viernes, 14 de septiembre de 2012

Miguelito slasher (capítulo 2)

Este relato de suspense neorrural constituye el segundo capítulo de un experimento conjunto entre Copépodo y servidor de ustedes: se trata de una variante de cadáver exquisito, un relato por entregas en el que cada autor desconoce las intenciones del otro y debe continuar la historia a partir del punto en que la dejó el anterior. Podéis leer el primer capítulo pinchando aquí.

MIGUELITO SLASHER

Capítulo 2


Es curioso cómo en la vida los puntos de inflexión son siempre impredecibles e inesperados. Pero más curioso es que se puedan definir siempre (a toro pasado, por supuesto) de manera harto concreta y puntual. Meses más tarde, mientras abría una nueva caja de tranquilizantes, Julián reflexionaba acerca de estas cuestiones y se debatía entre otorgar la categoría de punto de inflexión a la decisión de lanzarse por aquella salida de la autopista o al momento en que cruzó la cortina de macarrones del bar... 

Aquel bar... en aquel pueblo.



Nada más apartar la cortina, un enjambre de moscas, seguramente atrapadas durante generaciones, salió disparado hacia la luz del exterior mientras Julián y su hijo se adentraban en las tinieblas. Padre e hijo se quedaron allí, en el umbral, olvidando momentánemante que habían entrado para buscar a su mujer e hija, madre y hermana respectivamente. Pero para alguien acostumbrado a la eficiente y pulcra iluminación de los leds, se necesitaba un rato para acostumbrarse a aquellas condiciones lumínicas tan precarias, debidas casi exclusivamente al brillo del gigantesco televisor sostenido mágicamente en una balda sobre sus cabezas. Las densas nubes de humo tampoco ayudaban mucho a mejorar la visibilidad.


- Mira papá, ¡un televisor de los de culo gordo, como el que tenía el abuelo! - chilló Carlitos con una mezcla de emoción y sorpresa.

- Sí hijo, sí, ya lo veo... anda quita de debajo por favor - Julián cogió al niño con más fuerza y se dirigió a la barra.

- Perdone, cof cof - Julián decidió intercalar unas sonoras toses en su discurso para llamar la atención del propietario sobre el flagrante incumplimiento de las normas anti-tabaco que estaba teniendo lugar allí -, ¿el servicio?

El hombre tras la barra le miró fijamente desde un rostro marcado por hondas arrugas. Julián estaba seguro de que tenían más profundidad que los surcos de los neumáticos de su moderno monovolumen (los cuales medía concienzudamente antes de cada viaje a La Manga). Entre ellas se perdían unos ojillos oscuros y diminutos, seguramente acostumbrados a años de oscuridad tras aquella barra.

- Por ahi - dijo el hombre, sin abrir la boca. Probablemente era otra habilidad desarrollada para evitar la caída de un mondadientes afincado entre una de las arrugas y los labios del caballero, aunque era difícil estimar dónde acababan unas y empezaban los otros.

- Ah, vale, gracias. Vamos... ¡Carlitos! ¡Deja a ese gato hombre, que a saber por dónde ha andado! - en realidad esta expresión era un eufemismo que venía a significar "aléjate de ese inmundo felino lleno de arañazos y pulgas que a saber cuántas infecciones diferentes es capaz de transmitir". Carlitos, que sólo veía animales cuando iban al zoo con el cole, lamentó la oportunidad perdida de experimentar con aquel ejemplar auténticamente silvestre, pero siguió a su padre. De todas formas le daba un poco de miedo la manera en que los señores de la mesa de al lado golpeaban la mesa periódicamente, manejando unas extrañas piezas pintadas en blanco y negro. Así que siguió a su padre sin rechistar.



Subiendo unos desconchados peldaños que daban a un rincón donde el techo era más bajo, y tras golpearse  la cabeza con dicho techo, Julián encontró los servicios. Claramente este término era otro eufemismo.

- Puaj, papá, huele mal...

- Lo sé, hijo - a Julián le hubiera gustado recriminar a su hijo por la impertinencia, pero estaba empezando a estresarse demasiado. El agujero en el suelo, flanqueado por unas protuberancias con forma de huella, no auguraba nada bueno.

Julián rezó por encontrar otra puerta correspondiente a un aseo de señoras, recoger a su mujer y a la niña ya meadas y listas, y salir de aquel antro intentando no rozar siquiera una de sus paredes. Pero lamentablemente no había más servicios que aquellos, y ni su mujer ni su hija estaban allí. El estrés finalmente se hizo su hueco en la atribulada mente de Julián, poniéndose bien cómodo. Se dirigió como un relámpago de nuevo hacia la barra.



