- Las prácticas de laboratorio comentando series, a raíz de una mosca que entró y alguien exclamó "Hey, it's like Breaking bad!"

- Los exámenes con preguntas frikis, y las aún más frikis respuestas (incluso dibujos) de la muchachada.



Esto es lo que te encuentras en el margen de los exámenes cuando preguntas sobre catecolaminas con un ejemplo de Frodo Bolsón encontrándose a un Nazgûl, o sobre el metabolismo de Peter Parker a la vuelta de luchar con supervillanos (reproducido con permiso de los autores).

- Aprenderme los 50 nombres y sus correspondientes caras, algunos rarísimos (los nombres, digo), con mención especial por haber conseguido distinguir por nombre y apellidos a las cuatro chicas musulmanas que sólo mostraban el rostro (encima eran primas, ¡parecidísimas!) y a los dos gemelos (el cambio de peinado de uno a mitad de curso ayudó; pero a pesar de eso otros profesores no los distinguían).

- Conseguir que uno de los gemelos (el más bandarra) escribiese el último examen con mejor letra que los anteriores (escritos en caracteres cirílicos, a mi entender). Fun fact: olvidó poner el nombre.

- Comentar lo increíble que era Mad Max: Fury Road con un alumno... mientras íbamos de camino a revisar su examen (suspendido, claro).


Y finalmente, la inmensa satisfacción de haber dado un voto de confianza a un par de alumnos en los que noté un potencial desaprovechado, y que me demostraron por otros medios distintos a la tradicional forma de exámenes escritos, que merecían aprobar el curso puesto que su fuerte eran otras formas de trabajar. Si de verdad hay que ir cambiando las formas tradicionales de enseñar y evaluar, como nos dicen hasta la saciedad, habrá que dar oportunidades, y habrá que tener en cuenta las particularidades de la personalidad, los puntos flacos y fuertes, de cada alumno. Es difícil, y yo solo estoy aprendiendo; pero creo que sentir empatía y facilitar la confianza, puede ser una buena vía. Si alguno intenta aprovecharse de ello, estaré atento para dejarle las cosas claras. 

El año que viene, por estas fechas, os contaré si sigo pensando igual. Tal vez escriba un post de rectificación, puesto que debo haber tenido mucha suerte con mi primera clase. Pero me alegro de haber escrito esto, para nunca, nunca olvidar lo grande que puede ser la experiencia de enseñar, y todo lo que uno mismo puede aprender.

Seguiremos informando.






jueves, 9 de julio de 2015

Soñando con Plutón

Cuando era joven (más aún, quiero decir), leí un relato de Howard Phillips Lovecraft en el que el protagonista interactuaba con unos seres venidos de otro mundo, del que decían se hallaba situado más allá de Neptuno. Como en toda obra de Lovecraft, el pobre hombre se pasa medio libro dudando entre si los acontecimientos que vive transcurren en la realidad o en un mundo de pesadilla, cuestionando tan absurdo concepto puesto que todo el mundo sabía que el sistema solar solo tiene ocho planetas, siendo Neptuno el más lejano. Hasta que, ¡oh sorpresa! De repente los periódicos saltan con la noticia de que los científicos acaban de descubrir un noveno planeta, al que denominan con el ominoso nombre de Plutón.



Recreación de los extraterrestres imaginados por H. P. Lovecraft en su mundo (fuente)

