Aquel rincón del citosol era un sitio especialmente tranquilo. Estaba tan alejado del núcleo como de la membrana, y apenas había tráfico. Se trataba de un espacio oculto tras un grupo de mitocondrias de pequeño tamaño, por lo que por allí nunca sucedía gran cosa; y cuando había algo de movimiento, normalmente se debía a proteínas que no deseaban llamar la atención. Y si algo no quería aquella pequeña isomerasa, era precisamente llamar la atención. Saltó del microtúbulo por el que se había estado desplazando, se encaminó con disimulo hacia una de las mitocondrias y en el último momento se deslizó por la membrana externa del orgánulo, desapareciendo de la vista de cualquier curioso. Nada más entrar en esa zona oculta, otra proteína salió a su encuentro.
“Se trataba de un espacio oculto tras un grupo de mitocondrias de pequeño tamaño, por lo que por allí nunca sucedía gran cosa… “(imagen)
- ¿Lo has traído? - le espetó, rudamente.
- Sí sí, tengo el material aquí mismo – contestó la isomerasa, señalando hacia un recoveco de su estructura terciaria. Pero cuando hizo ademán de mostrar su mercancía, la otra proteína la detuvo con brusquedad.
- ¡Espera, idiota! ¿Acaso quieres delatarnos? Guarda eso y ven por aquí.
Sin pensarlo un instante siguió a la malcarada proteína, alejándose de las mitocondrias. Recorrieron una distancia corta, pero durante todo el trayecto la joven isomerasa se repetía una y otra vez que era una locura haberse juntado con aquel tipo de moléculas. Puede que una pequeña proteína como ella no hubiese jugado un gran papel en el entorno celular durante el último ciclo, pero todos sus conocidos le instaban a que tuviera paciencia, que su momento llegaría. Pues bien, se había cansado de esperar. Si no podía influir en el destino de la célula por sus propias características bioquímicas, buscaría a alguien que tuviese las herramientas necesarias para hacerlo. Y allí estaba, tras haber recorrido los alrededores de la membrana externa, rastreando toda traza posible del material que aquella banda de proscritos llevaban ciclos buscando. Estaba segura de haber conseguido cantidad suficiente como para que le admitieran en la banda.
Pero no podía quitarse la sensación de que estaba equivocándose.
Cuando el miembro de la banda que había salido a su encuentro se detuvo en seco, salió de su ensimismamiento, para percatarse de que habían entrado en un círculo formado por cuatro fosfatasas de gran tamaño, a cada cual más siniestra. A todas luces llevaban varios ciclos sintetizadas, habían sufrido modificaciones postraduccionales de todo tipo, y algunas incluso mostraban orgullosas grotescas deleciones en su estructura. No necesitó ver más para saber que no tendría escapatoria de semejante grupo. No había vuelta atrás.
- Este renacuajo dice tener mercancía para nosotros – dijo la proteína que la había guiado hasta allí. Ni poniendo todo su empeño podría haber hablado de forma más despectiva.
La fosfatasa más grande avanzó hacia ellos. Sintió un escalofrío cuando habló: fue una única palabra, pero destiló tanta autoridad como el discurso de un general.
- Veamos.
- Veamos.
Había llegado el momento. La isomerasa se irguió, y de su cavidad hidrofóbica emergieron unos cuantos aminoácidos. Un resplandor iluminó los ávidos rostros de los miembros de la banda cuando, ante ellos, una increíble cantidad de cationes metálicos divalentes aparecieron, conjugados con los aminoácidos de aquella proteína advenediza.
La misma proteína que tan amenazadora le había parecido se mostraba ahora casi inocente, absorta observando aquel resplandor.
- Magnesio, manganeso... ¡incluso zinc! Por todos los ribosomas, esta mequetrefe nos ha conseguido activación para todas durante los próximos veinte ciclos...
Casi al unísono las demás proteínas comenzaron a dar saltos y a sacudirse unas a otras. La que le había guiado apoyó su extremo carboxilo terminal en la joven isomerasa, que no podía dejar de sonreír, aliviada.
- Pequeñaja, has pasado la prueba, y con creces. Con lo que has traído, ni siquiera ese desgraciado de Batablanca se atreverá a intentar detenernos.
- ¡Exacto! - gritó otra fosfatasa cercana –, ¡el muy estúpido no encontraría este escondite ni traído directamente por una kinesina!
- Esperad un momento, creo que os estáis pasando...
Todos callaron para volverse hacia el incauto que osaba estropear el momento. Una proteína glicosilada aparatosamente avanzó hacia el interior del círculo y atrajo toda la atención mientras seguía hablando.
