La puerta de la cámara fría crujió ruidosamente al abrirse. No era un sonido agradable, y menos aún en mitad del silencio reinante en el edificio vacío. Los laboratorios de toda la planta estaban cerrados, las luces de los pasillos apagadas. Acudir al laboratorio un domingo por la tarde podía constituir un adelanto significativo para el trabajo de la semana, pero no por ello constituía una ocupación agradable para un día supuestamente dedicado al descanso y el ocio. Pero el joven investigador estaba acostumbrado a privarse de ciertos momentos de ocio con tal de adelantar el trabajo, especialmente cuando la escritura de la tesis apremiaba. Así que se resignó ante la perspectiva de entrar en esa habitación fría, oscura y llena de incómodos ruidos, decidido a terminar rápido y salir cuanto antes.
Una ráfaga de aire enrarecido le recibió en cuanto pisó dentro de la estancia. Durante el fin de semana la cámara fría permanecía cerrada bastante tiempo, en contraste con los días laborables normales, cuando el entrar y salir de gente era constante. Una vez dentro cerró la puerta tras de sí (una práctica a la que se había acostumbrado en favor del ahorro energético y el mantenimiento de una temperatura constante), y durante unos instantes permaneció quieto sin atreverse a dar un paso, esperando a que la luz del tubo fluorescente parpadeara varias veces antes de encenderse del todo. Finalmente, la luz quedó fija y toda la ingente masa de artefactos que poblaban la oscuridad se materializaron, dando forma y color a los extraños sonidos. Entre estantes llenos de ancestrales aparatos en desuso, botellas de reactivos, y columnas de purificación de diversa índole, multitud de aparatos mecían su contenido en direcciones e intensidades tan diversas como los productos que se almacenaban en la cámara: agitadores orbitales llenos de tubos eppendorf - algunos de ellos, sobrecargados con tubos mayores, para los que no estaban diseñados y adheridos con tiras de cinta adhesiva de colores-, bandejas mecedoras con distinto ángulo e inclinación, cargadas con membranas de polivinilo esperando a ser reveladas; placas Petri con infinidad de medios de cultivo, centrífugas obsoletas y oxidadas… el inventario era casi inabarcable. Pero cuando uno entra en una cámara con una temperatura constante de 4º, no se detiene a contemplar sus maravillas, pues el frío no invita precisamente a la meditación y el entretenimiento. Así que se dirigió sin más preámbulos hacia su objetivo: una bandeja de agitación en la que había colocado la noche anterior una fiambrera con una membrana de western blot. Había llegado el momento de revelarla, terminando por fin (si el experimento había salido bien ) uno de los capítulos de la dichosa tesis. Pero en lugar de cogerla sin más dilación y salir de la cámara, se detuvo ante el agitador. Junto a su membrana, había algo más.
Se trataba de otra fiambrera, distinta a las que usaban en su laboratorio. Era una fiambrera más robusta, de plástico casi opaco y tapa verde. Realmente parecía mucho más importante que su miserable tarrina de margarina, lavada con lejía y transformada en recipiente para westerns (una práctica habitual en los laboratorios, donde el presupuesto siempre es limitante). Y no le resultaba desconocida, en absoluto. La razón por la que se quedó contemplándola, como hipnotizado por el vaivén del agitador, era que esa misma fiambrera llevaba más de un mes en ese mismo lugar, agitándose sin cesar, viendo pasar a decenas de otras fiambreras que reposaban durante la noche para ser retiradas al día siguiente. Él mismo había cambiado varias durante las últimas semanas, y siempre había visto en el mismo lugar la misteriosa fiambrera abandonada. En el laboratorio todos la conocían ya; evidentemente no pertenecía a ninguno de ellos, incluso lo habían hablado con otros investigadores. Nadie sabía nada. Por supuesto, era algo que tampoco incumbía demasiado a nadie, por lo que la cosa no había ido más allá. Al principio pensaron que se trataría de algún experimento raro, algún tratamiento de larga duración; pero parecía más lógico pensar que alguien se la habría dejado olvidada, por extraño que pudiera parecer. Pero ahora que se paraba a pensarlo, ni siquiera habían abierto en ningún momento la fiambrera para constatar que se trataba de una membrana de western blot. Tal vez se tratase de otra cosa, pero... ¿de qué?
