Se había movido. Sí, estaba casi seguro: sin duda lo había hecho. De todos modos, se esperó un rato más, fijando la vista, menteniendo la repiración. Y de nuevo, el montoncito de serrín vibró, dejando entrever una diminuta y arrugada cabecita. Tuvo que contenerse para no lanzar un grito: ahora ya no cabía duda alguna. Le hubiera gustado abrir la jaula, coger en sus manos a la madre que descansaba sobre su cría y darle un beso en su peludito hocico. Lo cual, por otra parte, hubiera sido no sólo surrealista y algo ridículo, sino impracticable debido al uniforme estanco que recubría todo su cuerpo, rostro incluido. Así que se contentó con volver a colocar la jaula en su sitio con suma suavidad, y a salir de la sala para encaminarse con paso firme y decidido hacia el pasillo principal, donde un teléfono constituía su único punto de enlace con el resto del Instituto. En ese breve tramo, muchas cosas pasaron por su cabeza; pero ninguna de ellas tenía ni remotamente que ver con lo que en realidad acaba de suceder.
Porque él no lo sabía, pero aquella cría de ratón era uno de los últimos eslabones en una cadena de acontecimientos que concluiría, en apenas unos años, con la erradicación de las muertes humanas por enfermedades neurodegenerativas.
Manuel era técnico de laboratorio. En aquel país y aquella época esto podía significar muchas cosas. En su caso concreto, afortunadamente, significaba que era una pieza clave en el desarrollo de la investigación del grupo del que formaba parte. Pese a que no había estudiado ni las mismas materias ni durante los mismos años que muchos de sus compañeros de grupo, en el tiempo que llevaba formando parte del equipo había conseguido no sólo estar a la altura en prácticamente todas las tareas, sino que en muchos casos era consultado por todos los demás, había puesto a punto no pocas técnicas y protocolos, y por su antigüedad conocía mejor que nadie el funcionamiento de casi todo aquello que se necesitase manejar. Manuel no había escrito ni defendido una tesis, no asistía a congresos internacionales ni daba conferencias como invitado en otros Institutos de Investigación Biomédica. Cumplía el horario de su jornada, pero lo excedía en numerosas ocasiones. Si hacía falta acudir un fin de semana, lo hacía; y desde que se había implicado en el manejo y mantenimiento de los animales de experimentación, trabajaba más de lo que había hecho siempre. A diferencia de muchos otros investigadores, Manuel no vivía obsesionado con publicaciones, con dirigir su propio grupo de investigación, ni con llegar a ganar un premio Nobel; pero esto no restaba un ápice a sus ganas de hacer bien su trabajo, de implicarse con el proyecto ni de conseguir que sus compañeros sacasen adelante sus líneas de trabajo. Él rara vez se paraba a pensar en esto, pero más de un prestigioso investigador de dilatada experiencia se hubiese mostrado visiblemente sorprendido si hubiese podido presenciar con qué ilusión Manuel se dirigió al teléfono del pasillo del animalario, y hubiese escuchado la alegría con la que le habló a su compañero para decirle una frase sencilla pero cargada de significado. Una frase que jamás aparecería en los libros de Historia, pero que sin duda debería citarse como el principio del fin de una de las plagas más terribles para la humanidad. Porque aquella cría de ratón en concreto, para Manuel y el resto de su grupo, no significó tanto: alguien pudo terminar una excelente tesis doctoral, se publicaron unos cuantos artículos de elevado índice de impacto, y el laboratorio siguió obteniendo financiación durante unos años, situándose entre los primeros del mundo en su campo. Nada de esto aparentemente cambiaría el rumbo de la Humanidad. Pero lo más grande llegaría años después, cuando la pista hacia la que apuntaron los trabajos basados en aquel ratón transgénico fue seguida por otras tantos grupos. Y por fin alguien recibió un premio Nobel en cuya base, sin saberlo, se encontraba la frase que Manuel le espetó en aquella mañana de junio a su todavía semidormido compañero:
- Hey, tío, soy Manuel. Te llamo desde el animalario.
Dejó pasar unos segundos, esperando a que su compañero instantáneamente le preguntase por el destino de aquella cría de ratón que tanto se había estado resistiendo a nacer y sobrevivir. Casi como si fuese consciente de la importancia del momento, se limitó a decir:
- Está viva.