lunes, 6 de julio de 2015

Irse fuera

Mientras escribo estas líneas, el compañero y amigo Santi se encuentra allende los mares, experimentando en sus propias y magras carnes las grandezas de la movilidad exterior. Pero tranquilos, no temáis ni os acongojéis, puesto que su caso no es un exilio forzado ni una emigración impuesta; el chico se encuentra haciendo lo que en el mundillo investigador se viene a denominar una estancia, es decir, pirarte unos meses a otro país para incorporarte temporalmente a un grupo de investigación en pos de aprender una técnica que no puedes hacer en el tuyo, o completar un trabajo que requiere alguna maquinaria o persona que no puede transportarse a través de un cable de fibra óptica. Dado que el lugar escogido, aconsejado por mi maquinadora mente, ha sido el mismo al que yo hace ya la friolera de diez añazos también acudí con las mismas intenciones, se han despertado en mí una serie de memorias y sensaciones que me han hecho reflexionar sobre las bondades de viajar al extranjero. Y como en este santo blog hemos sido bastante críticos con la idea del exilio obligado y el postdoc en el extranjero como requisito sine qua non para desarrollar una carrera científica digna y de relevancia, quiero aprovechar para dar hoy una visión de la otra cara de la moneda, loando las virtudes de visitar tierras bárbaras y animando a los jóvenes y jóvenas que lean estas líneas a lanzarse a la aventura. Eso sí, con cabeza. Y cuerpo, ya puestos.

Goscinny y Uderzo fueron visionarios en el tema de la movilidad exterior (modificado a partir de aquí)

Viajar mola. Y visitar otros laboratorios/grupos de investigación, más o menos cercanos, es algo que siempre suma y nunca resta. Vaya esto por delante. Para mí fue una de las experiencias más alucinantes de la tesis, llegar a Manchester, Reino Unido, y por mucho que me hubiesen dicho que era una ciudad fea, y que en Inglaterra siempre llueve y todo eso y lo de más allá, el pasar de la noche a la mañana a convivir con gente distinta, aprender de una vez por todas a manejarme en inglés (por muchas clases, academias y visitas previas a las islas que ya hubiese realizado), encontrarme con una diversidad de culturas, razas y nacionalidades en una universidad auténticamente internacional, integrarme en un grupo donde se trabajaba con técnicas diferentes a las que yo estaba acostumbrado, enfrentarme a burócratas y normativas aún más draconianas que las que dejé atrás en mi país natal (increíble pero cierto)... todo ello contribuyó a la forja de mi actual carácter y me dotó de experiencias muy valiosas para mi futura carrera y para la vida en general. Y eso que estoy hablando de apenas tres meses (aunque aún visité más veces el lugar para terminar algunas cosas pendientes).
Además, este periodo tiene una ventaja adicional: sirve como entrenamiento, para saber hasta qué punto a uno le gustaría o no hacer una estancia postdoctoral en el extranjero. Algo que antes era casi obligatorio, ahora se puede elegir (máomeno), y aunque sigue condicionando demasiado el futuro investigador (yo lo sufro en mis propias carnes), lo  que nadie se atreve a decir claramente es que no todo el mundo está preparado para vivir en el extranjero. Hay quien no es capaz de ser feliz sin visitar a sus padres una vez por semana, y  quien entra en depresión si no come al menos una vez al mes una paella de su abuela. Esto normalmente se esgrime como características peyorativas, debilidades del carácter que le merman a uno valor como profesional. Pero para mi, que alguien sea feliz cuando realiza su trabajo es bastante importante. Y en un mundo como el actual, globalizado y comunicado hasta la náusea, es ridículo pretender que para avanzar en cualquier proyecto sea imprescindible viajar fuera. ¿Recomendable? Por supuesto, siempre. Y por eso quiero animar a la gente a que se marche, a que se curta el lomo, a que disfrute una experiencia maravillosa y enriquecedora como pocas. Este es un mensaje para motivar a los que empiezan, pero para pedirles que sean consecuentes y tengan cabeza, que no perpetúen el estereotipo de que el que se queda es por ser un paleto provinciano sin ambiciones, o al menos que si lo hacen, sea porque lo han experimentado antes y piensan que es así realmente.


