Pertenezco a una especie de animales con un desarrollo singular; hasta la fecha, no hemos encontrado ningún otro ejemplo de un desarrollo cognitivo como el nuestro entre los millones de formas de vida que pueblan el mismo planeta. Tampoco hemos tenido conocimiento alguno de otras especies de animales, ni de mayor ni de menor desarrollo intelectual o tecnológico, más allá de este entorno al que llamamos planeta Tierra. Dependemos de nosotros mismos y de lo que nos rodea, en esta esfera llena de vida, para intentar entendernos, qué somos, cómo nacimos. Además, nos asaltan a menudo cuestiones que trascienden la simple necesidad de entendernos a nosotros mismos; no sólo queremos saber qué somos, o porqué somos de esta manera, sino además si existe un sentido, una razón, un propósito en todo ello. Durante miles de años hemos intentado dar respuesta a estas preguntas, y cuando no la hemos encontrado, la hemos creado nosotros mismos, pues nos aterra más la falta de respuesta que la probabilidad de que esa respuesta tal vez no sea la correcta. Hemos personificado esta respuesta, y le hemos dado innumerables nombres y aspectos, la hemos dotado de poderes y motivaciones para que coincidan con lo que observamos a nuestro alrededor, con lo que quisiéramos explicar.
Afortunadamente, nuestro particular desarrollo intelectual nos ha dotado de una herramienta fascinante: una inteligencia capaz de mejorar generación tras generación. La plasticidad de nuestro centro nervioso le permite desarrollarse a una velocidad pasmosa, y el saber acumulado por nuestros ancestros y ascendentes directos nos es transmitido velozmente, tanto que a los pocos años de vida somos ya capaces de expresar y entender ideas que siglos atrás todavía estaban siendo desarrolladas por los adultos más capaces de sus propias sociedades. Las respuestas artificiosas se han ido reduciendo con el paso del tiempo, y el saber acumulado nos va permitiendo, poco a poco, dar respuesta a muchas de las preguntas.
Sin embargo, algunos de nosotros no tenemos paciencia. Nos negamos a aceptar que para entender todo lo que nos rodea deban pasar incontables años, y nos seguimos aferrando a esas creencias, a esas invenciones, a esas confortables explicaciones que nos dicen qué somos y cómo debemos actuar. Otros, por contra, descartamos explicaciones que creemos sin fundamento y observamos, analizamos, escrutamos nuestro entorno; desgranamos todo el saber acumulado por nuestros semejantes, lo reinterpretamos, lo aplicamos. Damos nombre y describimos las piezas que nos forman a nosotros mismos, a nuestro planeta, al universo del que formamos parte. De este modo hemos descubierto que no somos distintos al resto de los animales, al menos no en nuestra composición ni en nuestro origen. Hemos entendido que el universo está formado por materia y energía que fluyen y se complementan siguiendo reglas que podemos entender, incluso predecir.
Utilizando estos conocimientos, hemos conseguido avanzar más rápido que todos nuestros antepasados, y aunque las preguntas parecen multiplicarse, las respuestas ya satisfacen algunas de las intrigas más arcaicas. No hay cabida para explicaciones tajantes, definitivas, todo está sujeto al conocimiento posterior. Es entonces, cuando la materia y la energía empiezan a mostrarse como los posibles auténticos pilares de nuestra existencia, cuando nuestros temores se despiertan de nuevo: ¿porqué, entonces, sentimos, padecemos, odiamos, amamos, si sólo somos materia? ¿Cómo definir nuestros impulsos, más allá de la motivación como formas de vida físicas? ¿Cómo explicar el lenguaje, la filosofía, el arte?. Algunos nos asustamos hasta tal punto que volvemos a las creencias más arcaicas, nos arropamos en la creencia de que este universo físico es la obra de un ser superior, el cual tiene todas las respuestas. Clamamos que cualquier otra explicación es terrible, y significaría el fin de la humanidad: “¡Sólo materia!” exclamamos, aterrados. No hay sentido del bien ni del mal, en la pura materia. No hay conciencia, no hay amor, pensamos. Y nos negamos a aceptarlo. Toda la belleza creada por el ser humano no puede ser fruto de la mera combinación azarosa de materia y energía.
