La tormenta arreciaba. Lo que había comenzado como un ligero golpeteo contra las ventanas del laboratorio parecía ahora un auténtico apedreamiento, pues además de lluvia, el granizo había hecho acto de presencia. Una cortina gris de lluvia y piedras cubría los edificios al otro lado del patio, y los árboles de la calle parecían a punto de ser arrancados de cuajo. Por invisibles rendijas se filtraba el fuerte viento, produciendo un sonido fantasmal que ponía el vello de punta. Era el puro sonido del frío.
O tal vez, se preguntaba Pedro, la razón para que se le erizase el vello fuera otra. Llevaba meses deseando quedarse a solas con su compañera MJ. Había esperado en vano a que ambos tuviesen que utilizar el citómetro, o que les tocase limpiar a la vez la sala de cultivos; ni que decir tiene las fantasías que le despertaba la posibilidad de haber coincidido en el cuarto oscuro para revelar. Pero los días pasaban y sus líneas de investigación aparentemente les llevaban por caminos distintos.
Hasta el día de la tormenta. No es raro que los laboratorios de investigación estén llenos a altas horas de la tarde, pero si había algo que podía conseguir vaciarlos era un viernes con amenaza de tormenta. Pedro lo sabía, y había programado su experimento más largo para aquel día, con la vana esperanza de que ella se demorase un poco más que el resto de compañeros. Era una apuesta arriesgada, pero quedarse solo y encerrado en el laboratorio un día tormentoso era un precio pequeño si suponía estar a solas con aquella mujer que tenía secuestrado su entendimiento y razocinio desde un tiempo que parecía eterno. Y si todo fallaba y se quedaba realmente solo, sería el entorno ideal donde meditar y autocompadecerse.
Y allí estaban. Por una vez en la vida, su estrategia había funcionado a la perfección. Los demás se habían marchado, y tanto MJ como él seguían pendientes de terminar el trabajo. La bancada de él, llena de tubos de cristal esperando ser medidos; la de ella, plagada de matraces de cultivo esperando ser centrifugados y congelados. Y para rematar lo fantástico de la estampa, ambos se encontraban uno al lado del otro, observando el temporal desde la ventana del laboratorio y más juntos de lo que habían estado jamás.
Lo que Pedro no sabía, pero le hubiera ayudado a no estar tan nervioso, es que MJ también podía haber crecido sus cultivos cualquier otro día de la semana. Pero ahora ambos estaban momentáneamente absortos en la observación de la furiosa tormenta, sin darse realmente cuenta de que lo que tanto querían ambos, estaba a punto de ocurrir.
Entonces, restalló el relámpago. Una luz blanca les cegó, y unos segundos más tarde sonó el estruendo. Como suele suceder en estos casos, el cerebro se prepara (“pronto sonará el trueno”, se dice), pero eso hace que el nerviosismo se acentúe: cuando por fin suena, la sorpresa es aún mayor que si hubiese sido completamente inesperado. Y eso fue lo que les sucedió: cuando todo el laboratorio vibró con el sonido del trueno, ambos dieron un saltito involuntario y sus manos, que habían estado a escasa distancia, se tocaron. Entonces tuvo lugar el segundo relámpago, un relámpago interno, en este caso. Una descarga eléctrica que recorrió las puntas de sus dedos, subió por la médula espinal hasta la nuca y produjo un extraño cosquilleo. Al mismo tiempo una parte del impulso descendió y se perdió en algún lugar entre la piel y los órganos internos que habitaban de cintura para abajo. A partir de entonces, ninguno fue consciente de sus actos. Se miraron con nerviosismo, volvieron a juntar las manos, dudaron. Oían el sonido de sus propios latidos más fuerte que los ruidos de la lluvia y el granizo. Pedro se preguntó qué debía hacer a continuación, pero cuando quiso darse cuenta su mano había tomado una decisión propia y se encontraba acariciando suavemente la mejilla de MJ, deslizándose hacia el cuello y apartando al mismo tiempo el suave mechón de cabello que se interponía en su trayectoria. El dueño de la mano no pudo hacer más que resignarse, y sosteniendo con firmeza pero suavemente la nuca de su compañera, se acercó a su rostro y tímidamente posó sus labios sobre los de ella.