Finalmente no pudo reprimir su curiosidad. Con un movimiento casi instintivo, se abalanzó sobre la fiambrera y comenzó a abrirla. En ese instante, en esos microsegundos que para el cuerpo implican apenas unos pocos movimientos pero para el cerebro pueden suponer cientos de pensamientos, se preguntó porqué lo hacía, se imaginó que estaba perdiendo el tiempo, se echó en cara lo absurdo que era pasar frío por esa tontería, y sorprendentemente otro pensamiento más sutil pero perfectamente identificable se hizo pesente: miedo. Algo en su interior le quiso advertir, como una vez angustiada que le impelía a dar media vuelta y salir aferrando su propia fiambrera, olvidarse de aquello a lo que no tenía derecho a asomarse.
Pero era tarde. Lo que vio en el interior de la fiambrera era demasiado increíble como para no prestarle atención. Había una membrana, sí; o algo que había sido una membrana, sin ninguna duda. El tamaño y la forma, un rectángulo fino, como un recorte de papel, seguían allí; pero la blancura de la membrana de vinilo se había convertido en una extraña amalgama de colores y formas retorcidos, extendidos como raíces a lo largo y ancho de toda la superficie. En algunos tramos el grosor era tres veces el de la membrana original, y las ramificaciones se alargaban hasta alcanzar el líquido en el que flotaba aquella masa informe. Se acercó a examinarlo de cerca, aunque ahora sí, casi podía escuchar una voz en su cabeza que le imploraba que cerrase de nuevo la tapa, que se alejase. Pero la curiosidad pudo más que la sensatez, y siguió acercándose, observando minuciosamente el contenido de la fiambrera, intentando averiguar algo que en sí mismo constituía un pensamiento aterrador: todo el movimiento que se apreciaba en el interior de la fiambrera, ¿se debía realmente al ajetreo del agitador? De repente, una de las ramificaciones golpeó la superficie del líquido, casi como en respuesta a su intriga. Retrocedió un instante, sobresaltado, y se acercó de nuevo más intrigado aún ante el evidente movimiento, precipitando así el final de su curiosa y corta aventura.
Hubo un movimiento rapidísimo, fugaz, y una salpicadura más fuerte que la anterior le dio de lleno en la cara. Pese a haber cerrado los ojos instintivamente, el líquido los había alcanzado y empezó a sentir un fuerte escozor. Cuando los intentó abrir, el líquido penetró de lleno y todo a su alrededor se convirtió en un confuso borrón. Se intentó frotar con las manos pero sólo consiguió que las salpicaduras penetrasen más rápido por todos los poros de su piel, y el escozor se extendió con la misma rapidez que el pánico. Giró bruscamente sobre sí mismo, y se golpeó el hombro con una estantería de metal, haciendo que varias botellas cayeran al suelo con un estruendo. El golpe le desequilibró y cayó de bruces sobre el húmedo suelo de la cámara fría. Permaneció unos segundos, allí estirado, maldiciendo su curiosidad y su imprudencia. Intentó levantarse, pero de repente se sentía muy cansado… apenas consiguió incorporarse de cintura para arriba, pues las piernas le fallaban y resbalaban en el suelo cada vez que intentaba ponerse en pie. Penosamente llegó hasta el umbral de la puerta, tiritando, para descubrir con pavor que ésta permanecía cerrada, cerrada por él mismo de manera casi automática. Intentó en vano alcanzar la palanca de apertura, situada a mitad de la altura de la puerta, pero ya nada podía hacer: su cuerpo no le respondía. Se llevó una mano a la cara, por última vez, para notar que una especie de mucosa recubría sus ojos y mejillas. Hubiera llorado, pero su cuerpo ya no era capaz de producir lágrimas. Así que se quedó recostado, allí al pie de la entrada, sumido en una semi-inconsciencia, sus constantes vitales reduciéndose y aletargándose su cerebro poco a poco. En unos minutos, todo había terminado.