Pero algunos - y ahora soy yo, el individuo, el que habla -, no sentimos miedo. Al contrario: no veo horror, ni desconsuelo, ni pavor ante el supuesto “vacío moral” del azar. Veo belleza, veo coherencia en las leyes que gobiernan el universo. Veo una uniformidad estructural que se traduce en una inabarcable diversidad, donde las mismas fuerzas y los mismos materiales se combinan para dar lugar a estructuras más complejas, las cuales a su vez se rigen por las mismas leyes. Veo lo más grande comportarse como lo más pequeño. Me siento seguro al entender que las leyes que rigen mi funcionamiento son las mismas que controlan todo cuanto sucede a mi alrededor. Me parece sencillo y tranquilizador saber que las leyes del universo son las mismas para todos los seres tanto orgánicos como inorgánicos, y me inspira para intentar aprender su funcionamiento. Lejos de sentirme sin guía ni rumbo, este conocimiento me permite entender porqué es importante la moralidad y la ética. El amplio legado histórico y cultural, y las habilidades y técnicas desarrolladas para preservarlo, me enseñan qué valores han sido perniciosos y qué valores han sido beneficiosos para las numerosas poblaciones humanas que nos han precedido. La tolerancia y el respeto son el único camino para la convivencia entre todos los de mi especie, y sólo juntos podemos seguir avanzando, sólo atesorando cada pensamiento y cada idea, nos será posible seguir avanzando en el conocimiento, y acercarnos a esas respuestas que aún nos son esquivas.
Cuando me encuentro en medio de la vasta naturaleza - ya sea rodeado por montañas, ya sea al borde del mar -, siento un escalofrío ante el tamaño de aquello que se extiende ante mí. Gracias a lo que he aprendido, sé que esa grandeza es en realidad insignificante, más aún cuando levanto la vista y veo el cielo que lo rodea todo. De noche, las luces en ese cielo me hablan de mundos distantes, de vacío, de lugares desconocidos, de un todo cuyo tamaño ni tan siquiera soy capaz de imaginar. Pero lejos de amedrentarme ante tamaña incertidumbre, pienso que esos lugares distantes se rigen por las mismas leyes y están formados por los mismos materiales que el mío, y que de haber seres pensantes allá arriba, bien seguro es que podríamos llegar a entenderlos como entendemos a los seres que cohabitan nuestro mundo, si los estudiásemos y observásemos con detenimiento.
Pero sobretodo, y por encima de todos estos pensamientos tranquilizadores, cuando miro a esas estrellas y entiendo que muchas de ellas murieron hace siglos, recuerdo que los elementos que las hicieron brillar son los mismos que formaron la tierra sobre la que me siento a mirar el cielo, el agua que moja mis pies al pasear por la orilla del mar, los nutrientes que mi sangre transporta cuando me alimento. En definitiva, las moléculas que dan forma a mi cuerpo, mi mente, mis pensamientos. La energía irradiada por esas estrellas, de alguna manera, sigue viva e impulsa los millones de células que me permiten atisbar todas estas maravillas.
El conocimiento no debería infundirnos temor. Saber que somos animales, que nos parecemos no sólo a los tan familiares grandes simios sino también a las diminutas amebas, invisibles a simple vista, aporta lógica y consistencia a la existencia. Saber que cuando nuestro cuerpo se desgaste pasaremos a formar parte de nuevos organismos, nuevos entornos, del universo que nos vio nacer, es lo más parecido a la inmortalidad que vamos a tener. Eso debería bastarnos.
Soy un ser pensante, un organismo consciente de sí mismo, un compendio de células, de moléculas formadas por los mismos átomos que la tierra y las estrellas. El oxígeno que puebla los cielos y los mares me nutre, mueve mis músculos. El mismo hierro de las entrañas del planeta corre por mis venas; la luz del mismo sol que hace crecer las plantas modula mi metabolismo. Soy carbono y nitrógeno; hidrógeno y oxígeno.
Soy materia.
Afortunadamente, nuestro particular desarrollo intelectual nos ha dotado de una herramienta fascinante: una inteligencia capaz de mejorar generación tras generación. La plasticidad de nuestro centro nervioso le permite desarrollarse a una velocidad pasmosa, y el saber acumulado por nuestros ancestros y ascendentes directos nos es transmitido velozmente, tanto que a los pocos años de vida somos ya capaces de expresar y entender ideas que siglos atrás todavía estaban siendo desarrolladas por los adultos más capaces de sus propias sociedades. Las respuestas artificiosas se han ido reduciendo con el paso del tiempo, y el saber acumulado nos va permitiendo, poco a poco, dar respuesta a muchas de las preguntas.