El relampagueo interno se propagó por todo el organismo. Sus latidos se aceleraron, y los niveles de endorfinas desplazaron a los de cualquier otro neurotransmisor, dieron un golpe de estado y se hicieron con el control de aquellos dos cuerpos abocados a la revolución del placer. El brazo que sostenía el cuello de MJ se envalentonó y la atrajo hacia sí, girándola sobre el escritorio que se encontraba al pie de la ventana. Ella dio un saltito y se sentó sobre la mesa, él la apretó fuerte, sin dejar en ningún momento de besarla. Mientras sus labios y lenguas se fundían en húmedo abrazo, temerosas de perder el contacto siquiera un segundo, sus extremidades superiores seguían disputándose la colocación. Ella apretó la espalda de él, bajó con frenesí y se enredó en el cinturón de la bata. Él, por su parte, se lanzó hacia su pecho, sorprendiéndose al encontrar extrañas durezas en forma de bolígrafos, rotuladores y lápices donde hubiera esperado hallar suave y turgente carne.
Obviamente, las batas estaban coartando su libertad de movimientos. Casi al unísono, ambas se abrieron con violencia. La de ella quedó hecha un guiñapo sobre un ordenador, la de él salió volando hasta la cabina de flujo laminar. Días más tarde, varios compañeros se desconcertarían ante el botón blanco aparecido misteriosamente en el baño a 37º y se preguntarían cómo había llegado la chapita de “Lovin’ the lab” desde la bata de Pedro hasta el cubo de residuos biológicos. La liberación fue absoluta: ya sólo unos escasos milímetros de algodón y poliéster separaban sus epidermis, las cuales al percatarse se encargaron de mandar refuerzos a las endorfinas. Tampoco es que hiciera demasiada falta: para cuando él levantó la camiseta de ella, la batalla estaba ya ganada. Ahora sí, pudo posar su mano sobre la copa del sostén y su contenido, comenzando una caricia que subió por el pecho hasta el hombro. Con un nuevo deslizamiento, arrastró el tirante y descubrió el pecho. Sus bocas se separaron durante un breve instante, lo justo para que ella, sin abrir los ojos, levantase sutilmente la barbilla y exhalase un suave gemido. El movimiento, acompañado por un arqueamiento de la espalda, hizo que el pecho subiese en una invitación universal, válida para cualquier idioma. Mientras él se lanzaba sobre su nuevo objetivo, ella le alzó la camiseta hasta arrancársela y mandarla a hacer compañía a las membranas de western que se agitaban al fondo del laboratorio. Arañó con las uñas la espalda de Pedro, la recorrió de abajo a arriba hasta terminar agarrando con fuerza su cabello.
