Tenía pendiente desde hace tiempo terminar esta saga de entradas satírico-epistolares basadas escrupulosamente en hechos reales (otros célebres ejemplos fueron el Diario de congreso o el Diario de un viajero en el tiempo). De hecho había pasado tanto tiempo, que dudaba si tenía mucho sentido seguir con la saga. Pero resulta que en los últimos tiempos el tema de la experimentación animal ha salido a la palestra a raíz de algunas declaraciones y de sus correspondientes respuestas y recontrarespuestas, y por si esto fuera poco el compañero Banchsinger nos dejó hace unos días, en esta Santa Casa, una interesante reflexión al respecto; así que no aprovechar la oportunidad de terminar lo empezado, estando el tema relativamente activo, sería absurdo. Lo que sí voy a hacer es aparcar un poquito el humor y el tono de las primeras entregas (aquí la primera y aquí la segunda) para simplemente contar qué conclusiones extraje de aquel curso, y cómo ha cambiado mi visión de la experimentación animal desde que, en virtud de la titulación que me otorgó dicho curso, he trabajado en este tema.
La idea de esta tercera y última entrada, según mi borrador mental, era empezar relatando cómo mi percepción hacia dos especies animales con muy diferente fama, ratones y ratas, cambió al tratar con ambos en las prácticas del curso: mientras las ratas demostraron ser dóciles, tranquilas y agradecidas de manejar, uno de los nerviosos, chillones e histéricos ratones pagó mi bienintencionado manejo mordiéndome en un dedo, rompiendo guante y haciéndome sangrar cual cochino. A continuación, seguía relatando cómo en las mismas prácticas un simio se escapaba del laboratorio y era perseguido hasta el aparcamiento de la universidad, donde finalmente conseguía hacer el puente a un coche que habían dejado con la ventanilla abierta y escapaba para siempre. Una de las dos anécdotas es totalmente cierta y la otra era una sutil licencia literaria para hacer el post más divertido, ya juzgará el lector cuál es cada una.
Retrato robot del asaltante, realizado en el cuaderno de prácticas del curso escasos momentos después de la agresión.
Pero como digo, ahora vamos a ponernos serios. De toda la experiencia de aquel curso que (supuestamente) me capacitó para trabajar con animales de experimentación, una de las cosas que más me marcó fue comprobar precisamente el grado de implicación de los profesores. Imperaba en todo momento la prioridad de transmitir la importancia de tomarse en serio la manera de cuidar de los animales y de garantizar la total ausencia de sufrimiento innecesario y, en definitiva, de malgastar ni una sola vida de más. Durante todo el curso se repitió una y otra vez la famosa “regla de las 3 erres”: Reemplazar, Reducir, y Refinar, una especie de mantra que sintetiza toda la filosofía del trabajo con animales de experimentación y que viene a querer decir lo siguiente: todo diseño experimental ha de buscar cualquier otra forma de llegar a responder la hipótesis de partida de dicho experimento que implique la no utilización de animales de experimentación; y de ser imprescindible, ha de diseñarse escrupulosamente el experimento de modo que se utilice el mínimo número posible de animales, tratándolos de la manera menos dolorosa y que cause menos estrés (a los animales, no al investigador, que está acostumbrado a estar estresado); y finalmente, las variables a estudiar se han de concretar al máximo, haciendo uso de análisis estadísticos potentes y adecuados para garantizar que los datos son estadísticamente significativos a pesar de haber reducido al máximo el número de datos a analizar.
Pero lo que me llamó la atención no fue esta insistencia por las 3 Rs. Lo que me sorprendió es que realmente los profesores se preocupaban de los animales. Especialmente en las prácticas, pude constatar una dualidad muy curiosa: todos los profesores intentaban que los alumnos pudiesen manejar animales, que todos llevasen a cabo las prácticas, que cada uno experimentase con sus propias manos la sensación de manejar una vida peluda y la responsabilidad de hacerlo con respeto, dignidad y cuidado. Era asombroso la empatía que todos los cuidadores mostraban hacia los animales, cómo se preocupaban de calmarlos y atenderlos pese a que eran conscientes de que les estaban trastornando con tanto alelado embatado (tengamos en cuenta que los pobres bichos pasaron por multitud de manos tan enguantadas como inexpertas). Vamos, que es más que normal que aquel pequeño diablillo me mordiera, y no le guardo rencor por ello.