Sin embargo, algunos de nosotros no tenemos paciencia. Nos negamos a aceptar que para entender todo lo que nos rodea deban pasar incontables años, y nos seguimos aferrando a esas creencias, a esas invenciones, a esas confortables explicaciones que nos dicen qué somos y cómo debemos actuar. Otros, por contra, descartamos explicaciones que creemos sin fundamento y observamos, analizamos, escrutamos nuestro entorno; desgranamos todo el saber acumulado por nuestros semejantes, lo reinterpretamos, lo aplicamos. Damos nombre y describimos las piezas que nos forman a nosotros mismos, a nuestro planeta, al universo del que formamos parte. De este modo hemos descubierto que no somos distintos al resto de los animales, al menos no en nuestra composición ni en nuestro origen. Hemos entendido que el universo está formado por materia y energía que fluyen y se complementan siguiendo reglas que podemos entender, incluso predecir.
Utilizando estos conocimientos, hemos conseguido avanzar más rápido que todos nuestros antepasados, y aunque las preguntas parecen multiplicarse, las respuestas ya satisfacen algunas de las intrigas más arcaicas. No hay cabida para explicaciones tajantes, definitivas, todo está sujeto al conocimiento posterior. Es entonces, cuando la materia y la energía empiezan a mostrarse como los posibles auténticos pilares de nuestra existencia, cuando nuestros temores se despiertan de nuevo: ¿porqué, entonces, sentimos, padecemos, odiamos, amamos, si sólo somos materia? ¿Cómo definir nuestros impulsos, más allá de la motivación como formas de vida físicas? ¿Cómo explicar el lenguaje, la filosofía, el arte?. Algunos nos asustamos hasta tal punto que volvemos a las creencias más arcaicas, nos arropamos en la creencia de que este universo físico es la obra de un ser superior, el cual tiene todas las respuestas. Clamamos que cualquier otra explicación es terrible, y significaría el fin de la humanidad: “¡Sólo materia!” exclamamos, aterrados. No hay sentido del bien ni del mal, en la pura materia. No hay conciencia, no hay amor, pensamos. Y nos negamos a aceptarlo. Toda la belleza creada por el ser humano no puede ser fruto de la mera combinación azarosa de materia y energía.
Pero algunos - y ahora soy yo, el individuo, el que habla -, no sentimos miedo. Al contrario: no veo horror, ni desconsuelo, ni pavor ante el supuesto “vacío moral” del azar. Veo belleza, veo coherencia en las leyes que gobiernan el universo. Veo una uniformidad estructural que se traduce en una inabarcable diversidad, donde las mismas fuerzas y los mismos materiales se combinan para dar lugar a estructuras más complejas, las cuales a su vez se rigen por las mismas leyes. Veo lo más grande comportarse como lo más pequeño. Me siento seguro al entender que las leyes que rigen mi funcionamiento son las mismas que controlan todo cuanto sucede a mi alrededor. Me parece sencillo y tranquilizador saber que las leyes del universo son las mismas para todos los seres tanto orgánicos como inorgánicos, y me inspira para intentar aprender su funcionamiento. Lejos de sentirme sin guía ni rumbo, este conocimiento me permite entender porqué es importante la moralidad y la ética. El amplio legado histórico y cultural, y las habilidades y técnicas desarrolladas para preservarlo, me enseñan qué valores han sido perniciosos y qué valores han sido beneficiosos para las numerosas poblaciones humanas que nos han precedido. La tolerancia y el respeto son el único camino para la convivencia entre todos los de mi especie, y sólo juntos podemos seguir avanzando, sólo atesorando cada pensamiento y cada idea, nos será posible seguir avanzando en el conocimiento, y acercarnos a esas respuestas que aún nos son esquivas.
Cuando me encuentro en medio de la vasta naturaleza - ya sea rodeado por montañas, ya sea al borde del mar -, siento un escalofrío ante el tamaño de aquello que se extiende ante mí. Gracias a lo que he aprendido, sé que esa grandeza es en realidad insignificante, más aún cuando levanto la vista y veo el cielo que lo rodea todo. De noche, las luces en ese cielo me hablan de mundos distantes, de vacío, de lugares desconocidos, de un todo cuyo tamaño ni tan siquiera soy capaz de imaginar. Pero lejos de amedrentarme ante tamaña incertidumbre, pienso que esos lugares distantes se rigen por las mismas leyes y están formados por los mismos materiales que el mío, y que de haber seres pensantes allá arriba, bien seguro es que podríamos llegar a entenderlos como entendemos a los seres que cohabitan nuestro mundo, si los estudiásemos y observásemos con detenimiento.
Pero sobretodo, y por encima de todos estos pensamientos tranquilizadores, cuando miro a esas estrellas y entiendo que muchas de ellas murieron hace siglos, recuerdo que los elementos que las hicieron brillar son los mismos que formaron la tierra sobre la que me siento a mirar el cielo, el agua que moja mis pies al pasear por la orilla del mar, los nutrientes que mi sangre transporta cuando me alimento. En definitiva, las moléculas que dan forma a mi cuerpo, mi mente, mis pensamientos. La energía irradiada por esas estrellas, de alguna manera, sigue viva e impulsa los millones de células que me permiten atisbar todas estas maravillas.
