lunes, 13 de noviembre de 2017

Ningún laboratorio sin su Bata Woman

Hoy, Diana ha defendido su tesis doctoral. Ha sido una exposición con una defensa brillante, como no podía ser menos tras seis años de trabajo durísimo, de perseguir respuestas esquivas, de pelear con células pejigueras y de pasar horas y horas frente al ordenador analizando cómo esas neuronas extendían sus axones, de forma aberrante y renqueante, hasta poder deducir qué es lo que fallaba en su interior. Respuestas esquivas, como digo, y muy necesarias si uno quiere llegar a desentrañar los mecanismos moleculares que subyacen a patologías tan terribles e incomprensible como la ataxia de  Friedreich, una enfermedad minoritaria que afecta al sistema nervioso periférico. La portada de la tesis de Diana, en su versión libro, ha sido el dibujo de un niño: una especie de monstruo de aspecto divertido, la forma en que aquel niño diagnosticado de Friedreich intentó plasmar cómo se imaginaba el "bichito" que le explicaron era responsable de su enfermedad: la proteína frataxina, cuya función, por increíble que parezca y después de tantas tesis doctorales tan brillantes como la de Diana, sigue sin conocerse en su totalidad.

Podíamos quedarnos con este dato emotivo y en cierto modo desesperante; pero la intención de este post no es solo felicitar a Diana y a los que han dirigido su trabajo. Es resaltar que, además de ser una investigadora infatigable y tenaz, Diana ha sido siempre consciente de que era una mujer en un mundo de hombres, y que toda ocasión es propicia para llamar la atención sobre ese hecho. Así que, cuando pasó a formar parte de nuestro grupo y conoció  a mi famoso - en ciertos círculos reducidos; unas diez personas - personaje Bataman, me preguntó inmediatamente: ¿y no tienes ningún diseño para... Bata Woman?. Obviamente, mi misión estaba clara: no bastaba con miserables intentos anteriores. Hacía falta una Bata Woman. Meses después, Diana estaba a punto de leer la tesis, yo había visto una fantástica película llamada Wonder Woman, protagonizada por otra heroína llamada Diana, y estaba claro cuál debía ser el dibujo para regalar a mi compañera.

¿Pero sabéis qué es lo mejor de todo? Que una vez sentado entre el público, viendo a Diana defender a bata y espada su trabajo, me percaté de otra cosa. Dos de los tres integrantes del tribunal (incluyendo la presidenta) eran mujeres; una de las directoras de la tesis (la principal, realmente; ya sabéis cómo funciona eso), era también una mujer; y el laboratorio original donde se desarrolló la mayor parte del trabajo, estaba integrado en una inmensa mayoría por mujeres: entre el público pude ver a muchas de ellas. Un laboratorio del que han salido numerosas tesis, artículos científicos, descubrimientos de una calidad excepcional, en torno a la mencionada ataxia y otras enfermedades neurodegenerativas. Casi todo ello llevado a cabo por mujeres. No hay una ocasión mejor para hacer notar la absurda minoría de mujeres en los puestos más altos de las instituciones, a la cabeza de grupos punteros, dirigiendo universidades o centros de investigación. No tiene sentido, porque no refleja la realidad. Peor como siempre, buscando el lado optimista, hoy he tenido la sensación de que algo estaba cambiando, tal vez por el mero hecho de caerse por su propio peso. 

Es tentador decir que no hace falta heroínas, que ninguna Bata Woman va a llamar la atención sobre algo que poco a poco va a ir dejando de ser una triste realidad. Pero tampoco parecía que hiciese falta una película protagonizada por una heroína solitaria, y sin embargo ha supuesto una revolución, una inspiración inédita hasta entonces para miles de mujeres que, por fin, se han visto reflejadas en un campo, el cine de entretenimiento bélico-fantástico, donde siempre han sido alejadas del protagonismo.

No se me ocurre mejor símil: en el mundo hacen tanta falta Wonder Woman como Bata Woman.  Porque de heroínas, las pantallas y los laboratorios están llenos.

Solo que no las vemos.