Desarrollar parte de la tesis doctoral en otro grupo es muy beneficioso, y en mi opinión hacerlo en este tramo de la carrera investigadora es cuando más beneficios aporta. Y una de las razones para afirmar esto, es que durante ese periodo eres, entre otras cosas, MÁS JOVEN. Sin ataduras, sin familia, y capaz de separarte de tu pareja sin que sea un dramón, normalmente. Con una fecha de vuelta, y un trabajo por terminar esperándote. Así da gusto viajar. Yo no he vivido la experiencia de pasar varios años en el extranjero, y estoy seguro de que me hubiera encantado; pero ha sido una elección personal, basada en múltiples factores. Así que no me gustaría que se usase mi ejemplo para ni siquiera probarlo, que nadie diga "pues el Dr. Litos no se fue al extranjero y míralo qué bien publica y cómo da clases". Primero, porque siendo sinceros el no haberme ido es una losa que arrastro y que me impide acceder a muchas posibilidades laborales, por increíble que parezca hoy día y por bien que yo considere que estoy desarrollando mi carrera, en términos generales (oficialmente y según los cánones de la excelencia, está bien claro que no es así). Y segundo, porque las circunstancias de cada cual son personales e intransferibles, y en este tipo de decisiones hay un gran componente sentimental que se tiene que valorar de manera subjetiva e individual. Por eso no se puede ni generalizar diciendo que es imprescindible irse fuera, ni rechazar la opción de plano asumiendo que hoy día no aporta nada. Claro que aporta. Claro que debéis probarlo. Desde aquí os animo a hacerlo, y a compartirlo, pero si con unos meses o un añito ya os vale y no os veis capaces de repetir la experiencia más adelante, o vuestra pareja no le da la gana de seguir vuestros pasos nómadas... no sufráis. Haced el esfuerzo como otros hicimos antes, de predicar con el ejemplo, y desarrollad el trabajo más esforzado y relevante que podáis en vuestro país. Y si lo hacéis habiendo probado la experiencia, vuestra decisión siempre tendrá más valor. La verdad es que si yo me basase en mi caso personal, no podría sino recomendar la experiencia: aprendí mucho, conocí gente majísima (hice buenísimos amigos de distintas nacionalidades, cosa que me ha ayudado a mejorar mucho mi inglés escrito por seguir manteniendo el contacto), le di a mi tesis el empujón que necesitaba, y en fin, me divertí cosa mala. No se puede obviar el factor suerte y el caer junto a jefes molones y respetuosos con los guiris, pero bueno, en cualquier caso el vivir fuera una temporadita también ayuda tanto a valorar lo que dejas atrás, como a saber si podrías ser más feliz fuera de tu casa.

El amigo Santi ha aterrizado en la pérfida Albión y se ha topado con un mundo hostil, un grupo de bioinformáticos encerrados en sus propias pantallas y un trabajo de laboratorio que le resulta ajeno y agreste. Pero estoy seguro de que, extrovertido como es, y ávido de aprender y vivir experiencias, pronto se hará con el control de la situación y agradecerá haber tomado la decisión de lanzarse a la aventura. O tal vez no, y se vuelva arrepentido y seguro de que nunca va a querer juntarse de nuevo con angloparlantes antisociales. En tal caso, y aun después de haber recibido la paliza correspondiente por haberle metido en semejante fregado, no podrá negar que realizar una estancia en un grupo dirigido por un tipo llamado Magnus (de nombre, ojo, en serio) es una experiencia única e intransferible, digna de ser contada a los nietos.


El nuevo jefe de Santi; arriba, aleccionando a sus becarios en una reunión de grupo (imagen) y abajo, respondiendo a los revisores en una de sus publicaciones recientes (imagen)



Pues esto es todo cuanto tenía que decir respecto a las estancias en el extranjero, pero por supuesto podría escribirse mucho más al respecto. Es algo que siempre se ha asociado al buen desarrollo del trabajo científico, con lo que estoy parcialmente de acuerdo, aunque en la actualidad se podría debatir muy mucho cuáles son los beneficios auténticos. Está claro que los amiguetes que han hecho su postdoc en países más civilizados y avanzados que el nuestro, o les ha ido mejor en sus carreras, o al menos han vivido (o están viviendo) una verdadera revolución a nivel laboral. Se puede hacer buena ciencia por aquí cerca, pero cuesta mucho y en muchos casos uno se queda con la sensación de que no da para más.

