Mientras escribo estas líneas, el compañero y amigo Santi se encuentra allende los mares, experimentando en sus propias y magras carnes las grandezas de la movilidad exterior. Pero tranquilos, no temáis ni os acongojéis, puesto que su caso no es un exilio forzado ni una emigración impuesta; el chico se encuentra haciendo lo que en el mundillo investigador se viene a denominar una estancia, es decir, pirarte unos meses a otro país para incorporarte temporalmente a un grupo de investigación en pos de aprender una técnica que no puedes hacer en el tuyo, o completar un trabajo que requiere alguna maquinaria o persona que no puede transportarse a través de un cable de fibra óptica. Dado que el lugar escogido, aconsejado por mi maquinadora mente, ha sido el mismo al que yo hace ya la friolera de diez añazos también acudí con las mismas intenciones, se han despertado en mí una serie de memorias y sensaciones que me han hecho reflexionar sobre las bondades de viajar al extranjero. Y como en este santo blog hemos sido bastante críticos con la idea del exilio obligado y el postdoc en el extranjero como requisito sine qua non para desarrollar una carrera científica digna y de relevancia, quiero aprovechar para dar hoy una visión de la otra cara de la moneda, loando las virtudes de visitar tierras bárbaras y animando a los jóvenes y jóvenas que lean estas líneas a lanzarse a la aventura. Eso sí, con cabeza. Y cuerpo, ya puestos.
Goscinny y Uderzo fueron visionarios en el tema de la movilidad exterior (modificado a partir de aquí)
Viajar mola. Y visitar otros laboratorios/grupos de investigación, más o menos cercanos, es algo que siempre suma y nunca resta. Vaya esto por delante. Para mí fue una de las experiencias más alucinantes de la tesis, llegar a Manchester, Reino Unido, y por mucho que me hubiesen dicho que era una ciudad fea, y que en Inglaterra siempre llueve y todo eso y lo de más allá, el pasar de la noche a la mañana a convivir con gente distinta, aprender de una vez por todas a manejarme en inglés (por muchas clases, academias y visitas previas a las islas que ya hubiese realizado), encontrarme con una diversidad de culturas, razas y nacionalidades en una universidad auténticamente internacional, integrarme en un grupo donde se trabajaba con técnicas diferentes a las que yo estaba acostumbrado, enfrentarme a burócratas y normativas aún más draconianas que las que dejé atrás en mi país natal (increíble pero cierto)... todo ello contribuyó a la forja de mi actual carácter y me dotó de experiencias muy valiosas para mi futura carrera y para la vida en general. Y eso que estoy hablando de apenas tres meses (aunque aún visité más veces el lugar para terminar algunas cosas pendientes).
Además, este periodo tiene una ventaja adicional: sirve como entrenamiento, para saber hasta qué punto a uno le gustaría o no hacer una estancia postdoctoral en el extranjero. Algo que antes era casi obligatorio, ahora se puede elegir (máomeno), y aunque sigue condicionando demasiado el futuro investigador (yo lo sufro en mis propias carnes), lo que nadie se atreve a decir claramente es que no todo el mundo está preparado para vivir en el extranjero. Hay quien no es capaz de ser feliz sin visitar a sus padres una vez por semana, y quien entra en depresión si no come al menos una vez al mes una paella de su abuela. Esto normalmente se esgrime como características peyorativas, debilidades del carácter que le merman a uno valor como profesional. Pero para mi, que alguien sea feliz cuando realiza su trabajo es bastante importante. Y en un mundo como el actual, globalizado y comunicado hasta la náusea, es ridículo pretender que para avanzar en cualquier proyecto sea imprescindible viajar fuera. ¿Recomendable? Por supuesto, siempre. Y por eso quiero animar a la gente a que se marche, a que se curta el lomo, a que disfrute una experiencia maravillosa y enriquecedora como pocas. Este es un mensaje para motivar a los que empiezan, pero para pedirles que sean consecuentes y tengan cabeza, que no perpetúen el estereotipo de que el que se queda es por ser un paleto provinciano sin ambiciones, o al menos que si lo hacen, sea porque lo han experimentado antes y piensan que es así realmente.
