Tal vez estas sean las últimas líneas que se escriban desde nuestro laboratorio. Años de investigación llegan a su fin, de la manera más inesperada: ni recortes presupuestarios, ni desastres de contaminación, ni sabotaje empresarial pudieron acabar con este otrora floreciente grupo de científicos, ahora reducido a un grupo de personas sin esperanza de continuar con su labor. Comenzaré el relato desde el principio.
Todo empezó cuando la centrífuga de mesa falló por primera vez. Apenas había comenzado a girar el rotor, la pantalla mostró un críptico mensaje de error. No recuerdo bien quién fue el primero al que le sucedió, pero nadie se alarmó demasiado, pues apagándola y volviéndola a encender se solucionó el problema sin más. Sin embargo, pronto le sucedió lo mismo a otro compañero, y a otro, y así sucesivamente, hasta que dar un simple spin a cuatro tubitos se convertía en una tarea que podía llegar a durar varios minutos. Algo inconcebible para el ritmo de trabajo de un laboratorio de investigación en biología molecular. Recuerdo que una de las últimas veces me molesté en calcular que, durante todo el proceso de purificación de proteínas, había invertido 12 horas sólo en centrifugar muestras, algo que en condiciones normales hubiera costado un total de aproximadamente 1 hora, como máximo. También recuerdo otra vez en que un compañero, desesperado, terminó centrifugando sus muestras apretando la gradilla contra su vientre mientras otro compañero le hacía girar violentamente en una de las sillas con ruedas del laboratorio. En su momento no nos llamó demasiado la atención, incluso nos echamos unas buenas risas viendo al pobre devolver hasta la última papilla por el resultante mareo. Para nosotros eran, sencillamente, cosas que pasan en los laboratorios. Los aparatos de vez en cuando hacen cosas raras.
Pero entonces el problema pareció contagiarse. Pocos días después de la graciosa anécdota del centrifugado en silla, otro de nuestros compañeros se abrió la cabeza cuando el agitador donde incubábamos las membranas de western blot y los geles de Coomassiee pasó de 110 revoluciones a 14500, sin que nadie lo tocase. Las fiambreras salieron disparadas en todas direcciones, y para cualquiera familiarizado con la energía cinética y sus devastadores efectos le resultará comprensible que el golpe recibido por el compañero le causase un desmayo inmediato. Otro de nosotros tuvo más suerte, pues sólo le salpicó el Coomassie de otra fiambrera. Simplemente quedó teñido de azul de pies a cabeza, lo cual afortunadamente relajó la tensión, pues la imagen de semejante ente de aspecto pitufil-avatareño no pudo sino provocarnos una carcajada general. Bueno, excepto a nuestro compañero que yacía en el suelo inconsciente tras el golpe de la fiambrera. En cualquier caso, las anécdotas empezaban a parecernos algo cansinas. Y entonces, todo se precipitó.
Los fallos paulatinos en todos los aparatos se aceleraron de manera exponencial. Las cabinas de esterilidad de cultivos dejaron de funcionar con eficiencia, y multitud de microorganismos no deseados poblaron las placas de cultivos celulares. Intentamos desinfectar toda la sala de cultivos, y bajamos a descongelar alícuotas guardadas en nitrógeno líquido: otro vano esfuerzo, pues el tanque de nitrógeno había sufrido un escape. Fue aterrador encontrar a un investigador predoctoral totalmente congelado. Al principio nos hizo gracia, pues parecía el T1000 de la película, pero pronto nos dimos cuenta de que la cosa se estaba poniendo seria: todas las células habían muerto, y aquéllo sí que no tenía solución.
(fuente)
No podría relatar, aunque quisiera, uno por uno todos los desastres que se fueron sucediendo. Decidimos hacer una reunión de emergencia en torno a nuestro jefe de grupo, pues la veteranía es un grado cuando hay problemas de esta índole en los laboratorios. Fue entonces cuando nos dimos cuenta que hacía varios días que había desaparecido. Lo último que se supo era que partía fuera de la ciudad para participar en un tribunal de tesis, pero al parecer nunca llegó a su destino. Bajamos a hablar con el guardia de seguridad - que estaba ocupado intentando reparar las cámaras de seguridad averiadas (todas) -, y nos dijo que no tenía registrado que nuestro jefe hubiera abandonado el edificio. Ahorraré al lector el tedio de nuestras pesquisas hasta que descubrimos que el montacargas dejó de funcionar con nuestro jefe dentro; pudimos entendernos con él a gritos durante un tiempo, pero hace ya varias horas que no contesta. Esta ha sido la gota que colma el vaso: desconcertados, como un rebaño sin pastor para guiarle, hemos subido al laboratorio, temerosos de tomar cualquier iniciativa. Algunos lo hemos llevado mejor que otros... hace apenas unos minutos he pasado por el cuartito de becarios, donde los más jóvenes se han reunido en torno a la cafetera, con la vana esperanza de que vuelva a funcionar como por arte de magia. Durante varias horas estuvieron entretenidos con el facebook, hasta que todos los ordenadores de la sala dejaron de funcionar. Bajo una de las mesas, una de las más jóvenes becarias se agarra las rodillas y se mece adelante y atrás, susurrando algo acerca de una beca que nunca cobró por un fallo informático.