Cuando encontraron el cuerpo, el desconcierto fue mayúsculo. Por mucho que las películas de ciencia ficción pintasen los laboratorios como lugares peligrosísimos, fruto de accidentes espectaculares, en realidad una muerte era algo tan inhabitual como estremecedor. Se cerró el Instituto de Investigación y la policía estudió meticulosamente la cámara fría donde había aparecido el cadáver. Varios de los principales investigadores acompañaron a los agentes en sus pesquisas, pero ninguno encontró explicación alguna para las extrañas marcas en la cara del difunto, ni relación alguna con todos los diferentes productos que pudiesen almacenarse en aquel lugar. Finalmente, tras decretar una muerte por causas naturales y retirar el cuerpo, se volvió paulatinamente a restablecer el funcionamiento del centro.
Mientras, en la cámara fría, una fiambrera seguía agitándose. La siguiente persona que entró se preguntó, extrañada, quién habría dejado olvidada una fiambrera en agitación continua.
Pero más extraño aún era que la fiambrera estuviese vacía.
¡¡¡Alien, el octavo becario!!!!
ResponderEliminarQué bueno. Me ha gustado mucho. De verdad. Una ambientación envolvente, bien narrado y con final -predecible- pero impactante.
Queremos más.
jajajaja!!
ResponderEliminarque recuerdos... aun recuerdo ese agitador, y esa fiambrera... pobre incauto el que desaifó a "La Cosa" (pero de J. Carpenter).
Me gustó mucho!
ResponderEliminar"Realmente parecía mucho más importante que su miserable tarrina de margarina, lavada con lejía y transformada en recipiente para westerns..."
Yo tengo variedad de recipientes caseros para westerns y también de frasquitos!!!
Intrigante hasta el final, y esa última frase pone los pelos de punta. El terror sobrenatural de Lovecraft y Poe aplicado al ambiente de laboratorio.
ResponderEliminarP.D: a partir de ahora las placas de la cámara fría se las saca usted, que esa descripción del tubo parpadeante me suena a mi de algo...
Pues prepárate Dani, porque tengo en la recámara otro relato muy similar; lo que pasa es que como era de carácter muy apocalíptico, con la catástrofe de Japón pensé que era un poco de mal gusto publicarlo y lo he reservado para más adelante.
ResponderEliminarYa imaginaba que la influencia alienística se notaría, por algo es mi película favorita...
banchsinger, pues que sepas que acabo de subir a por una placa y ahí sigue la fiambrera dando vueltas; de todas las historietas del blog basadas en hechos reales (prácticamente todas lo son), ésta es la más real y más aterradora, sin duda.
Carola4u, me reconforta ver que al otro lado del charco se utilizan las mismas técnicas ahorrativas; tengo pensado un post reportaje acerca de todos estos apaños caseros que nos ahorran en soltar la pasta en aparatejos.
Querido pupilo Pablunchu, no temas: jamás dejaría que mi mejor hacedor de minipreps fuese devorado por ninguna masa informe. Menos ahora que incluso te he reclutado como colaborador bloguil!
Gracias a todos por el valor de leer hasta el final y por comentar.
Hace más de 1 año que abandoné el 3er piso... pero mañana subo sin falta para echar un vistazo a la misteriosa fiambrera... :-D
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Dr. Litos.
ResponderEliminarSin duda has descrito lo que vivimos cada vez que entramos en la cámara fría, esos segundos en los que la luz parpadea, mientras tu cuerpo empieza a sentir el frío del ambiente, hasta que finalmente queda fija y se enciende.
Y el final es realmente aterrador, a partir de ahora intentaré ignorar esa fiambrera, por si acaso...
Por cierto si banchsinger ya la habia visto antes de irse, ¿cuanto tiempo puede llevar ahí?.
En busca de su dueño,¿No creeis que deberiamos revelarla para ver que secretos esconde?, quizás es alguién que ya no está en el instituto y la dejó para que desvelaramos algo que no se atrevió a contar. Y si, esconde un mapa o una pista que nos lleva a otra hasta llegar a alguno de los secretos mas guardados del IBV, algo aterrador que aquellos que conocen no se atreven ni a nombrar, y ahora alguien intenta hacernos descubrir y nosotros sin hacerle caso a la fiambrera. Bueno ¿quién se atreve a revelar esa membrana?
Bueno Dr. Litos enhorabuena por tu relato, nos mantendremos a la espera de una nueva entrega...