 Así que, para decirlo en lenguaje popular y con el que todo el mundo pueda identificarse: si amáis la ciencia... ¡irse fuera!





sábado, 13 de junio de 2015

Ponga un Nobel en su vida

Hace unos días acudí a una cita en la que se nos ofrecía la oportunidad a los "jóvenes investigadores" (colectivo que hoy día aglutina desde la muchachada recién salida de la carrera, hasta los que peinamos canas, curiosidades de nuestro ámbito) de pasar un rato en compañía de algunos científicos galardonados con el premio Nobel, haciéndoles las preguntas que considerásemos pertinentes y disfrutando de su sabiduría y ejemplo, tal vez contagiándonos de la intensidad con que la Fuerza habita en tan nobles, distinguidas y preclaras mentes. Lo escribo así, desde el cachondeo, porque siempre me ha parecido un poco ridícula la forma en que se trata a estos señores, como si el hecho de ganar un premio Nobel le otorgase a uno una especie de divinidad mediante la cual su mera presencia en un acto aportase destellos de luz a las mentes cercanas. Por otro lado, es bien cierto que nosotros mismos somos los primeros en admirar sobremanera las carreras y los hallazgos de estos supercientíficos, así que nadie está libre de culpa. En cualquier caso, la ocasión podía ser interesante, y casi más importante aún, el jefe estaba empeñado en que fuésemos a agasajar a los eruditos, así que allí me planté. Os contaré a continuación un breve resumen de las impresiones que me llevé y alguna de esas (absurdas) reflexiones que me surgen cuando pienso en lo que rodea el trabajo científico y sus implicaciones para la vida y la Humanidad; así, en general.



En primer lugar, hay que reconocer que juntar en una misma sala a los científicos responsables de que hoy día sepamos cómo las células etiquetan específicamente el material que deben desechar, cómo el ADN se enlaza con las proteínas que dan forma al cromosoma, el papel del óxido nítrico en la regulación de la circulación sanguínea, o responsables de crear una técnica que permite medir la corriente eléctrica que pasa a través de un único canal situado en la membrana plasmática de una célula particular, es algo que impone (especialmente si lo lees así de seguido y sin respirar). Son personas cuyo trabajo ha roto moldes, ha cambiado nuestra perspectiva de cómo funcionan los organismos, han explicado conceptos que han permitido entender enfermedades, y han abierto líneas de trabajo que continúan expandiéndose y produciendo a su vez cientos de investigaciones igual de interesantes. Algunos han llegado casi a crear disciplinas de estudio enteramente nuevas. Y sólo cito algunos ejemplos de los relacionados con mi campo, que es el que conozco mejor.  Cuando estas personas charlan coloquialmente y cuentan sus anécdotas en plan abuelo cebolleta, no puede uno sino admirarse y constatar con asombro cómo realmente el único motor de la existencia de estos señores fue siempre el de SABER, el de RESPONDER preguntas, el de SOLUCIONAR problemas. Lo de los premios, el reconocimiento y todo lo demás, es algo extra, algo que a todos les vino cuando ya tenían su carrera más que asegurada y afianzada. Puede haber parte de impostada humildad o falsa modestia cuando ellos mismos lo afirman, pero escuchándolos realmente cuesta creer que no sea así. Por supuesto, a algunos se les habrá subido el premio a la cabeza, y todos conocemos abundantes casos de científicos que tras haber ganado un premio Nobel han sorprendido con derivas absurdas en sus carreras, con afirmaciones temerarias y sin fundamento, a veces rozando la pseudociencia. Ni que decir tiene que no todos los científicos brillantes son además personas majas y encantadoras, ni modelos de personalidad. Sin ir más lejos, esta misma semana y mientras tenía este post medio escrito, leí acerca de las desafortunadas declaraciones de uno de estos señores, pero dejaré que lo cuente mejor la compañera Molinos en este enlace, de forma más que clara y concisa. En fin, no dejan de ser personas, seres humanos con sus defectos y manías, y a veces, al fin y al cabo, personas mayores a las que se les va la olla, o personas no tan mayores a las que la olla nunca les llegó a encajar bien del todo.

