miércoles, 16 de mayo de 2012

Casi como en casa

A lo largo de todas sus encarnaciones - de las que recordaba, al menos - se había sentido siempre fuera de lugar. Nunca había sido capaz de entender qué necesitaba para sentir que pertenecía  a los lugares por los que pasaba, pero estaba seguro de que había algo en su interior que le avisaría cuando, por fin, estuviese allí donde pertenecía. Una especie de memoria primigenia, una memoria abstracta y metafísica, que a diferencia de la compleja memoria de los seres vivos, consitía únicamente en una extraña resonancia consciente entre sus cadenas de azúcares y fosfatos unidos por bases nitrogenadas. Esa memoria le decía "este no es tu sitio", y por más que siempre encontrase a su alrededor complejos proteicos familiares, fosfolípidos de membrana y enzimas replicadoras muy parecidos a otros que tal vez había conocido... de algún modo sabía que nunca, nunca eran los mismos con los que una vez compartió un hogar. 



dna-3

Y por esa razón - de eso estaba seguro - jamás había podido llevar hasta buen puerto la misión para la que realmente existía. Todas y cada una de las veces que había intentado materializar la información que codificaba su secuencia, habían fracasado estrepitosamente: producía una cadena de aminoácidos, sí, pero nunca llegaba más lejos. La materia prima estaba presente, pero no conseguía adquirir la conformación adecuada, la forma nativa, aquella que conseguiría ejercer una función en aquellos mundos huéspedes donde aparecía una y otra vez. Y de nuevo, la memoria resonante le causaba un terrible dolor, pues dicha memoria se transfería de los átomos del ácido nucleico a los de la proteína naciente, y en esta nueva encarnación era consciente de cómo le faltaba la ayuda necesaria, fallaba en adquirir la forma pertinente. Los aminoácidos pesaban demasiado, se retorcían en contra de su voluntad, y exponían dominios que debían permanecer ocultos, atrayendo la implacable maquinaria de degradación que ponía fin a su suplicio. En ninguna ocasión su recién nacido "yo" era reconocido como perteneciente a aquel lugar. Y así, volvía a despertar en forma de plásmido, una y otra vez, y la historia se llevaba repitiendo sin que pudiese discernir el tiempo que pasaba entre uno y otro intento, pasando eternamente de ácido nucleico no invitado pero permitido, a cadena proteica amorfa y expulsada sin compasión.


Pero esta vez era diferente. Algo había cambiado, y lo notó desde que había penetrado en esa nueva célula. Esta vez el proceso había sido distinto, no tan fácil como en ocasiones anteriores: había necesitado de ayuda, mucha ayuda para franquear la barrera exterior. Atravesó capas que nunca antes había conocido, y una vez dentro se sintió, de alguna manera, más cerca de su destino. Los complejos macromoleculares y orgánulos que la rodeaban eran parecidos, mas no iguales a los que en encarnaciones anteriores le habían evitado con cierta indiferencia. Entonces, frente a él, apareció algo que le sacó de toda duda: se encontraba en un entorno mucho más adecuado. Tal vez, se dijo, su misión podía llegar a realizarse. Porque lo que estaba viendo - y entonces supo que había pasado bastante tiempo como para llegar a olvidarlo -, era un núcleo eucariota. Definitivamente, este podría ser su mundo; y si no lo era, era uno muy parecido. Se dirigió al núcleo, y sin apenas problemas fue suavemente recibido por gráciles asistentes que lo trasladaron al interior. La maquinaria de replicación y transcripción que acudió a su encuentro era también más agradable, más cómoda: el proceso fue rápido y menos accidentado. Pero sin duda lo más estimulante fue encontrar, en aquellos ribosomas que alegremente acomodaron sus cadenas en sus surcos, un lugar donde dar a luz a a su nueva y -esperaba- definitiva encarnación.

La proteína naciente había llegado para quedarse. Al tiempo que se ensamblaban sus aminoácidos, una serie de proteínas ancestralmente recordadas acudieron en su ayuda, y con eficiente cuidado fueron replegando los aminoácidos, ordenando las cadenas, facilitando hélices y allanando la formación de las hojas. Y por fin, mientras dejaba atrás el ribosoma y se encaminaba decidida hacia el citosol, recordó lo que era estar completa.