- Me parece que estáis infravalorando las habilidades de Batablanca... - dijo mientras se acercaba a la isomerasa - ...puede que no sea capaz de estar en todos los rinconces celulares a la vez, pero no debemos olvidar que el tipo, desde hace un tiempo, trabaja en equipo.
Los vítores cesaron. El cabecilla del grupo cambió su expresión. Empezaba a comprender. Pero ya era tarde: el aguafiestas se deshizo de la capa de glicinas que cubría su auténtica estructura, y con un rápido movimiento se hizo no sólo con el cargametne de preciados metales sino con toda la estructura de la pequeña isomerasa, inmovilizada por el miedo.
- ¡Maldita sea, es Bamacheuno! ¡Nos ha engañado como a polipéptidos recién sintetizados! ¡¡A por él!!
Las fosfatasas se abalanzaron contra Bam, pero éste fue más rápido. Se impulsó hacia arriba arrastrando consigo a la isomerasa, al tiempo que de un golpe descomponía la capa de glicinas que había camuflado sus rasgos. Los aminoácidos salieron en todas direcciones, golpeando a sus enemigos y desorientándolos mientras él seguía ascendiendo hacia las mitocondrias.
Los miembros de la banda no tardaron en recuperarse e iniciar la persecución; les habrían dado alcance bien pronto, pero al llegar a la mitocondria más cercana Bam depositó el preciado cargamento y la pequeña proteína resguardados tras una cresta, al tiempo que recogía un par de átomos de zinc. Cogió impulso, y los lanzó con todas sus fuerzas hacia uno de los microtúbulos que cruzaban por encima de la mitocondria.
Esto dividió a sus perseguidores, haciendo que dos de ellos se lanzaran en pos del preciado elemento. Pero el resto siguió avanzando con aspecto de no tener muy buenas intenciones. Justo en ese instante, una voz seria, sin apenas inflexiones, se alzó sobre el alboroto.
- Vaya, con que soy un desgraciado y un estúpido... no creo que sea muy estúpido si he conseguido infiltrar en vuestras filas a un agente durante todo este tiempo, ¿no creéis?
Las fosfatasas se detuvieron en seco. Una figura había aparecido sobre la membrana mitocondrial, erguida e imponente, la bata ondeando en el citosol. De por sí, encontrarse cara a cara con el Investigador Celular más respetado y temido en el entorno intracelular era preocupante; pero más preocupante para aquella banda era comprobar que en sus manos portaba algo contra lo que no tenían defensa alguna. Antes de que pudieran lanzarse en retirada, Batablanca lanzó hacia ellos el EDTA.
“…encontrarse cara a cara con el Investigador Celular más respetado y temido en el entorno intracelular era preocupante; pero más preocupante para aquella banda era comprobar que en sus manos portaba algo contra lo que no tenían defensa alguna”
El espectáculo fue desolador. Las fosfatasas intentaban esquivar las moléculas de EDTA, pero era demasiado tarde: sus centros activos, al verse desprovistos de los cationes divalentes, quedaban inutilizados, dejándolos inermes, débiles y sin capacidad de escapatoria. No dejaba de resultar paradójico el hecho de que instantes antes se hubiesen hallado en presencia de una fuente de cationes que les hubiera hecho invencibles; pero Bam y Batablanca habían conseguido coordinarse para recuperar el cargamente y lanzar el EDTA de forma que las fosfatasas nunca tuvieran una oportunidad.
Mientras tanto, la pequeña proteína observaba atónita el desarrollo de los acontecimientos. De pronto, lanzó un chillido de horror al ver que el cabecilla del grupo había conseguido esquivar el EDTA y se aproximaba hacia el lugar donde el zinc lanzado por Bam había caído. Fue justo entonces, cuando ya estaba a punto de hacerse con él, cuando el último agente de Batablanca entró en escena.
Con una gracilidad natural que sólo se le conoce a las ubicuitina ligasas, Malina recogió el zinc y lo acopló entre los dedos de su dominio RING. Con un gesto tan sensual como amenazador, reestructuró sus dominios y se colocó en una postura sinuosa, sin dejar de mirar a las fosfatasas que habían quedado paralizadas. Estas observaban sus movimientos con una mezcla de temor y lujuria en sus miradas.
El resto fue rápido. Cuando quisieron darse cuenta, habían sido ubicuitinadas y eran arrastradas hacia el proteasoma. Malina despidió con una sonrisa a la ubicuitina conjugasa que había facilitado la ubicuitinación.
- Muchas gracias, querido...
- Siempre es un placer, preciosa. Sobretodo si se trata de deshacerse de elementos como estos...
Batablanca y Bam aterrizaron sobre el microtúbulo. El primero lanzó una mirada de reprobación hacia la ligasa.