Hasta aquí no descubro nada nuevo. Lo más interesante de la velada, y es principalmente sobre lo que quiero reflexionar, fueron las respuestas en torno a algunas cuestiones tocantes a cómo funciona la ciencia en la actualidad. Por un lado, acerca del actual sistema de publicación de artículos científicos; por otro, en cuanto a la labor del científico en relación a la comunicación de sus resultados hacia el gran público; también en cuanto a compaginar la vida científica y la familiar; y finalmente, en cuanto al aparente auge de pseudociencias y terapias alternativas sin respaldo científico.

Randy Schekman 8 February 2012.jpg
Aquí podemos ver a Groucho Marx Randy Schekman cogiendo aire, a punto de poner a parir a los editores de Nature (imagen: Wikipedia)

Las respuestas en cuanto a estas cuestiones tan diferentes, puede resumirse bajo un denominador común: los "laureados" demostraron, a mi humilde juicio, pertenecer sin lugar a dudas, a otra época. Si bien alguno como el polémico Randy Schekman sigue dando caña con el tema de la evaluación de los trabajos científicos y el sistema de publicación de resultados, el resto parecían resignados a no usar su influencia más que para inspirar a los jóvenes y servirles como ejemplo; ni eran conscientes del auge de las pseudociencias (alguno directamente malinterpretó la pregunta sobre este tema, afirmando que muchas de esas terapias milenarias que parecen funcionar, simplemente aún no han visto desvelados sus mecanismos de acción por falta de investigación), ni de la importancia de potenciar la labor divulgadora de los científicos, más allá de la colaboración con los periodistas. Tampoco parecían percatarse de que tal vez el hecho de que no hayan tenido que hacer grandes sacrificios en su vida personal (como afirmaron la mayoría; JA, ya comenté en este post que si para ganar un Nobel hay que pasar día y noche en el laboratorio, conmigo que no cuenten) sean porque sus parejas sí lo hicieron, y en un mundo actual tal vez no podrían haberse desarrollado como antaño. Por no hablar del que hizo el chistecito (no recuerdo quién fue en concreto) de responder "yo solucioné lo de compaginar la vida laboral y familiar al estilo francés: ¡me casé con mi estudiante!" - risas entre la audiencia. Ejem.

Lo cual me lleva a mi reflexión final: la imagen dada desde fuera, de este grupo de científicos, era la de unos venerables ancianitos, blancos y ajados, bastante homogéneos de no ser por su diferente procedencia y nacionalidad. Está claro que las nuevas generaciones de premios Nobel deben ser diferentes, la presencia de las mujeres debe ser mayor, pero más allá de esto, espero que además sus preocupaciones y percepción de la interacción entre la ciencia que hacen y el mundo que habitan debería ser mayor aún. 

Puede que esté sacando demasiadas conclusiones de un corto evento y apenas unas cuantas preguntas y sus respuestas; pero mi impresión general quedó marcada por esa sensación de que el ejemplo a obtener de estos señores pasa exclusivamente por sus trabajos y su actitud hacia la ciencia, por esa curiosidad máxima y esa necesidad de ser los primeros en descubrir y revelar los misterios de la vida; pero el mundo cambia, la ciencia cambia, las sociedades cambian. Y ni se investiga ahora como hace años, ni se dispone de la misma tecnología, ni el acceso a la información ha sido nunca como  lo es hoy. El caso de la línea de investigación que ha llevado al descubrimiento del Bosón de Higgs o los equipos multidisciplinares que analizan genomas completos o resuelven estructuras de proteínas, formados por decenas, cientos de investigadores, demuestran que los hallazgos que cambiarán nuestras vidas en el futuro no pasan por un par de cabezas osadas y geniales, capaces de responder preguntas complejas gracias a grandes dosis de ingenio, perseverancia, imaginación y muchas horas de trabajo contra viento y marea. Probablemente ambas formas de afrontar los problemas de nuestro entorno convivirán en un futuro para ofrecernos más ejemplos, tanto individuales como colectivos, de investigadores asombrosos y trabajos impecables. 

