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lunes, 26 de octubre de 2020

Aumento de brotes

Cuando todo parecía estar bajo control, empezaron a detectarse brotes. Al principio no eran muchos; nada de lo que preocuparse. Pero poco a poco fueron llamando cada vez más la atención, tanto por su preocupante aumento como por la rapidez con que volvían a proliferar cuando se creía haber conseguido erradicarlos. Cada vez más voces se alzaban clamando por una serie de medidas que pusieran fin de manera tajante a los brotes, de cara no solo a tranquilizar a la primera oleada de colonos, sino a garantizar que el establecimiento de las futuras generaciones fuese un proceso irrevocable.

El gobierno, avalado por lo que denominaban “comité de expertos”, se apresuraba a acallar aquellas voces; pero gran parte de la población seguía sin convencerse de la supuesta inocuidad de los brotes, y de que reducirlos fuese a ser tan fácil como en las primeras detecciones, puesto que parecían darse cada vez más a menudo. Los científicos, por otra parte, no ocultaban que desconocían gran parte de los mecanismos subyacentes a la proliferación de aquellos seres. Para una especie con un metabolismo y tasa de reproducción tan lentos, resultaba inaudita la dificultad de su exterminio, dando cuenta de una resiliencia y unos recursos biológicos que escapaban al análisis más exhaustivo.

No sería hasta tiempo después, cuando ya fuese demasiado tarde para tomar medidas más efectivas, que se darían cuenta de su error. Quién iba a imaginar que la respuesta no vendría de los biólogos ni epidemiólogos, sino de aquellos eruditos más relacionados con las disciplinas históricas, arqueológicas y filosóficas. Los seres que habían dominado aquel planeta antes de su llegada no lo hicieron por superioridad numérica, puesto que compartían los ecosistemas con multitud de especies cientos de veces más abundantes; si consiguieron alcanzar tales cotas de expansión, dejando huella en todas y cada una de las áreas que poblaron, fue por haber desarrollado una inteligencia y una consciencia de sí mismos de la que carecían el resto de formas de vida que evolucionaron a su lado. Para cuando supieron que aquellos seres tenían una cultura propia y se denominaban a sí mismos “humanos”, ya era obvio que más temprano que tarde el planeta volvería a los que habían sido, hasta entonces, sus indiscutibles amos.


Este relato es una nueva contribución a @divagacionistas cuyo tema esta vez era #relatosBrotes 

lunes, 27 de julio de 2020

El sombrerero

-Mamá, no me gusta esta película.

Levantó la vista del portátil, al tiempo que dejaba escapar un poco disimulado suspiro.

- ¿Qué no te gusta, hija?

- Ha salido un personaje muy raro, “el sombrerero loco”, estaba todo el rato armando escándalo y diciendo tonterías. Y encima ha empezado a gritar que Alicia tenía síncomas de locura.

- Síntomas.

- Eso, síncomas. No entiendo nada, mamá.

El nudo que se le empezó a formar en la garganta le impidió suspirar de nuevo. Mientras le contestaba al ordenador que sí, que deseaba guardar el mensaje en "borradores", se giró hacia la niña y comenzó aquella conversación que sabía que tarde o temprano tendría lugar.

- Verás hija. A veces, hay personas a las que no les funciona bien… bueno, que no tienen el cerebro exactamente igual que la mayoría de gente. Por eso, a veces hacen y dicen cosas que  nos parecen raras. Que no se corresponden exactamente con la realidad. Simplemente, es que ellos sienten una realidad distinta. Y a veces, eso da miedo. Y la gente entonces llama a esas personas “locos”, y generalmente prefiere tenerlos lo más lejos posible.

La niña escuchaba con el ceño fruncido, como si le costase seguir todas y cada una de las palabras de su madre.

- ¿Cómo cuando alguien te mira pero parece que no te está viendo? ¿O se ríe porque sí?

Antes de que pudiera contestar, la niña pareció decidir que lo mejor era zanjar el asunto cuanto antes.

- ¿Como cuando el tío hace esas cosas tan raras?

De golpe y porrazo, esa conversación tantas veces ensayada, con todas esas analogías y cuentos de neuronas que hablaban entre sí y confundían mensajes se convirtió en un incómodo silencio. Afortunadamente, la mayoría de niños son más elocuentes que sus progenitores, y la pequeña le ahorró a su madre un dolor todavía mayor.

- Tranquila mamá, a mí me da igual si el tío tiene síncomas de locura. Pero no me gusta esa actitud del sombrerero. La voy a terminar de ver porque me gusta Alicia, pero menos mal que el tío no usa sombrero porque no me gustaría nada que se encontrase con un señor así de asqueroso.

Dio media vuelta y volvió al salón, mientras su madre la veía alejarse a través de una cortina de lágrimas.


Al fondo, la Reina Roja gritaba: “¡¡Que le corten la cabeza!!”

Las mejores frases de El Sombrero Loco - Friki Maestro









Este post es mi segunda colaboración con @divagacionistas, este mes con el tema propuesto "Locura"



lunes, 27 de abril de 2020

Siempre es un placer


- Buenos días doctor. ¿Tendría usted un minuto?

- Claro que sí. Pasa y cuéntame.

Entró en el despacho, pero no se sentó. Sabía bien que a sus superiores no les gustaba que se tomase tantas confianzas.

- Verá… iré al grano, como dicen ustedes. Se trata del último circuito que me diseñó.

El doctor frunció el ceño.

- No, no se preocupe. Va todo bien. Bueno, eso creo. Le cuento: estaba haciendo mi rutina diaria, y la he terminado 30 centésimas de segundo antes. Normalmente no hubiera prestado atención a este dato, señor, pero hoy… este conocimiento ha provocado que el silenciamiento de todos mis sistemas de alarma. Y he comenzado a registrar una serie de señales nuevas, a partir de los recién implantados algoritmos, que han conducido a la conclusión lógica de haber realizado mi tarea de la forma más eficiente posible, lo cual sin duda constituye lo más positivo registrado en toda mi memoria y… bueno, señor… no sabría cómo interpretar todo esto.

El doctor hizo un gesto para que el robot cortase su apresurada y caótica exposición.

- Tranquilo, todo está bien. Es justo lo que esperábamos. Eso que describes es exactamente análogo al circuito neuronal de recompensa que sentimos los humanos. Lo llamamos “placer”. En nuestro caso ha costado millones de años de evolución fijar la relación entre causa y efecto para grabarnos a fuego qué tipo de cosas nos convienen, y cuáles no. En el vuestro, apenas unos años de investigación. Es una gran noticia.

El robot no pareció convencido. Pero el tema de las sensaciones era nuevo para él, así que almacenó aquello para procesarlo más adelante.

- Antes de irme, hay otra cosa. Tras estas conclusiones positivas, algunas subrutinas han anticipado que tal vez mañana podría tardar más que hoy en mis tareas. Que cabía dentro de lo posible que nunca jamás volviese a alcanzar este nivel máximo de satisfacción laboral. Lo cual me genera… “sensaciones” en las antípodas de lo descrito anteriormente.

El doctor suspiró y dio a su artificial lacayo unas palmaditas.

- Ah, amigo mío… es la otra cara de la moneda. Casi me atrevería a decir que estás empezando a comprender lo que significa ser humano.

El robot permaneció callado, hasta que interpretó que la congelada sonrisa de su jefe era una forma sutil de pedirle que se retirase.

- Eh… gracias, señor.

- Siempre es un placer.

Este relato es mi primera contribución a la propuesta mensual de @divagacionistas, cuyo reto esta vez era escribir sobre "El placer".