En una casualidad cósmica, al mismo tiempo que sus torsos desnudos chocaban, un nuevo relámpago iluminó la escena. Sus neurotransmisores lanzaron una nueva y definitiva oleada de descargas eléctricas que se tornaban en frenéticas órdenes hacia el resto de sus órganos. Espoleados por ambos estallidos, los dos cuerpos que ahora eran uno sólo dieron un brinco y terminaron encima de la bancada más cercana, tirando al suelo gradillas, botellas y pipetas. MJ notó el cabello húmedo (no era lo único), pero no se detuvo a comprobar sobre qué había aterrizado pues estaba concentrada en desabrochar el pantalón de Pedro. Este, por su parte, se intentó aupar apoyando el pie en la silla de laboratorio más cercana, que salió rodando haciendo que él cayese con fuerza sobre MJ. Fue el primero de muchos y muy sucesivos empujones. Toda la bancada y los estantes que sostenía vibraban con cada nueva embestida, haciendo que una botella se acercase peligrosamente al borde. MJ recuperó el dominio de su consciencia durante un breve lapso, llegando a exclamar “¡Cuidado, se va a caer el MetOH, OH, OOOOOH!!”. Pedro jamás había imaginado que el nombre de un reactivo de laboratorio pudiese resultar excitante, pero el gemido de MJ terminó de desatar su lado salvaje. Empujó aún más fuerte, y súbitamente la levantó en volandas y la dejó caer sobre la bancada vecina. Ella aprovechó el cambio de localización para rotar y colocarse a horcajadas sobre él, volcando en el proceso varios recipientes llenos de puntas y tubos usados que se desparramaban a su alrededor. Algunas puntas llenas de restos líquidos cayeron sobre el pecho de Pedro, que ni siquiera se dio cuenta pues su mirada estaba fija en aquella escultural imagen, la concreción de todos sus deseos y anhelos, meciéndose al son de una melodía de amor y lujuria que alcanzaba su clímax, mientras fuera la lluvia arreciaba y el ululuar del viento amortiguaba los cada vez más fuertes gemidos. En el interior de sus placas, millones de bacterias y levaduras temblaban ante las vibraciones que azotaban sus estufas, y de haber sido testigos de lo que sucedía allí fuera, hubiesen sentido una envidia infinita de aquellos seres complejos y multicelulares con un sistema nervioso capaz de proporcionar unos niveles de placer semejantes.
Poco a poco, la lluvia fue cesando, el viento dejó de aullar, los gemidos se tornaron susurros y los dos cerebros establecieron una tregua. Caricias y suaves besos tomaron la voz cantante mientras Pedro y MJ se dejaban atrapar por el cálido abrazo del sueño que les otorgó el atracón de endorfinas, sin saber hacia dónde les llevaría la tormenta física y sensorial que acaban de protagonizar.
Claro que si les hubiesen preguntado, lo último que hubiesen imaginado es que les llevase a la sala de espera de la mutua laboral, que es donde se encontraban ahora. Pedro acababa de salir de la consulta y se sentó al lado de MJ, que se rascaba sin parar el cuero cabelludo.
- ¿Qué te ha dicho? – preguntó, nerviosa.
Él se encogió de hombros y puso su mejor cara de pez.
- Nada claro – contestó –, al parecer las manchas del pecho no son muy preocupantes. Seguramente se irán según se renueve la piel, me ha dicho… la verdad, nunca las había visto. De todas formas, el coomassie no es tóxico, ¿no? Y el Bradford al fin y al cabo, también lleva brilliant blue, ¿verdad?
- Yo que sé – contestó ella, rascándose –, no creo que pase nada. Más me precoupan mis picores, de verdad, cómo no te fijaste que me habías tirado sobre la bancada de Otto. Con los ensayos tan raros que hace…
- Bueno, tranquila, tampoco trabajamos con cosas tan peligrosas… al menos no nos cayó el metanol encima. Aunque a mi me salpicó un poco en una nalga… – meditó durante un instante – oye, ¿existe cáncer de nalga?
Ella le miró, en silencio. Se preguntó de nuevo cómo se había podido dejar llevar de aquella manera. Había sido magnífico, ciertamente: ¿quién no ha fantaseado con un buen polvo en el lugar de trabajo? Además, Pedro siempre le había resultado muy interesante. Y ahora sabía que además era un buen amante. Era una lástima que la imprudencia de su encuentro estuviese empañando la que podía haber sido una preciosa relación.
El médico asomó por la puerta de la consulta, interrumpiendo sus cavilaciones.
- ¿Maria José Osborne? Pasa, por favor.
MJ se levantó, pero Pedro le sujetó por la muñeca. Se giró a mirarlo, y se topó de nuevo con esa mirada que tanto la seducía, esa que parecía esconder un alma atormentada y sobria, un amante ardiente agazapado en el fondo de una máscara de apocamiento y soledad.