Así que mi mayor alegría fue constatar que mis compañeros científicos sentados entre los "preguntadores", los realmente jóvenes, fueron los que hicieron las preguntas más críticas: fueron los que indagaron acerca de la relación entre vida laboral y familiar, por la responsabilidad del científico en la comunicación de la ciencia, en la lucha contra la pseudociencia, y contra la tiranía y la desproporción de los sistemas de publicación y evaluación de proyectos de investigación (esto último fui yo quien lo preguntó, a lo que los señores Nobel me aconsejaron que simplemente pidiera dinero para proyectos en los que ya tuviera resultados seguros; es decir, lo que ya hacemos siempre, nada nuevo en el horizonte, véase el gráfico más abajo). Estos son temas cada vez más en entredicho, a su vez síntoma de que el mundo cambia más rápido de lo que somos capaces de reaccionar. 


Creo que el contacto con los premios Nobel es muy beneficioso; pero la mayor experiencia que podemos extraer de ello es aprender a valorar no sólo el arrojo, la entrega, la pasión por resolver problemas, la necesidad de ser creativos y de inventar soluciones cuando estas no existen, todo encaminado a generar conocimiento; sino especialmente, el ser conscientes de que ese conocimiento no debe servir únicamente para atesorarlo y para inspirar a los demás, sino también para cambiar el mundo en que vivimos. 



domingo, 19 de abril de 2015

Atención, peligro: ¡CIENCIA!

Hoy he visitado el oceanográfico de Valencia (L'Oceanogràfic), una de las más famosas atracciones de la Ciudad de las Artes y las Ciencias y ciertamente uno de los acuarios más grandes e importantes de Europa (el más grande, dicen ellos). Podría comentar mil cosas al respecto, pero tengo sueño, poco tiempo, y simplemente he querido aprovechar el comentario de una anécdota de la visita para resucitar el blog. A ver si comentando chorradas a  base de posts cortos, publico más a menudo. A ver).  

Resulta que estábamos en la cola, y una chica muy maja con chaleco de "información" ha aprovechado para explicar cómo funcionaban varias cosas. En cierto momento, ha hablado de las entradas combinadas para varias partes de la Ciudad de las Artes y las CIENCIAS (las mayúsculas tienen explicación, seguid leyendo), y ha querido hacer hincapié en que una de dichas combinaciones incluía entrada al Museo de Ciencias Príncipe Felipe. Y entonces ha enfatizado, "pero ojo, que el museo es DE CIENCIA, que está muy bien eh, pero es DE CIENCIA, así que...". Para contextualizar un poco, las otras atracciones que se pueden combinar son el oceanográfico donde nos encontrábamos (todo el mundo tiene claro lo que puede encontrar ahí) y L'Hemisféric, que es un cine IMAX, donde lo que se proyectan son documentales. También ha hecho hincapié en que son DOCUMENTALES. Todos estos hincapiés eran para las familias con niños pequeños; obviamente, al crío de dos años lo puedo llevar a ver delfines, pero no un documental ni un museo. Pero por la forma en que lo ha dicho, iba más allá de referirse a los niños. Claramente pretendía ADVERTIR a los adultos que un museo de ciencia y un sitio donde proyectan documentales podrían defraudarles con una elevada probabilidad. Si esto me lo hubiesen dicho en la cola de un museo de arte, o un estadio de fútbol, o no sé, en el McDonald's (no voy mucho a estos dos últimos sitios, pero bueno, mesentiende), aún podría haberlo comprendido. Pero que en un lugar que pretende promover el conocimiento y respeto por los animales, en un sitio que se llama ciudad de las artes y las CIENCIAS, me ha dejado de piedra. Me dirán algunos que estoy exagerando, que quiero ver más allá o que lo habré mal interpretado. Puede ser. Tampoco soy yo tan obsesivo de la divulgación ni creo que haga falta que todo el mundo se lo pase cañón con las cosas de ciencia, y prueba de ello es que el post que tengo en borradores y que iba a publicar antes que este, va precisamente sobre ciencia aburrida. No es la primera vez que en la sociedad se asocia ciencia con aburrimiento, y en cualquier caso creo que se tiene muy asumido que cualquiera puede pasarse por el museo del prado y pasar un buen rato aun siendo analfabeto, pero si te metes en un museo de ciencia no entenderás nada, te aburrirás hasta la náusea y puede que incluso te obliguen a aprender cosas que no quieres. Seguro que muchos que me lean habrán pensado algo parecido en ocasiones. Y vale, para un niño de dos años puede que esos lugares no sean (aún) especialmente divertidos, pero coartar directamente a niños algo más mayores, o sencillamente transmitir la idea de que lo que expones en tus instalaciones es aburrido en vez de vender la moto de que es la repanocha, es algo que no acabo de comprender. 