Desarrollar parte de la tesis doctoral en otro grupo es muy beneficioso, y en mi opinión hacerlo en este tramo de la carrera investigadora es cuando más beneficios aporta. Y una de las razones para afirmar esto, es que durante ese periodo eres, entre otras cosas, MÁS JOVEN. Sin ataduras, sin familia, y capaz de separarte de tu pareja sin que sea un dramón, normalmente. Con una fecha de vuelta, y un trabajo por terminar esperándote. Así da gusto viajar. Yo no he vivido la experiencia de pasar varios años en el extranjero, y estoy seguro de que me hubiera encantado; pero ha sido una elección personal, basada en múltiples factores. Así que no me gustaría que se usase mi ejemplo para ni siquiera probarlo, que nadie diga "pues el Dr. Litos no se fue al extranjero y míralo qué bien publica y cómo da clases". Primero, porque siendo sinceros el no haberme ido es una losa que arrastro y que me impide acceder a muchas posibilidades laborales, por increíble que parezca hoy día y por bien que yo considere que estoy desarrollando mi carrera, en términos generales (oficialmente y según los cánones de la excelencia, está bien claro que no es así). Y segundo, porque las circunstancias de cada cual son personales e intransferibles, y en este tipo de decisiones hay un gran componente sentimental que se tiene que valorar de manera subjetiva e individual. Por eso no se puede ni generalizar diciendo que es imprescindible irse fuera, ni rechazar la opción de plano asumiendo que hoy día no aporta nada. Claro que aporta. Claro que debéis probarlo. Desde aquí os animo a hacerlo, y a compartirlo, pero si con unos meses o un añito ya os vale y no os veis capaces de repetir la experiencia más adelante, o vuestra pareja no le da la gana de seguir vuestros pasos nómadas... no sufráis. Haced el esfuerzo como otros hicimos antes, de predicar con el ejemplo, y desarrollad el trabajo más esforzado y relevante que podáis en vuestro país. Y si lo hacéis habiendo probado la experiencia, vuestra decisión siempre tendrá más valor. La verdad es que si yo me basase en mi caso personal, no podría sino recomendar la experiencia: aprendí mucho, conocí gente majísima (hice buenísimos amigos de distintas nacionalidades, cosa que me ha ayudado a mejorar mucho mi inglés escrito por seguir manteniendo el contacto), le di a mi tesis el empujón que necesitaba, y en fin, me divertí cosa mala. No se puede obviar el factor suerte y el caer junto a jefes molones y respetuosos con los guiris, pero bueno, en cualquier caso el vivir fuera una temporadita también ayuda tanto a valorar lo que dejas atrás, como a saber si podrías ser más feliz fuera de tu casa.
El amigo Santi ha aterrizado en la pérfida Albión y se ha topado con un mundo hostil, un grupo de bioinformáticos encerrados en sus propias pantallas y un trabajo de laboratorio que le resulta ajeno y agreste. Pero estoy seguro de que, extrovertido como es, y ávido de aprender y vivir experiencias, pronto se hará con el control de la situación y agradecerá haber tomado la decisión de lanzarse a la aventura. O tal vez no, y se vuelva arrepentido y seguro de que nunca va a querer juntarse de nuevo con angloparlantes antisociales. En tal caso, y aun después de haber recibido la paliza correspondiente por haberle metido en semejante fregado, no podrá negar que realizar una estancia en un grupo dirigido por un tipo llamado Magnus (de nombre, ojo, en serio) es una experiencia única e intransferible, digna de ser contada a los nietos.
El nuevo jefe de Santi; arriba, aleccionando a sus becarios en una reunión de grupo (imagen) y abajo, respondiendo a los revisores en una de sus publicaciones recientes (imagen)
Pues esto es todo cuanto tenía que decir respecto a las estancias en el extranjero, pero por supuesto podría escribirse mucho más al respecto. Es algo que siempre se ha asociado al buen desarrollo del trabajo científico, con lo que estoy parcialmente de acuerdo, aunque en la actualidad se podría debatir muy mucho cuáles son los beneficios auténticos. Está claro que los amiguetes que han hecho su postdoc en países más civilizados y avanzados que el nuestro, o les ha ido mejor en sus carreras, o al menos han vivido (o están viviendo) una verdadera revolución a nivel laboral. Se puede hacer buena ciencia por aquí cerca, pero cuesta mucho y en muchos casos uno se queda con la sensación de que no da para más.
Así que, para decirlo en lenguaje popular y con el que todo el mundo pueda identificarse: si amáis la ciencia... ¡irse fuera!
Lo de irse fuera, está muy bien, pero como aquí, no se come en ningún sitio
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