El curso terminó, y yo comencé a trabajar más de cerca con los ratones de mi laboratorio. En realidad sólo necesitaba algo de material biológico para mis experimentos, pero me preocupé de acompañar a los expertos ratoneros del grupo, ayudándoles en el duro proceso del sacrificio y en la ya más tranquila – pero no menos desagradable, al principio – tarea de diseccionarlos post mórtem. Y pude ver cómo a mi compañero, tras sacrificar un ratón con un movimiento certero y rápido, sin que apenas el pobre le hubiese dado tiempo a pensar para qué le estaban sujetando, le temblaba el pulso. Sorprendido le pregunté por ello, y me reconoció que pese a haber sacrificado muchísimos ratones, todavía seguía poniéndose tan nervioso como el primer día. En fin, lo que vengo a decir es que coincido plenamente con la impresión que el amigo Banchsinger nos relató en el post del otro día. Es muy difícil no sentir una empatía bestial (nunca mejor dicho) con los animales con que uno trabaja. Somos conscientes de que es un trabajo feo, pero al mismo tiempo sabemos que la información que obtenemos de este modo es, hasta el momento, insustituible. Lo cual me lleva a mi última reflexión, que es de esas que molan, con futuros alternativos y otras flipadas de pseudo-ciencia ficción.
A veces, cuando pienso acerca de hechos polémicos, o de situaciones que según el contexto cultural podrían considerarse bien barbarie, bien algo totalmente cotidiano y normal, me gusta intentar visualizar el futuro. Imaginar qué pensarán los habitantes de dicho futuro acerca de lo que hacemos hoy, y cómo lo hacemos. Algo parecido a cuando miramos hacia atrás y condenamos a la ligera actitudes de pueblos ancestrales, que para ellos en su día serían de lo más normal. Realizando este ejercicio de imaginación, creo que es bastante probable que en un futuro no muy lejano la experimentación animal no sea necesaria. Que los investigadores en biomedicina de las próximas generaciones, armados con un arsenal de simuladores informáticos y órganos sintéticos, se estremezcan de pensar que apenas unos años antes se criaba a los animales vivos en fríos animalarios, a la espera de una muerte segura. Pero aunque algo me dice que la tecnología conseguirá evitar el uso de animales tal y como lo hacemos hoy, multitud de cuestiones filosóficas me asaltan. Por ejemplo, ¿y si se consiguiese crear, mediante técnicas de clonaje, organismos sintéticos enteros a los que se eliminase toda capacidad de sentir dolor o sufrimiento? ¿Serían realmente fidedignos y comparables a un organismo “natural” los resultados obtenidos en dicho sistema? Tampoco hay que obviar que los animales de experimentación, aunque representen mucho mejor un modelo biológico que otros sistemas actuales, distan mucho de ser un reflejo exacto de lo que acontece en la naturaleza; y por supuesto, las diferencias obvias entre estudiar un ratón y extrapolar a un humano, no hay ni que mencionarlas. Por lo tanto, no creo que este problema llegue a solucionarse con revolucionaros inventos de “vida artificial”, pero quién sabe. Igual, como muchos vaticinan, el avance de la informática permite analizar todas las variables sistémicas y orgánicas en un simulador, sin necesidad ni de ponernos ni la bata.