En fin, valga esta (absurda) reflexión para resucitar mi pobre Jindetrés, y a ver si me animo y dejo de pensarme el publicar el mentado post sobre ciencia aburrida, para acabar de liarla. 

sábado, 4 de octubre de 2014

Cómo NO ganar un Nobel

 
Hace unos días me encontraba yo en un congreso científico enfocado en la investigación de los radicales libres. No se trataba de analizar el comportamiento de alborotadores, terroristas ni partidos políticos minoritarios que amenazan con cambiar las cosas; sino de profundizar en el papel que juegan, dentro de nuestras células, los subproductos químicos generados por el oxígeno que las células utilizan para obtener energía. Le tocaba el turno a un investigador israelí llamado Abraham Reznick, que iba a contar cómo el humo de los cigarrillos afecta en particular a las células musculares, y la relación entre una dosis continua de dicho humo y el desarrollo de sarcopenia o degeneración muscular (pista: la cosa no acaba bien para los fumadores). Independientemente del interés del tema y de la calidad de los resultados (ambos sobresalientes), la charla comenzó muy bien porque el investigador era un señor bastante entrado en años que hablaba con desparpajo y gran sentido del humor, lo cual siempre se agradece en estos entornos. Uno de sus chascarrillos para caldear a la audiencia es el que motivó el presente post, así que lo contaré en detalle.


Bonito sitio para hacer una tesis o un postdoc. Sobre todo si te toca en una de las torres altas y tienes vistas al mar (sacada de la web oficial, por si alguien quiere probar suerte a ver si dan curro).

jueves, 10 de abril de 2014

Ensayo sobre la piscina (II): De rituales previos y gafas del Averno


" Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza "
Dante Alighieri, La Divina Comedia;
Infierno, Canto III, sentencia 9

PECADOS
Condenado para la eternidad realiza un triple salto del demonio. El jurado enloquece (fuente)

En este capítulo nos zambulliremos de lleno en el auténtico protagonista del presente ensayo: la piscina propiamente dicha. Una vez el intrépido individuo - al que denominaremos en este estado como prenadador - ha conseguido superar la prueba del vestuario, esa cámara estanca que separa el mundo civilizado del infierno azul, se encuentra en el umbral donde ya no hay vuelta atrás. Tímidamente, su pie enchancletado avanza y chapotea en el húmedo, resbaladizo y traicionero suelo que rodea el pozo de inmundicia líquida. Atónito, hace un barrido de 180º con la poca movilidad que el obligatorio profiláctico que corona su cabeza, envasándola al vacío, le permite. Y lo que su atribulado y a estas alturas totalmente desconcertado centro neurológico recibe, podría describirse fácilmente como una imagen sacada de la prosa de Dante Alighieri o extraída de una ventana hacia el Jardín de las Delicias de El Bosco.

PiscinaPetada