El conocimiento no debería infundirnos temor. Saber que somos animales, que nos parecemos no sólo a los tan familiares grandes simios sino también a las diminutas amebas, invisibles a simple vista, aporta lógica y consistencia a la existencia. Saber que cuando nuestro cuerpo se desgaste pasaremos a formar parte de nuevos organismos, nuevos entornos, del universo que nos vio nacer, es lo más parecido a la inmortalidad que vamos a tener. Eso debería bastarnos.
Soy un ser pensante, un organismo consciente de sí mismo, un compendio de células, de moléculas formadas por los mismos átomos que la tierra y las estrellas. El oxígeno que puebla los cielos y los mares me nutre, mueve mis músculos. El mismo hierro de las entrañas del planeta corre por mis venas; la luz del mismo sol que hace crecer las plantas modula mi metabolismo. Soy carbono y nitrógeno; hidrógeno y oxígeno.
Soy materia.
Tío, la muerte es algo muy duro. Como decía Saramago con aquello de "la muerte es la inventora de Dios", tan dura es la muerte que nos ha sido necesario inventar uno o varios seres creadores del universo para poder asimilarla.
ResponderEliminarY de alguna forma, es lo que tu dices. Nuestros componentes básicos, los elementos de los que estamos hechos, provienen de las supernovas: de las estrellas cuando mueren. Estos elementos se generan exclusivamente en el interior de las estrellas y cuando estas mueren explotan y ese material interno se junta formando planetas, seres vivos, etc.
¿Qué más necesidad hay que saber que somos hijos "materiales" del último aliento de las estrellas?
Quién puede afirmar o negar que la química tetravalente del carbono sea cosa de dios y/o de la materia… el ser humano inventa dioses o deidades tan fácilmente como inventa axiomas y teorías indemostrables para explicar un mundo que desconoce. Sea dios, o sea axioma si funciona se usa, sea por el temeroso de la oscuridad y del averno, sea por el científico temeroso del caos, de la ignorancia y el desconocimiento. Hay gentes que ponen su fe en los dioses y otras en el boson de higgs (hace unos siglos en la geometría euclidiana)…intentando encontrar el sentido de de una vida inexplicable…de momento parece que nadie puede decir nada…sin pruebas nadie tiene razón, ni los defensores de dios ni los defensores de la materia.
ResponderEliminarTodos somos materia, ¿es la materia lo que nosotros (científicos) creemos que es?
Realmente interesante este último post... Sin duda, uno de los que más he disfrutado.
ResponderEliminarJamás me ha parecido que la ciencia y otros campos debieran estar reñidos o enfrentados, sino que se deben complementar; y la reflexiones hechas al respecto me parecen incuestionables.
¡Si es que , en el fondo, sé ponerme serio!
En una charla que podéis ver aquí Richard Dawkins dice, parafraseando a Lewis Wolpert, que “cada vez que bebes un vaso de agua es probable que bebas al menos una molécula que pasó por la vejiga de Oliver Cromwell”. Si lo pensáis un poco, es pura probabilidad ya que, como después explica, el número de moléculas de un vaso de agua es mucho mayor que el número de vasos de agua o vejigas en el mundo.
ResponderEliminarA mí, además de probabilidad o lógica, me parece una realidad asombrosa - aunque sí, vale, también algo turbadora si pensamos en todos los lugares por los que pasó la molécula en cuestión antes de llegar a nuestro tracto digestivo... -, pero sobre todo si pensamos a mayor escala todavía y recapacitamos acerca de lo insignificante de nuestra misma presencia aquí y lo relativo de la existencia de todos nosotros en general sobre este planeta que compartimos con tantísimas otras especies de seres que no son otra cosa que muy diversos resultados de la combinación de un mismo listado de ingredientes manejados en muy distintas circunstancias, según la receta de cada ambiente (vaya metáfora gastronómica me acaba de salir...¿será por el empacho del fin de semana en Buñol?).
Me resulta muy curioso que ideas de este estilo, al mismo tiempo que parecen asustar a aquellos que se niegan a aceptar este tipo de evidencias de la ciencia, a otros muchos nos maravilla hasta el punto de hacernos sentir casi orgullosos de no ser más que el resto de seres del universo, de no componernos de distintas sustancias, ni regirnos por leyes diferentes.
