martes, 27 de septiembre de 2016

El reto de Isa

Durante mi carrera como investigador he trabajado en tres laboratorios distintos. En todos ellos he tenido la inmensa suerte de coincidir con compañeros de bancada magníficos, en parte reflejo de que cada uno de los responsables de dichos laboratorios fueron (son) unos jefes ejemplares, respetuosos y creadores de buen ambiente. Pero los buenos jefes no son la única razón de que un laboratorio sea un sitio donde da gusto trabajar. Hay otro factor, también humano pero que no siempre es obvio, que influye notablemente en este desarrollo de la labor investigadora. Se trata de los técnicos de laboratorio, esos profesionales de la ciencia a menudo ninguneados y pasados por alto, a los que otros investigadores miran con desdén por encima del hombro porque una vez terminan de rellenar las puntas, preparar los medios y pasar las células, cuelgan la bata y se van a su casa o a donde quiera que les apetece pasar las horas que quedan hasta la jornada siguiente, en lugar de quedarse descargando artículos o preparando un seminario de resultados hasta altas horas de la madrugada.




En su día intenté hacer honor a la labor de este colectivo con un pequeño relato, en el que precisamente homenajeaba de forma evidente a mi por aquel entonces compañero Migüel, más conocido como el Cheri, que velaba por el mantenimiento de las normas del laboratorio al mismo tiempo que era capaz de prepararte soluciones de electroforesis con una mano mientras con la otra hacía la lista de los pedidos pendientes para que nunca nadie se quedara sin material en el último momento. Hay que matizar que las palabras "técnico de laboratorio" definen a cualquiera que sea contratado en dicha categoría, pero es un puesto en el que podemos encontrar desde un técnico de FP hasta un doctor con dilatada experiencia, sin que exista absolutamente ninguna garantía de que únicamente por razones formativas uno sea más eficiente que el otro. En cualquier caso, lo que quiero recalcar es que Migüel era la clase de técnico que llevaba en aquel laboratorio casi tanto tiempo como el grupo mismo; o al menos lo bastante para que los que trabajábamos allí, incluso los más longevos del lugar, no recordásemos un mundo sin Migüel. En ese caso, igual que en su eficiencia, amabilidad y sentido de la responsabilidad, era indistinguible de la técnico de laboratorio con la que compartí el laboratorio durante la tesis: Isabel, una mujer que empezó a trabajar al mismo tiempo que se iniciaba el por aquel entonces Instituto de Investigaciones Citológicas; estaba allí antes de que mi director de tesis llegara para ficharla como encargada de su laboratorio. Podéis imaginar hasta qué punto Isabel controlaba todo lo que allí acontecía. Estas dos personas, cada una en una época distinta, me hicieron aprender lo importante que es llevar el día a día de un laboratorio de estas características para que no se desmorone. La capital relevancia del orden, de los protocolos, del mantenimiento de los aparatos, de la limpieza de las bancadas y del registro de productos y su disponibilidad. Con ellos aprendí a ocuparme yo mismo de muchas cosas, pero también me di cuenta (sobre todo cuando trabajaba en momentos que no solapaban con sus horas laborales) lo que se despreocupa uno para centrarse en sus experimentos cuando todos esos entresijos están controlados por otra persona. Ellos fueron los dos pilares, los dos veteranos a los que acudir en caso de duda durante mi tesis y mi primer postdoc. El tercer pilar, el que ha sustentado mi segundo y actual postdoc, fue otra Isabel, conocida por todos como Isa. El denominador común a todos los becarios, estudiantes de máster y demás fauna que pulula por un laboratorio tan volátil como el que me acoge hoy día. Isa siempre ha estado ahí para todos, para orientar desde al estudiante más novicio que apenas ha terminado la carrera, hasta el postdoc más empanado recién llegado de un centro de investigación donde todo era muy distinto a la universidad. Ella nos ha iluminado con su experiencia, su infinita paciencia, y su habilidad pipeteadora. 
Resultado de imagen de gente en ciencia ve a los demás

La mala noticia es que Isa ha vuelto a su hogar, a Galicia, tierra que abandonó hace unos trece años para trabajar como técnico en Valencia. Yo la conocí en algunas reuniones del CIBER de enfermedades raras, donde descubrí que también pasó en su momento por el Instituto de Biomedicina de Valencia, donde yo trabajaba entonces. Todos en aquel centro se acordaban de la gallega que igual purificaba proteínas que te hacía unas minipreps con los ojos cerrados. Cuando finalmente entré a formar parte del grupo en la universidad, fue un alivio encontrar una cara conocida y con tan buenas referencias, pero no imaginaba hasta qué punto iba a terminar preguntándole incluso dónde buscar un bolígrafo para anotar cosas en la libreta. Isa ha puesto a punto protocolos, ha cambiado las normas del laboratorio adaptándose a sus componentes en cada momento, ha intentado poner orden cuando tocaba y cuando ha visto que alguien era demasiado cerril se ha limitado a seguir trabajando a su rollo, sin montar numeritos ni grandes dramas, intentando siempre que el trabajo saliera adelante con el mínimo trastorno posible para todos. Hay muchas aptitudes que destacar en Isa, pero como ya comenté en el mencionado post sobre los "Manueles" de los laboratorios, todas esas aptitudes rara vez computan en los baremos por los que se consiguen los méritos ne ciencia. Artículos "a peso", patentes, estancias en el extranjero, recaudación de dinero para proyectos... nada de eso es habitual en ningún técnico de laboratorio, y aquellos que no quieren pasar por el aro de realizar una tesis y seguir el camino establecido para ser un investigador "de excelencia", se ven condenados a un eterno segundo plano, el nivel salarial más bajo, y la mínima presencia posible en los proyectos de investigación. Incluso ven desaparecer su nombre en artículos donde sin sus manos no se hubiera llegado ni a realizar la mitad de experimentos. Paradójicamente, la presencia de estos profesionales es crítica, fundamental, para que todos los que sí firman, todos los que sí viajan y todos los que sí patentan, puedan ir poquito a poco escalando posiciones hacia puestos más dignos (siempre sin pasarse, claro; recordemos que hablamos de ciencia. Y de España).