Comenzó entonces el último paso de su misión: la búsqueda. Navegó el citosol en todas direcciones, intentando hacer uso de todos sus recuerdos e instintos, buscando su complemento, su alma gemela, su sustrato; mas no lo halló por ninguna parte. Le asoló de nuevo una consciencia pura y clara: seguía sin estar en su sitio. No debía buscar aquello con lo que había evolucionado durante millones de años... pero sí algo parecido. Y guiada por este rayo de esperanza, la proteína heteróloga por fin cesó en su búsqueda, abalanzándose sobre su presa, que se dejó capturar, dócilmente. Pues reconocía en aquella proteína extraña un reflejo de su auténtica pareja, conocía su estructura y sus dominios, si bien los azulejos que los sustentaban no estaban pintados del mismo color. Ambas proteínas, aunque jamás se habían visto antes, encajaron casi a la perfección, pues aunque no habían nacido en el mismo mundo, sus ancestros sí lo habían hecho. Y ambas guardaban bastante de ellos como para seguir cumpliendo su misión.


La unión de estas dos parientes lejanas activó un interruptor en aquella célula que era más que eso: era un ser vivo. Y con el interruptor se encendió una luz que parecía iluminar el resplandor de la idea que las había juntado: tenían un mismo origen, podían llevar a cabo la misma función, y la distancia que alejó al hombre y la levadura durante los millones de años en que se separaron los caminos de sus antepasados dejó de significar nada, dentro de aquel ser que empezaba a gemar, cargado con un intruso que se había infiltrado sin causar ningún mal.

Y por fin,  por primera vez desde que fuese clonada en un laboratorio hacía ya tantos ciclos, se sintió casi como en casa.


Esta entrada participa en la XIII Edición del Carnaval de Biología, alojado por Marisa Alonso Núñez (@lualnu10 para los amigos) en Caja de Ciencia.



5 comentarios:

  1. Genial! Muy agradable de leer y muy sentimental... te pesa la conciencia por intentar purificar proteínas eucariotas en bacterias? Jajaja!
    Sólo tengo una pega... Qué son exactamente los "orgánulos familiares" que describes en la célula procariota? Porque a no ser que entiendas que un ribosoma o ciertos elementos de acumulación presentes en bacterias son orgánulos no lo acabo de visualizar.
    Enhorabuena por el post! Va a ser todo un éxito!

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    1. Jolines, mira que sabía que tanto mezclar entornos celulares se me colaría alguna cosa... ya he cambiado "orgánulos" por "complejos proteicos", muchas gracias por el soplo colega! Y por el comentario en general!

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  2. Que oda a las levaduritas tan emotiva! Y tan poética! Si es que son adorables, y tan manejables ellas y con tantos ortólogos, y tan fáciles de "criar"...Me ha hecho gracia el toque del "schmoo" como genuino representante. Ahi se ve la venilla (más bien arteria) de dibujante de comics Dr Litos. Gracias por Homenajear a estos estupendos eucariotas.
    Y enhorabuena como siempre.

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  3. Genial Dr., totalmente de acuerdo con Canxuki en lo sentimental del relato, de hecho mi contribución al carnaval va del palo pero con otras técnicas. La verdad es que por momentos el texto es tán descriptivo que mi imaginación vuela (y le da a uno por pensar en un ribosoma apretando hasta que ve nacer a la proteína) en fín, llegan los exámenes fín de máster y a uno se le va la olla.

    Felicidades Dr.

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  4. Tu nivel de frikismo supera todo límite. Esto es narrativa, novela para especialistas en Bioquímica y Biología Molecular, que me aspen si un profano capta el sentimiento que escribes... que me aspen!!

    Frriiiiiikkkkkiiiiiiiiiii!!!!!!!!!!!!!!

    y además to verdad sustrayendo las humanizaciones.

    Crakkkk!!!

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