(fuente)
No sé cuánto aguantaremos. Muchos han abandonado el edificio hace días, pero los que quedamos estamos llegando al límite de nuestras fuerzas, como ya se deduce de las últimas líneas. Incluso ha cundido el pánico y la superstición... uno de nuestros técnicos ha saltado por la ventana, profiriendo alaridos acerca del final de la era digital y el apocalipsis. Afortunadamente, con la ventana rota se ha refrescado el ambiente que venía siendo sofocante desde que el aire acondicionado se colapsó.
Ahora que ya prácticamente no podemos hacer nada, es cuando nos ponemos a reflexionar acerca de lo sucedido. No hay nada en este laboratorio que se pueda hacer únicamente con nuestras manos, sin depender de máquinas. Pero por más vueltas que le damos al asunto, más extraño parece. Algunos hablan de sabotaje... eso podría explicar el incidente del ascensor (el doctorando a punto de leer su tesis sería el principal sospechoso); sin embargo, es difícil pensar que un laboratorio de la competencia, trabajando en el mismo tema, tuviese que tomar estas medidas para adelantarnos en la publicación de resutados. Para eso ya tienen a los referees. Una posible conspiración gubernamental es también ridícula: al Ministerio le basta con recortarnos los fondos, como ha venido haciendo estos últimos años. No, la razón debe estar más allá. Sin acudir a la superstición ni a las pseudociencias (como os he contado, fue lo que llevó a nuestro pobre técnico a saltar por la ventana), sólo hay una explicación plausible: obsolescencia programada. Un compañero vio hace poco un documental en el que hablaban de este concepto, y según parece la teoría de que todos los aparatos tengan una vida útil deliberadamente limitada y calculada con precisión es algo sobradamente contrastado. Pero de ahí a entender porqué todos los aparatos han "caducado" casi al mismo tiempo... eso es algo que requerirá de una ardua investigación. La pregunta es, ¿cómo vamos a investigarlo, si no disponemos de máquinas? ¿Sin siquiera una conexión a internet? Porque, aunque este ordenador desde el cual escribo todavía responde, ignoramos cuánto tiempo más aguan
Pero ¿esto va en serio o es una historia de Batablanca? La leche...
ResponderEliminarJajajaja Buenísimo! Recuerdo aquella centrífuga, parecía que que no pasaría de ser una mera anécdota. Me quedo con la centrifugación en la silla y lo de los referees, desternillante!
ResponderEliminarLo de la obsolescencia es una vergüenza, hasta donde llegaremos en el afán de vender más (menos mal que hay cosas que no quedan obsoletas, yo conozco a gente que tiene la misma ropa interior que cuando hizo la comunión, y ya van por el postdoc...)
Jajajaja!! Creo que a partir de ahora me decantaré por la centrifugación en silla, no vaya a ser que la centrifuga de mesa vuelva a dar error.
ResponderEliminarPor cierto, recomiendo especialmente el vídeo acerca de la Obsolescencia programada!!
Obsolescencia programada? Casualidad? ley de Murphy?
ResponderEliminarno se cual de las explicaciones es menos aterradora...pero la mas sinvergüenza y facinerosa, es, por supuesto, la O.P.
Una muestra más de lo tontos que nos hemos vuelto.
Mejor tomarselo a conya, muy bueno, joven.
Por fín despues de leer esto, puedo sentirme afortunado de poder seguir trabajando con mis manos, mis sudores y antiguos hornillos de gas....y no tener que sufrir por si algo a mi alrededor puede desfallecer. Solo una cuestión que me altera y me sofoca, tambien puede pasarle a mi Thermomix?? Arzak no lo quiera....
ResponderEliminarAntes que nada, tranquilizar a todos los lectores que pudieran pensar que (licencias literarias aparte) nuestro laboratorio está realmente inutilizado. Como todos los posts o casi todos, está escrupulosamente basado en hechos reales, en concreto en un día que empezando por la centrífuga todo empezó a fallar. Y aún estamos teniendo problemas con las células en cultivo, así que puede haber una segunda parte pronto, no lo descarto.
ResponderEliminareulez, colega con lo veterano del blog que eres, y mezclas a Batablanca con una absurda historieta como ésta? Va todo lo serio que puede ir algo en este serio blog.
Pablunchu, que sepas que la centrífuga aún está en reparación. no te digo más.
Xofa, ya verás qué diver lo de la silla. Y los pellets te saldrán niquelados. Tomo nota de ver el documental.
Banchsinger, como erudito de la serendipia nadie mejor que tú para explicarnos estos hechos extraños. Y sí, mejor reir que llorar...
Hombre Juan "San", qué bien que te hayas pasado por aquí. Pues yo de ti me andaría con mucho cuidadito, porque precisamente si las máquinas se rebelan y empiezan por las cocinas, tendrán a su disposición afiladas cuchillas e incandescentes placas de inducción. Así que mejor no dejes de lado los hornillos; al final acabaremos todos con palillos chinos.