Cuando era joven
(más aún, quiero decir), leí un relato de Howard Phillips Lovecraft en el que
el protagonista interactuaba con unos seres venidos de otro mundo, del que
decían se hallaba situado más allá de Neptuno. Como en toda obra de Lovecraft,
el pobre hombre se pasa medio libro dudando entre si los acontecimientos que
vive transcurren en la realidad o en un mundo de pesadilla, cuestionando tan
absurdo concepto puesto que todo el mundo sabía que el sistema solar solo tiene
ocho planetas, siendo Neptuno el más lejano. Hasta que, ¡oh sorpresa! De
repente los periódicos saltan con la noticia de que los científicos acaban de
descubrir un noveno planeta, al que denominan con el ominoso nombre de Plutón.
Recreación de los extraterrestres imaginados por H. P. Lovecraft en su mundo (fuente)
En su día, al leer
este relato, me fascinaron dos cosas: por un lado, el darme cuenta de repente
que en algún momento de la historia tan avanzado como para que existiesen las
novelas como aquella, todavía no se conocían detalles tan básicos como aquel. El
sistema solar tiene 9 planetas, ¡lo sabe todo el mundo! Pensaba yo en mi pueril
ingenuidad. Bueno, pues en los años 30, lo que sabía todo el mundo es que tenía
8. Por otro lado, el hecho de que el autor hubiese utilizado una noticia de
actualidad como aquella, y hubiese orquestado en torno a ella un fantástico
relato que pasaba, por tanto, del terreno de misterio y terror sobrenatural al de
la ciencia ficción. No en vano, Lovecraft está considerado en muchos casos como
uno de los precursores de este género, por sus relatos basados en mundos alienígenas
y seres cósmicos de distinta índole.
Volviendo a Plutón,
si bien su mera existencia era un notición en la época del amigo Lovecraft (los
años 20 del siglo pasado; la novela se publicó en 1931), hoy día es un cuerpo
celeste que sigue fascinando a propios y extraños tanto por sus características
como por la fascinante historia de su descubrimiento. Nada sabía yo de esto, y
poco imaginaba lo accidentada que ha sido su historia, más allá del hecho de
que por su pequeño tamaño en los últimos años había pasado a retirársele el
título de “planeta”. Efectivamente, en la ciencia es más que posible que los conocimientos
asumidos como pilares fundamentales se tambaleen o incluso se derriben a la luz
de nuevos experimentos, observaciones o análisis de los datos. Os recomiendo
encarecidamente la lectura de este fantástico post de Daniel Marín - lectura que por mi parte ha
inspirado el presente post - para asombraros con la forma en que los seres
humanos son capaces de predecir, imaginar y trabajar en pos de la confirmación
de sus hipótesis, en torno a temas tan increíblemente difíciles como puede ser el
identificar y describir un cuerpo que orbita a miles de millones de kilómetros,
con la ayuda de apenas unas lentes de aumento, como quien dice. Es una
narración fascinante, y el hecho de que incluso en tiempos tan “modernos” como
los nuestros aún se deba rectificar y reescribir la historia de estos
descubrimientos, no deja de ser de lo más curioso. Como complemento más
personal pero también muy instructivo a la lectura de Eureka, os recomiendo
luego pasaros por el blog del amigo Copépodo, para constatar de nuevo cómo este
tipo de historias son capaces de intrigarnos, fascinarnos e inspirarnos.
Planeta enano, sistema doble, multitud de satélites alrededor... todo en torno a Plutón es raro y curioso. Y los nombres elegidos, más sugerentes aún (ver nota al final del post) (imagen: wikipedia)
Poco más puedo
añadir a esos pedazo artículos que os recomiendo; ni entiendo mucho de
astrofísica, ni he seguido tan de cerca el devenir de la misión New Horizons, a punto de obtener imágenes en primicia histórica, aunque
obviamente estos días ando más que intrigado e interesado por catar las nuevas
aportaciones que está a punto de desvelar. Pero sí quería
aprovechar estos acontecimientos tan alucinantes para reflexionar acerca de lo
increíblemente lejos que pueden hacernos llegar la curiosidad y la ambición
humanas. La historia de los descubridores de Plutón y sus lunas, tanto los que se
equivocaron por miles de kilómetros en sus cálculos como los que acertaron de
forma casi visionaria, me parece un ejemplo maravilloso del potencial que
tenemos como especie. Desde esos primeros “calculadores”, hasta los ingenieros que han
sido capaces de montar un artefacto que ahora mismo está a punto de fotografiar
lo que en su día fue un “planeta de papel”, generaciones y generaciones de científicos,
aficionados, escritores y artistas han ido sumando con sus hipótesis,
recreaciones, historias e ideas, algunas más locas que otras, pero todas
basadas en la misma curiosidad y la misma capacidad fabuladora. Y llegados a
este punto, no puedo dejar la ocasión de hacer notar el importante papel que en
toda esta historia ha tenido la imaginación, ese componente maravilloso de
nuestra mente sin el cual muchas de esas hipótesis y planteamientos jamás se hubiesen
materializado. Los puristas de la ciencia y el método científico a veces menosprecian
o incluso critican duramente el papel de la imaginación, y hoy día es frecuente
hablar peyorativamente de cualquier observación de un científico que no esté escrupulosamente
basada en los datos; “eso es ciencia ficción”, se dice, con tono sarcástico.