Por el momento, necesitamos a esos animales. Nuestra precaria civilización no es lo bastante avanzada como para solventar nuestros problemas de salud por nuestras propias manos. Y para ello, contamos con una férrea burocracia y legislación encaminada a minimizar el mal gasto. Como toda legislación y todo reglamento, tiene un lado negativo, donde a veces impera más la apariencia que el sentido práctico, y la burocracia es tan enrevesada y compleja que parece encaminada a minimizar el uso de estas estrategias, curándose en salud los que tienen que responder ante los grupos de presión correspondientes. Termino mi alegato sin entrar en detalles de dicha legislación, ni en los quebraderos de cabeza que me ha causado durante las últimas semanas pedir autorización para sacrificar apenas 15 ratones, cuya muerte se dedicaría a la búsqueda de soluciones para el diagnóstico y seguimiento de las enfermedades neurodegenerativas. Tampoco entraré en todas las bondades de la experimentación animal ni en los numerosísimos avances que nos ha proporcionado; mucha gente ha escrito, y está escribiendo, sobre estos temas. Por mi parte, con esta pequeña serie satírico-reflexivo-filosófica, espero haber demostrado, como mínimo, que a los investigadores no nos gusta hacer sufrir a los animales; y que estamos permanentemente abiertos a cualquier opción sustitutiva, así que toda sugerencia será bienvenida.
Hasta entonces, no podemos sino honrar a estos héroes anónimos de los que hablaba Banchsinger: y para ese fin se han llegado a construir incluso entrañables estatuas, como esta que descubrimos gracias al amigo @moigaren:
Monumento a las ratas usadas en la investigación en ADN en Novosibirsk, Rusia (fuente original de la imagen)
Supone para mí una gran alegría haber encontrado esta imagen, pues responde a la pregunta que el amigo y lector Perro Malo, no-científico (acienciado, se autodenomina él) me hizo cuando apenas había abierto el blog. Me preguntó si no existía una especie de estatua-homenaje "al ratón desconocido”, o algo así. Bueno, como no supe responderle, me puse manos a la obra para diseñarla yo mismo… y con aquel dibujo que pretendía ser el germen de uno de los primeros posts del blog, y que nunca terminé (ni el dibujo ni el post), cierro esta entrada, con a sensación de haber zanjado un par de asuntos largamente pendientes (lo del dibujo del ratón desconocido, colea por lo menos desde 2009... al menos es una idea que ya no ocupará sitio aquí).
Vale, el diseño de los rusos mola más; pero en el mío se homenajeaba a cuatro especies distintas, que no se diga que no era ambicioso.
Muy buena la entrada. Yo llevo 10 años ya trabajando con ratones y ratas y tengo una duda. Si los que trabajamos con ratones somos expertos ratoneros, los que trabajamos con ratas, ¿somos expertos rateros? ¿puede eso causarnos problemas en el metro donde se puede tener cuidado con los susodichos rateros?
ResponderEliminarSaludos.
Jajaja, moi, ratero se puede ser con y sin ratas.. y hasta rata sin ser yo nada de eso.
ResponderEliminarMuy buena entrada y bien cerrados ciclos (tanto por el dibujo, la escultura como el post) siempre sienta bien cerrar un capítulo y colocarlo en nuestra imaginaria estantería de libros acabados.
Creo que haces una reflexión muy interesante y necesaria y es que los científicos no somos sádicos a los que nos guste matar.... pero necesitamos los datos que nos puede ofrecer un animal de experimentación. Creo que en un futuro las técnicas mejorarán mucho y los protocolos para que los animales no sufran serán mucho mejores... pero dudo mucho que tendamos a la desaparición del animal de experimentación. Al contrario, creo que los sistemas holísticos se imponen cada vez mas porque cada día tenemos mayor capacidad de análisis de datos de sistemas complejos. Cada vez se requiere menos del sistema totalmente aislado.. porque tenemos forma de corregir las interferencias.
Anyway, sea como fuere, será distinto y nos llamarán brutos como nosotros llamamos brutos a la gente de ayer (quien lo haga... porque soy de los que gusta de medir las acontecimientos con la lupa de la historia y el contexto y no con la perspectiva del tiempo).
Buena entrada compañero. Un abrazo.
Otia!!, ya no me acordaba yo de esos maestrosos dibujos!!...cuanto tiempo...
ResponderEliminarEn fin, dicho lo dicho, esperemos que el yugo de la historia sepa juzgarnos con la balanza adecuada.
Todo el mundo es muy bravete a toro pasao.