- Muñeca, sé que está en tu naturaleza, pero agradecería que limitases tus interacciones con otras proteínas al menos mientras esté presente.
- Oh, pobre Batablanca, se pone celoso... tal vez la próxima vez dejaré que esas fosfatasas me desfosforilen, para que puedas venir a rescatarme, ¿preferirías eso?
Batablanca sonrió. La pequeña proteína estaba alucinada, admirando aquella incréible escena. Habiá oído hablar tanto de aquellos atípicos héroes, y ahroa se encontraba entre ellos y... entonces recordó porqué estaba allí. Se dio cuenta de que su situación no era muy halagüeña.
Bam debió percatarse de su inquietud. Le palmeó con simpatía las hélices alfa.
- Tranquilo, enano. No vamos a meterte entre fagosomas, si es lo que te preocupa. En realidad has hecho un trabajo increíble recogiendo todos esos metales, así que creo que podremos encontrar una manera de que respondas por tus errores al tiempo que haces un buen servicio. ¿No es así, jefe?
Batablanca se giró hacia el pequeño.
- Sí, creo que algo encontraremos. No eres el primer jovenzuelo que sueña con entrar en una banda de metal, ni serás el último.
La isomerasa se encogió cuanto pudo, avergonzada. El investigador hizo como que no se percataba. Se quitó el sombrero, lo sacudió un poco y volvió a colocárselo, con una clase que pocas macromoléculas podrían imitar. Durante un rato nadie dijo nada, mientras a su alrededor todavía algunas moléculas de EDTA conjugadas con cationes flotaban a la deriva. Por fin, Malina alzó a la pequeña isomerasa en brazos y comenzó a alejarse. Los demás la siguieron.
- Muchas gracias, querido...
- Siempre es un placer, preciosa. Sobretodo si se trata de deshacerse de elementos como estos...
Batablanca y Bam aterrizaron sobre el microtúbulo. El primero lanzó una mirada de reprobación hacia la ligasa.
- Muñeca, sé que está en tu naturaleza, pero agradecería que limitases tus interacciones con otras proteínas al menos mientras esté presente.
- Oh, pobre Batablanca, se pone celoso... tal vez la próxima vez dejaré que esas fosfatasas me desfosforilen, para que puedas venir a rescatarme, ¿preferirías eso?
Batablanca sonrió. La pequeña proteína estaba alucinada, admirando aquella incréible escena. Habiá oído hablar tanto de aquellos atípicos héroes, y ahroa se encontraba entre ellos y... entonces recordó porqué estaba allí. Se dio cuenta de que su situación no era muy halagüeña.
Bam debió percatarse de su inquietud. Le palmeó con simpatía las hélices alfa.
- Tranquilo, enano. No vamos a meterte entre fagosomas, si es lo que te preocupa. En realidad has hecho un trabajo increíble recogiendo todos esos metales, así que creo que podremos encontrar una manera de que respondas por tus errores al tiempo que haces un buen servicio. ¿No es así, jefe?
Batablanca se giró hacia el pequeño.
- Sí, creo que algo encontraremos. No eres el primer jovenzuelo que sueña con entrar en una banda de metal, ni serás el último.
La isomerasa se encogió cuanto pudo, avergonzada. El investigador hizo como que no se percataba. Se quitó el sombrero, lo sacudió un poco y volvió a colocárselo, con una clase que pocas macromoléculas podrían imitar. Durante un rato nadie dijo nada, mientras a su alrededor todavía algunas moléculas de EDTA conjugadas con cationes flotaban a la deriva. Por fin, Malina alzó a la pequeña isomerasa en brazos y comenzó a alejarse. Los demás la siguieron.
Y de nuevo aquel rincón de la célula quedó tan tranquilo y en calma como había estado siempre. Con la salvedad de que, si se escuchaba con atención, todavía podían escucharse los ecos del metal.
Esta historieta científico-lúdica participa en la XV Edición del Carnaval de Química alojada en esta ocasión por Luis Moreno Martínez en El Cuaderno de Calpurnia Tate
Me has matado cuando bataman saca el EDTA, juaaas, genial, muy grande Dr. Nunca dejarás de sorprendernos. Pero me da mala espina que el asunto se haya quedado tan cerrado y tranquilo, indica ausencia de continuación jeje.
ResponderEliminarBueno, ¿para cuando un descontrol del monstruo P53? sus dominios intrínsecamente desordenados la podrían liar muy parda jejeje, ahí lo dejo.
Lo estaba esperando desde el principio y aún así me he emocionado como una chiquilla cuando aparece por primera vez Batablanca ¡le echaba de menos! aaaiiins...y el siempre fiel Bam, y Malina, no tan fiel siempre, pero me ha conmovido verlos trabajar juntos de nuevo por el bien del entorno intracelular.
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