Como si la ciencia ficción no hubiese sido, desde que existe como tal, motor a
su vez de descubrimientos científicos, acicate de investigadores, y en general
campo de sueños en el que se han sembrado algunos de los avances más dignos e
increíbles de la Humanidad. Precisamente cuando la ciencia no puede ofrecer
más, es la imaginación la que ha de dar el empujón, y la inventiva usada para rellenar
los huecos y unir los puntos es la primera piedra sobre la que futuras
observaciones podrían cimentar nuevas y certeras conclusiones.
En otras ocasiones, por supuesto, esa primera piedra se quedará ahí, sola y frágil, como testigo de lo que pudo ser y no fue, pero siempre atestiguando que un ser humano supo ir más allá de lo que la realidad le ofrecía, estirando los límites de la realidad y supliendo así las carencias que la metodología experimental u observacional nos impone como especie. Con este post pretendo homenajear a todos esos soñadores, esos de los que otros se burlaron, los generadores de historias imposibles y de mundos asombrosos pero irreales, pues todos ellos han compartido esa necesidad humana de no conformarse con analizar lo que tenemos bajo nuestros pies, sino también lo que hay sobre nuestras cabezas, sondeando el profundo y vasto cosmos y soñando con surcar su vacío en pos de las maravillas y misterios que esconde. Si esto no basta para justificar enteramente toda la carrera espacial y la investigación en astrofísica, como tanta gente parece cuestionar, no sé yo qué se necesita. Estirar los límites del conocimiento humano hasta los confines del universo me parece la más noble de las metas de estudio.
En otras ocasiones, por supuesto, esa primera piedra se quedará ahí, sola y frágil, como testigo de lo que pudo ser y no fue, pero siempre atestiguando que un ser humano supo ir más allá de lo que la realidad le ofrecía, estirando los límites de la realidad y supliendo así las carencias que la metodología experimental u observacional nos impone como especie. Con este post pretendo homenajear a todos esos soñadores, esos de los que otros se burlaron, los generadores de historias imposibles y de mundos asombrosos pero irreales, pues todos ellos han compartido esa necesidad humana de no conformarse con analizar lo que tenemos bajo nuestros pies, sino también lo que hay sobre nuestras cabezas, sondeando el profundo y vasto cosmos y soñando con surcar su vacío en pos de las maravillas y misterios que esconde. Si esto no basta para justificar enteramente toda la carrera espacial y la investigación en astrofísica, como tanta gente parece cuestionar, no sé yo qué se necesita. Estirar los límites del conocimiento humano hasta los confines del universo me parece la más noble de las metas de estudio.
Ninguno de esos soñadores, ni los científicos
que les proporcionaron el material para sus sueños, pudo jamás imaginar del
todo cómo sería Plutón de cerca. Así que aprovechad y soñad lo que podáis
durante estos escasos días; aunque estoy seguro de que con lo que la New Horizons
nos muestre, tendremos material de sobra para sembrar el camino de nuevos y
apasionantes descubrimientos.
O por lo menos, para imaginarlos.
NOTA: recomiendo también leer esta maravillosa saga de Dani Torregrosa en Ese punto azul pálido, para ilustrar cómo la ciencia y las Humanidades forman un binomio más potente aún para inspirar y despertar ensoñaciones fantásticas.
Genial. ;)
ResponderEliminarInteresante comparación, y las referencias son una maravilla ¡Buen trabajo!
ResponderEliminarCaramba, Litos, este curso voy desconectadísima... me perdí tu cumpleblog en mayo... y esta entrada de julio. Pero precisamente hoy que caigo buscando un post de banchsinger, me encuentro este post y casi me da miedo jejeje, porque yo también escribí sobre Plutón y mi mensaje tiene muchos elementos jindetrésicos... Para ponerse a temblar (de la emoción, claro xD)
ResponderEliminar