Todos los días, en cientos de laboratorios de investigación diseminados por todo el mundo, casi al mismo tiempo hay una misma cantidad de personas gritando "¡Eureka!" que "¡Maldita sea mi estampa!" (o algún localismo equivalente). Constantemente se hace notar lo importante que es la vocación en este tipo de trabajos, y si bien no me gusta recalcarlo demasiado (es una excusa muy recurrente para propiciar condiciones laborales abusivas), es una evidencia que no se puede negar. Cuando pisamos por primera vez el laboratorio, inevitablemente estamos pensando en descubrir cosas, curar enfermedades, atrapar el escurridizo bosón de Higgs, erradicar el hambre en el mundo o revolucionar los materiales sintéticos. Estas ambiciones pueden desarrollarse de manera exacerbada, llegando a producir la falsa imagen de que los científicos son una élite sedienta de fama, unos ególatras obsesionados con ocupar un lugar en los libros de historia; pero creedme amigos, que esto supone una fracción bastante pequeña del total de trabajadores que se dedican a la investigación. Es más bien una caricatura, aunque es común encontrarse con personajes que se creen por encima de la media, o que por ser ciertamente inteligentes tienen derecho a menospreciar al resto de la humanidad. Pero normalmente estas ambiciones quedan bajo control y sencillamente propician algunos comportamientos excesivos como trabajar los fines de semana o machacar a los familiares con explicaciones farragosas que ni piden ni disfrutan. Algunos científicos llegan a desarrollar lo que se ha conocido como síndrome EDC, otros sencillamente se hacen un blog para dar rienda suelta, de manera inofensiva, a esa egolatría latente.
La verdad es que el ambiente en un grupo de investigación es muy distinto a lo que se suele pintar en películas, series de televisión o best-sellers literarios. A menudo se trabaja en un tema general que puede ser tremendamente amplio, el cual se empieza a tratar siguiendo una línea de trabajo muy concreta. Los objetivos en investigación básica suelen ser generales y amplios: “estudiar tal enfermedad”; “analizar el efecto de tal compuesto sobre tal proceso”… digamos que se sabe cuál es el destino al que se desea llegar. Y una vez se empieza a andar por el camino que trazan los objetivos básicos del proyecto, comienzan a surgir las intersecciones, los pasos a nivel, los baches y badenes, y todo tipo de imprevistos que hacen que debamos dar rodeos, construir puentes, pedir indicaciones y muchas, muchísimas veces retroceder sobre nuestros pasos para buscar un recorrido más adecuado a la hora de llegar al mismo punto. Y en todo este proceso, nuestro destino se vislumbra lejano, inalcanzable.
Poco a poco uno se va dando cuenta de que el trabajo que desarrollamos no consiste en encontrar el camino más rápido hacia dicho destino; esta sería la concepción que los científicos caricaturescos que hemos descrito antes manejarían. Pero en realidad, lo que tenemos que hacer es sacar una foto del destino, pegarla en el salpicadero (manillar, zapatilla, cualquiera que sea el medio de transporte) y con dicha imagen siempre presente preocuparnos de allanar el camino, rebasar los baches, hacer caso de todas las posibles vías de acceso, analizar todos los posibles vericuetos. Nuestra tarea es un minucioso esfuerzo colectivo, en el que con la ayuda de nuestros compañeros más cercanos, y de todos aquellos que compartan nuestro destino (u otro similar), reunir información, mejorar el camino y los medios de transporte, y poco a poco asegurarnos de que estamos construyendo una manera segura y certera de arribar a buen puerto.
Frecuentemente nos encontraremos con terrenos endebles, arenas movedizas que podrían atorarnos para siempre; en lugar de pasarlas por encima o esquivarlas irresponsablemente, tenemos que conseguir reforzar esa parte del terreno para que los que vengan detrás no se hundan y puedan avanzar más rápido. Si encontramos indescifrables señales marcando las intersecciones, conviene detenernos a aprender qué nos indican y rehacerlas de manera que la indicación quede bien clara para el siguiente. Y para cuando queramos darnos cuenta, no habremos avanzado demasiado, pero conoceremos mejor que nadie el terreno. Habremos desarrollado un plan de viaje riguroso, dispondremos de un croquis bastante más detallado, tendremos planeado un recorrido mucho más seguro que nuestro avance inicial a trompicones.
Esto, amigos, es el día a día del trabajo en investigación. Andar un mismo camino en muchas direcciones, con pasos cortos, avanzando y retrocediendo. Asegurando cada posición antes de avanzar un tramo nuevo. Es un trabajo imposible de realizar en solitario. Un trabajo frustrante cuanto más miramos el lejano destino final al que parece que nunca llegaremos. Pero un trabajo gratificante si pensamos en que cada uno de nuestros pasos es increíblemente útil. Algunos de estos pasos quedarán registrados en los mapas y guías que nuestros sucesores y compañeros utilizarán para avanzar más deprisa y de manera más segura; otros, se convertirán en huellas en el barro que otros pasos más firmes desdibujarán, aunque a nosotros siempre nos habrán servido en su momento para saber que errábamos el camino y debíamos retroceder. Creo que es una tarea enormemente importante, un esfuerzo colectivo con resultados sólo visibles a largo plazo, pero que da satisfacciones a corto plazo si sabemos entenderlo. Debemos convertir cada pequeño metro de avance en una victoria en sí misma, y cada retroceso en un mero obstáculo cuya superación nos facilitará a su vez nuevos avances. La mayoría de las veces ni siquiera sabremos para qué sirve anotar las características de un camino por el que no pensamos continuar, pero reconforta saber que grandes destinos se han alcanzado cuando alguien se ha encontrado (por suerte, por error o siguiendo una intuición de origen desconocido) con esas sendas ramificadas aparentemente dirigidas a ninguna parte, y ha sabido encontrar la auténtica importancia de los lugares hacia donde esas sendas llevaban. Los destinos que nos planteamos son sólo una forma de avanzar, un logro máximo del que derivan lugares fascinantes e inesperados.
Y lo más importante, debemos intentar hacer pública la importancia de conocer el camino hacia estos destinos. Porque al fin y al cabo, cada destino particular no es sino una de muchas estaciones que llevan a un único lugar: entender el mundo en que vivimos. Entenderlo y conseguir una vida mejor para los que lo habitamos. Todas estas tareas sólo son válidas mediante la utilización del método científico, y la ciencia es el único modo de conocer el camino que pisamos con seguridad y certeza de que lo hacemos correctamente. Que nadie os engañe: ninguna de las tareas que forman esta titánica empresa es menos importante que las demás. Hay muchos caminos que explorar; pero sin ciencia, no habrá un destino que alcanzar.
Y en ese caso, lo único seguro es que estaremos perdidos.
Podéis encontrar más aportaciones a la iniciativa #sinciencia en Amazings, lainformación.com o siguiendo en twitter la etiqueta #sinciencia.
¡¡¡Genial Dr. Litos!!! Gracias por regalarnos un poquito de esa sabiduría que da la experiencia para poder enfrentarnos día a día a este pequeño mundillo lleno de fracasos y sinsabores entre los cuales de vez en cuando despuntan pequeños éxitos. Creo que de vez en cuando tendré que releer este "post" para recordarme a mí misma que lo importante, como dijo Napoleón, no es ganar siempre, sino no rendirse nunca. Con la ventaja de que aquí siempre aprendemos algo más. Sinceramente, ¡el post parece escrito para mí!
ResponderEliminarPoeta, que eres un Poeta!! y además con mas razón que un santo.
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