Este post está dedicado a todos los técnicos de laboratorio como Manuel, y a las demás personas que con su trabajo ayudan a que el día a día en el laboratorio se haga posible: visitantes temporales, becarios que terminan por no conseguir financiación, colaboradores espontáneos... gente sin la que no podrían trabajar investigadores predoctorales, doctores, ni jefes de grupo. Gente cuya labor no se reconoce lo suficiente, que muchas veces ni siquiera aparece en los artículos publicados, para la que no existe una recompensa a sus esfuerzos. Gente que no busca ni conoce lo que significa "la excelencia", pero que sin duda son excelentes en su trabajo. Hace falta mucha, mucha gente así para que la investigación salga adelante.
Yo tampoco sé lo que es la excelencia. Yo sólo sé que no puedo trabajar si no estoy rodeado de gente eficiente, y que si algo me han enseñado los años que llevo dedicándome a la Ciencia es que es un trabajo en equipo, equipo multidisciplinar, de formación heterogénea, de procedencias y destinos tan diversos como dispares.
Así que a esa otra gente que pretende saber lo que necesita este país y se atreve a juzgar lo que es la excelencia y quién sobra o hace falta, les invito a que reflexionen más a fondo acerca de la importancia de las cosas que tienen entre manos y de las consecuencias que puedan tener sus palabras y sus decisiones.
(fuente de la imagen del ratoncito)
Tan genial y sentido como siempre, o tal vez más. Breve pero intenso, el reconocimiento a la que posiblemente sea la pieza más importante de cualquier equipo, la que pasa desapercibida cuando todo va bien, pero hacia la que se dirigen todas las miradas cuando algo falla. No he podido evitar ver la cara de nuestro querido "Manuel" en cada frase, ejemplificando la "otra cara" del placer por la ciencia.
ResponderEliminarMis respetos a todos aquellos sin los que nuestra estancia en el laboratorio sería mucho más ardua, y a tí, maestro.
Desde la primera frase, he tenido la cara y la expresión de Manuel en la cabeza... que en este caso creo que ha sido el mismo Manuel que el vuestro... También he visto más Manueles, en mi caso hablan lenguas vernáculas extrañas, todos necesarios y profesionales que desgraciadamente muchas veces parecen no formar parte del equipo de investigación...
ResponderEliminarRecuerdo los tiempos en que sabías que los stocks que Manuel organizaba eran infalibles. Recuerdo los tiempos en que tener el soporte de Manuel para un experimento pelín más complicado o tedioso o era garantía de éxito. Recuerdo los tiempos donde pedir a Manuel que te hiciese el experimento que no tenías tiempo de hacer te dejaba mas tranquilo que si lo tuvieses que hacer tu mismo.
Eres grande Manuel, Gracias.
Gracias Litos por el necesario recuerdo.
Muy bueno Doc, en todos los sentidos, tu homenaje a todos esos Manueles de los laboratorios, porque -por desgracia- también existen las personas que son todo lo contrario que Manuel y suelen ser de los que más se habla.
ResponderEliminarNo he tenido la suerte de trabajar con un Manuel pero sé que existen y no cejaré en mi empreño de encontrarlo y trabajar junto a él.
Un abrazote
Quique
me ha encantado!!!! y tienes toda la raz'on del munod... no podr'iamos hacer nada en los laboratorios sin todas esas personas!!!! gracias por tu post :-)
ResponderEliminarYo he tenido un Manuel y una Manuela en mi vida investigadora y quiero desde aqui darles las gracias por facilitarme el trabajo y por hacer mucho más agradable la estancia en los laboratorio (y fuera de ellos!!!).
ResponderEliminarMuy entrañable el relato, que intuyo "basado en hechos reales", por los comentarios previos. Recuerdo que una vez un ténico se puso en contacto conmigo para contarme una de esas historias para no dormir en la que había cargado con un peso tremendo en una investigación y le estaban ninguneando después. No conocía la problemática de este colectivo (jamás he tenido la suerte de trabajar con técnicos), pero las anecdotillas que leo en interned sobre cómo les tratan a muchos, desde luego que son bastante repulsivas.
ResponderEliminarHacen falta más científicos, más trabajadores, más profesores, más de todo, lo que sobra, son por supuesto, políticos nefastos de estos. Muchos Manueles, son necesarios, para sobrellevar la carga de los que viven del cuento, del engaño y de la demagogia.
ResponderEliminarQue post más entrañable siento haberlo leído con tanto retraso pero más vale tarde que nunca, ha valido la pena.
ResponderEliminarDr. Litos enhorabuena por este post que incita a soltar una lagrimita.
He de añadir que nuestro Manuel además de darnos el apoyo científico, ordenar el laboratorio como nadie, que no nos falte ni un reactivo, oragnizar pedidos y cuidar de los ratoncitos, además siempre nos cede su apoyo más humano y nos da charlas de animo cuando las necesitamos.