No sé lo que pensaría Oliver Cromwell de todo ésto, pero a mí, personalmente, me entusiasma la idea de ser materia.
Tienes toda la razón eulez, estoy seguro de que el primer homínido que se dio cuenta enseguida de que "era" también se percató pronto de que algún día "no sería", y eso, pues sí, acojona. Más cuando no tienes ni idea de cómo interpretar todo lo que tienes a tu alrededor. Siempre he pensado que según avanzase la ciencia y se redujeran las incógnitas la religión se iría dejando de lado, pero vaya, ahora veo que hay una faceta religiosa compatible con toda ciencia, una especie de paz de espíritu y código moral que no tiene porqué coincidir con la auténtica verdad del universo. Y eso hay que respetarlo.
ResponderEliminarNo es menos cierto lo que afirma banchsinger, lo que hoy entendemos por "materia" no tiene porqué ser una explicación definitiva ni más real que lo que los antiguos griegos entendían que formaba el mundo; ahora bien, nuestro método científico es por ahora el único capaz de explicar satisfactoriamente la mayoría de observaciones que vemos en la naturaleza que nos rodea, creo yo que en términos de "pruebas", la ciencia gana por la mano a cualquier religión. Lo cual no quita que, detrás de la última puerta que la ciencia abra, como decía Einstein, aparezcan uno o varios dioses y digan "qué, menuda realidad os hemos creado que os ha costado un huevo de descifrar, eh?". Como científico no puedo descartar ninguna posibilidad, pero en terminos probabilísticos yo intuyo que no sale muy favorecida...
Maremoto, celebro que te haya gustado mi desvarío. Creo que la cienica y la espiritualidad no tienen porqué reñir, en absoluto. Ahora bien, hay cosas que no se pueden negar, y ahí no entran ni creencias personales ni leches. Las creencias deberían poder moldearse y evolucionar, sin que fuera un trauma. No me gustan los dogmas, ni de fe ni de ciencia.
Consuela, qué genial aportación. El Dawkins peca de polémico, extremista en muchas ocasiones, pero el tío es un cachondo, no se puede negar.
Lo que apuntas el final es precisamente lo que intento defender con mi escrito: la ciencia no tiene aún todas las respuestas, ni se puede aceptar a ciegas una teoría actual que explique TODO lo que sucede a nuestro alrededor; simplemente, quería lanzar el mensaje optimista de que SI (condicional) realmente somos polvo de estrellas, moléculas que han dado lugar a formas de vida sin dirección ni propósito... no es una opción tan terrible. Yo también pienso que es bonito, y no entiendo porqué una concepción divina del cosmos tiene que ser enfrentada con esta noción: ¿acaso no pudo un dios idear todo este universo? ¿no sería acaso más meritorio que hubiese inventado la evolución como mecanismo de perpetuación y mejora constante de la vida, por sí misma?
Gracias a todos por comentar, me alegra mucho que os hayáis leído el texto entero sin dormiros.
Pues si, todos somos polvo de estrellas y los hijos de actores de Hollywood, más. Viajamos a bordo de una piedrecita por un universo caótico, como hormiguitas en una hoja por un río. Pero tampoco tiene porque darnos vértigo y agarrarnos a dioses, axiomas, dogmas y otras zarandajas. Mejor agarrate a lo que puedes ver y tocar, que como vuelque la hoja te ahogas.
ResponderEliminarCompatibilidad cero de ciencia y religión. En cuanto la ciencia cede un ápice en hacerle un hueco a fanatismos religiosos y otras supercherías, vienen siglos de oscurantismo. Hay que leer más historia, para aprender de errores del pasado y conocer como puede ser de cruel la especie humana. La ciencia debe ser ciencia y el horóscopo de las revistas de cotilleo, nunca debe tener hueco, ni va a explicar el origen de vida ni de materia.
Chicos, creo que hay mucho de verdad y mucho de razón en todas vuestras exposiciones. Ciertamente, somos un animal que se plantea hasta los más nimio y no nos sentimos cómodos con explicaciones a medias, necesitamos reglas, lógica imperante para todo lo que nos rodea.
ResponderEliminarUna vez leí que la razón existe pero no la verdad. Cada uno tiene su razón, o sus razones, pero nadie tiene la verdad. y espero sinceramente que jamás la tengamos. ¿Qué haríamos los científicos si tuviéramos una explicación, una fórmula matemática para todo lo que nos rodea??? nos iríamos a casa decepcionados, y alguien podría tener la genial idea de arremeter contra los axiomas con tanta fuerza....que al final los echaría abajo. Pensadlo...es la incertidumbre la que nos mantiene vivos y constantes.