- No te sientas mal – dijo él, echando mano de la que creía era su actitud más reflexiva y enigmática –, piensa que no éramos dueños de nuestros actos. Es por culpa de las endorfinas, los instintos codificados en nuestros genes. Podría decir que te he amado desde que te vi por primera vez, pero al fin y al cabo, ¿qué es el amor, sino química y neurotransmisores, hormonas e instinto de perpetuación? Vamos, que podríamos haber tenido más cuidado, pero al fin y al cabo no éramos nosotros mismos… es como si nuestros genes nos dominasen, como en las películas chungas de alienígenas que controlan la mente… ¿no crees?
Ella le dedicó la que esperaba fuera su mirada más fría, indignada y locuaz. Definitivamente, si aquel chico tenía algo de razón, por su parte no pensaba vovler a hacer caso a ninguna de sus endorfinas, fuesen cuales fuesen sus credenciales. Si eran capaces de hacerle confundir un cerebro de mosquito con un alma atormentada, apocada y sobria, estaba dispuesta a rescindir el contrato con su hipotálamo.
Le soltó la mano y al tiempo que se daba la vuelta le espetó:
- Tú eres tonto, macho.
Para quitarse el sombrero. He dicho
ResponderEliminarjeje, lo mejor el final! :)
ResponderEliminarChapeau, Doc! Coincido con Ununcuadio Uuq el final es lo mejor ;)
ResponderEliminarMuy bueno. Lo que más me ha gustado, que hayas usado "sostén" en lugar de "sujetador". Yo también prefiero esa palabra ;)
ResponderEliminarDr. Litos, me quito mi sombrero virtual para hacerle una feroz y muy reverenciosa agachada de calva. Yo ya hice un minirelato amoroso-sexual, pero queda a la altura del betún al lado de esta maravilla de texto.
ResponderEliminarMi parte favorita es el final, claro, pero me quedo con esta frase “¡Cuidado, se va a caer el MetOH, OH, OOOOOH!!”. No volveré a mirar de la misma forma al metanol....
Genial texto Dr. Sigue así... y espero que haya sido lo más autobiográfico posible. Yo de momento el jueves pondré cultivos para que el viernes pueda acabar tardecito..(...If you know what I mean)jejeje
PLASH PLASH PLASH!!.
ResponderEliminarTe juro que antes de empezar a leer me he dicho que no te diría que eres un CRACK (otra vez). Es inevitable. Le pegas a todo, y a todo le pegas muy bien. Fuera de serie. Pero como se puede mezclar la divulgación con la ficción (no nos engañemos),la novela rosa y el diálogo humorístico y que to quede tan redondo y a cada frase puedas leer algo que ni te esperabas.
Me sumo a la feroz y muy reverenciosa agachada de calva de Oscar y le añado el Salto de Baumgartner-
OLE!
¡Menudo estropicio erótico-festivo!
ResponderEliminarSólo queda por saber si Pedro se calza unas mallas azules y rojas tras salir del hospital y se va a columpiarse entre duendes verdes, octópodos y rascacielos.
Realmente genial, ¿quién no se ha imaginado alguna vez un "episodio" de este tipo en un laboratorio?.
ResponderEliminarSin embargo lo realmente difícil es desarrollarlo para que sea entretenido, técnico y para que no escandalice a alguna gente, más o menos para todos los públicos.
un saludo!!
Gracias a todos por comentar, lamentablemente nada de esto sucedió en realidad, o al menos no me sucedió a mí ni a nadie que yo conozca. Lo cual no quita para que ya haya quien, en nuestro Instituto, haya venido a indagar para comprobar si no es realmente una anécdota encubierta O_O
ResponderEliminarEs una lástima que sólo un lector haya pillado las referencias de los nombre, con lo que le di vueltas para hacer que todos tuvieran un mismo referente y no implicasen a nadie conocido. ¡Bravo por electroforesis!