¿Y a santo de qué os cuento todo esto? Porque creo que es importante decir que cuando Isa regrese a su ciudad natal, no lo hará por la puerta grande. Lo hará como si empezase de cero, teniendo que granjearse de nuevo la confianza y el respeto de aquellos que tengan la suerte de trabajar con ella. Porque bajo el brazo llevará un delgadito currículum que no será ni una sombra de la cantidad de estudiantes  a los que ha formado, postdocs a los que ha sacado las castañas del fuego, artículos que han surgido a raíz de los protocolos y técnicas refinados gracias a su tesón y perseverancia. Hasta que no se imponga una nueva forma de valorar y ponderar las cualidades de los científicos - sean doctores, jefes de grupo o técnicos de laboratorio - nuestros centros de investigación y universidades seguirán perdiendo un potencial humano insustituible. Porque Isa volverá a su casa y a su familia, por fin, y eso me tranquiliza en esta historia; pero nuestro grupo la echará de menos. Mucho, muchísimo. Porque no es habitual que la calidad profesional se aúne con la calidad humana, y nadie valora lo importante que es saber trabajar en equipo, ser amable, respetuoso y responsable; pero todos sabemos lo difícil que es que todo ello coincida, y echaremos de menos día tras día tanto al profesional como a la compañera y amiga. Y nuestra universidad debería plantearse en qué condiciones ha estado Isa trabajando, viendo su puesto constantemente en entredicho, sin garantía alguna de tener la continuidad que merece un técnico de laboratorio de los que cumplen con su trabajo. La verdadera historia que debería contaros hoy es que Isa volvió a su hogar, pero rechazando un puesto fijo y bien remunerado. No teniendo que empezar de cero enfrentándose al reto de demostrar, por enésima vez, lo que ya demostró durante los trece años que pasó en una ciudad ajena y lejana.

Estoy seguro de que triunfará, allá donde vaya, porque la buena gente se hace su hueco, le cueste más o menos. Aunque todo lo que tenga en su mano sea un par de enfervorecidas cartas de recomendación, y un post en un insignificante blog científico-lúdico donde uno de sus compañeros lamenta su partida, pero confía en que pronto ella misma leerá esas líneas con una sonrisa de oreja a oreja. Porque el trabajo bien hecho deja huella. Y cualquiera que sea un buen investigador, sabrá seguir esa huella.

Mucha suerte, Isa. Y gracias por todo.


9 comentarios:

  1. ...Pues yo si que recuerdo los tiempos preMigüelianos. Antes de "el Cheri" todo era horror y caos. De Isa creo recordar su extraordinaria amabilidad en pasillos y cocina, siempre con una sonrisa. Chuck Norris a su lado es un mindundi. Y como ellos, tantos otros con los que he tenido la suerte de trabajar. Debe de ser una norma, los laboratorios decentes y buenos siempre tienen técnicos excepcionales. O viceversa, los que tienen técnicos excepcionales, se convierten en decentes tirando a buenísimos. Simple y llanamente por que las cosas funcionan. Una pena en esta tierra la falta de una medida adecuada del trabajo hecho para la ciencia. Me consuela pensar que esto de las cartas de recomendación, que es tan arcaico y enchufista (sobre todo en la privada), también tiene su lado bueno. Da una oportunidad a aquellos jugaron de manera excepcional pero la suerte les impidió ganar.

    Desde la gratitud, les deseo suerte.

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  2. Hola,

    he llegado a tu post a través de Twitter, también allí te he citado, pero quería poder explayarme un poco más.

    Gracias por poner en valor un trabajo muchas veces es menospreciado sin motivo.

    Mi mujer lleva 14 años trabajando en investigación (de hecho también se llama Isa y trabajó en el IIB no en el IIC, pero al leer rápido hasta pensé que hablabas de ella :P) y por desgracia en más de una ocasión ha llegado a casa con una frase fuera de tono clavada en la cabeza y en su orgullo que hacía referencia a su titulación.

    De nuevo, gracias.

    Un saludo.

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  3. Hola!

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    Un saludo


    Manu


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