- Oiga por favor, ¿puede decirme dónde han ido mi mujer y mi hija?

El camarero no pareció inmutarse.Simplemente dijo:

- ¿Quienes?

- Mi mujer y mi hija.

- No las conozco.

Transcurrieron unos segundos. Julián continuó.

- Una mujer de mediana edad, rubia, con pareo y gafas de sol, y una niña pequeña, como éste - señaló a Carlitos que se enfurruñó indignado. Se habría quejado pero su padre le tapó la boca con una velocidad vertiginosa.

El camarero torció una de sus cejas.

- Ah, sí. Iban a mear.

- Sí, ya lo sé... pero no están ahí y no han salido por la puerta.

- Pues habrán salido por detrás.

- ¿P-por detrás... ? - Julián se giró y observó con estupor que junto a los servicios había una diminuta puerta entreabierta. Tiró de Carlitos y se dirigieron hacia aquella puerta, su nuevo faro de esperanza en aquella absurda situación de estancamiento. Seguramente a la niña le habría dado asco el servicio y habían salido para hacer pis en alguna esquina. Ya podían haber avisado.Más tranquilo ante estas deducciones, Julián abrió la puerta dejando salir más moscas y se tuvo que tapar los ojos ante la luz del sol, cuyo nivel de radiación estaba alcanzando máximos históricos, según los telediarios de aquel día. La  luminosidad era reflejada salvajemente por el laberinto de paredes encaladas que se abría ante la pequeña puerta trasera del bar. Un camino zigzagueante, sólo interrumpido por un par de perros estirados en las dos únicas sombras disponibles, se mostraba ante ellos invitándoles a adentrarse en lo que para Julián tenía toda la pinta de ser una decisión equivocada. 

Mientras estaba reuniendo fuerzas para empezar la búsqueda de aquel par de meonas compulsivas y desconsideradas, un grito desgarrado se elevó por encima de todo cuanto podía escucharse alrededor: desde la castigante música de las reposiciones de Arena Mix que emitía el televisor del bar, hasta los gritos y golpes derivados de la partida de dominó, pasando por el atronador sonido de las chicharras. 

No cabía duda. Era la dulce voz de su mujer la que había erizado el vello de padre, hijo y hasta del gato mórbido que aún pululaba por las cercanías. Y venía de aquel camino zigzagueante.

En su cabeza, el estrés había llamado al miedo y estaban echando una partidita de cartas. Tardarían en marcharse.

- Hijo - comenzó a decir Julián, con la mayor solemnidad que pudo -, será mejor que te vayas haciendo a la idea de que... bueno, de que tal vez...

El niño le miró, inquisitivo, nervioso. También tenía miedo. ¿Qué haría Justin Bieber en aquella situación?, se preguntó. Julián tragó saliva y terminó la frase.

- ... de que tal vez tengamos que volvernos sin probar los Miguelitos.

Continuará... en Diario de un Copépodo.

5 comentarios:

  1. Inmejorable. Esto promete mucho: me encanta la descripción del bar, con fichas de dominó, y de las arrugas y el mondadientes del dependiente, por no hablar de los pensamientos ocultos de Julián (que juegan partiditas) y como no... la alusión a Justin Bieber, jajajaja, no sé qué hará Copepodo, pero lo esperamos con ansias!!!

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  2. ¡Es como estar allí! Ando con el corazón en un puño por lo que les vaya a pasar a esta familia de urbanitas miguelitófilos. Nada bueno augura el grito de Mamen y "la cría", nada bueno. ¡El horror neorrural está a punto de desatarse! Como narrador eres muy cruel: No puedo ni imaginarme que estas buenas personas hayan entrado en el pueblo y se vayan sin probar los miguelitos. A ver qué pasa ahora...

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  3. Bueno, Dr. Litos. Esto es una prueba más de que los científicos servís para ciencias y para letras. Ya estoy completamente enganchada a la historia. ¡Muy buenos los dos relatos!
    Copépodo, espero con ansias la siguiente entrada.

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  4. Me encanta que Copépodo se pregunte 'a ver qué pasa ahora...' xD
    Magnífico.

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  5. Gracias a todos por comentar, especialmente a mi compadre coautor por demostrar que el experimento es auténtico y veraz: ¡yo mismo estoy intrigadísimo por el destino de Mamen e hija! No quería dejarlas en una situación demasiado precaria, no sabía lo que hacía, el cadáver exquisito me guió hacia allí y ahora su destino está en manos invertebradas: ¡Qué nervios!

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Como dijo Ortega y Gasset, "Ciencia es aquello sobre lo cual cabe siempre discusión"...

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