sábado, 11 de mayo de 2019

Diez años

En términos universales, diez años es una cantidad de tiempo irrisoria. Y con universales quiero decir en la escala del universo conocido. En un contexto donde pueden pasar fácilmente mil millones de años antes de que te enteres de que una estrella ha muerto, diez años suponen una fracción tan minúscula del total que es para mondarse. Pero en la ridícula escala temporal humana... diez años son otra cosa. De hecho en uno solo de nuestros vertiginosos años pueden pasar tantísimas cosas que las personas terminamos por tomarnos el tiempo como algo muy serio. Obviamente porque en el fondo nos da igual cuánto puedan durar las cosas en el universo: somos plenamente conscientes, para bien o para mal, de que vivimos con el tiempo prestado. Gracias a eso apreciamos más cada minuto de la vida, pero también a menudo maldecimos nuestra senectud y rabiamos cuando constatamos que hemos perdido alguna cantidad de tiempo preciosa que ya no volverá. 

Pues bien: si en términos de vida humana diez años son ya un cacho de tiempo a considerar (da tiempo a hacer dos doctorados, a ver dos trilogías de El Señor de los Anillos o a presenciar cómo tu hijo pasa de decir "erez el mejó papi del mundo" a " ¡Yo no te pedí nacer!"), en la escala del mundo virtual donde todo se sucede a un ritmo vertiginoso, puede considerarse una eternidad. Durante los diez años que ha existido esta página web han sucedido muchas, muchísimas cosas. Los textos que se han publicado han cambiado mucho, han pasado por aquí varias manos aporrenado distintos teclados para llenarlas, y las más habituales - que son las del que os escribe en este momento -  han experimentado y practicado hasta encontrar una voz propia; pero incluso esa voz ha cambiado. Ha habido todo tipo de situaciones a lo largo de estos diez años, y siempre se han reflejado de una manera u otra en el blog. Incluso en los periodos más ocupados de la vida, coincidiendo al mismo tiempo con el declive de la comunidad bloguera y con el incremento de las exigencias laborales y familiares, siempre he encontrado el momento de volver y disfrutar de la sensación que estoy sintiendo ahora mismo: que aquí sigue todavía este rinconcito apartado, una vez dentro del cual el tiempo se detiene, permitiéndome hablar con total libertad de aquello que necesite. Y en estos momentos solo necesito reflexionar un poquito, rememorar aquellos tiempos y dejarme llevar por diez años de recuerdos maravillosos. Necesito recordar por qué sigo manteniendo este sitio abierto y me resigno a considerarlo un capítulo cerrado de mi vida, pese a no dedicarle el tiempo que uno debe dedicar a todo aquello que de verdad le importa. He querido volver a escribir para celebrar el décimo aniversario, simplemente para sentir que aún tengo un sitio al que regresar cuando lo necesite.

Porque en estos diez años habrán pasado muchas cosas, pero ninguna de ellas me ha quitado las ganas de escribir. De hecho, me han dado muchísimos motivos para escribir cada vez más. A veces fantaseo con que llegue por fin esa época ansiada en que pueda, de nuevo, sentarme a escribir cada vez que tenga una idea, y no cada vez que tenga un momento libre de ocupaciones. No creo que sea una utopía; por primera vez en mi vida profesional, la estabilidad es algo tangible, un objetivo a corto plazo... así que considero que es cuestión de tiempo.

No quiero extenderme demasiado, pues bien sabéis que dicho tiempo es finito y a los humanos no nos sobra. Podría invertir muchísimos minutos en enumerar las maravillosas alegrías que me ha dado este lugar, empezando por toda la gente increíble a la que he conocido gracias a las páginas aquí publicadas, y terminando por los logros profesionales que en gran medida se han visto influidos, directa o indirectamente, por mis escritos y experiencias en este blog. Y de hecho era mi intención, según meditaba durante estas últimas semanas acerca de lo que contaría llegado el momento. Pero he preferido abrir las puertas de ¡Jindetrés, sal!, soplar el polvo de sus estanterías, pasearme entre los recuerdos que aquí se guardan y simplemente sentarme a dejar que las palabras fluyesen. Esto es lo que ha salido. No me importa demasiado, puesto que hace ya mucho tiempo que descubrí el gran placer que produce dejar que las palabras hablen por sí mismas, y sin embargo hace ya mucho tiempo que no escribo por placer. No obstante, no os quiero engañar: si vengo a escribir aquí, es porque espero que alguien lea estas frases. Si tuviera que resumir en una única afirmación, en una sola razón por la cual considerar que ha valido la pena absolutamente cada palabra que he tecleado en este blog a lo largo de diez años, sería sin dudar un segundo las contadas ocasiones en que alguien ha manifestado que esas palabras le han servido para inspirarse, para aprender, para emocionarse, o para reír. Así que este post es una medicina, un revitalizante, un chute de adrenalina para abrir las puertas de par en par y lanzar al aire un "¡Eh! ¡Sigo aquí!" para que cualquiera que pueda oírlo se acerque, con curiosidad, y se permita en estos tiempos nerviosos y agitados de microescritura y lectura diagonal, descubrir un buen montón de historias entre las que perderse. 

No sé realmente si escribo para recordar a los demás que sigo aquí. Según siento que llega el momento de ir cerrando esta extraña pero terapéutica reflexión de cumpleblog, creo que en lo más profundo de mi subconsciente la intención verdadera es recordarme a mí mismo que antes de divulgador, profesor, conferenciante, monologuista, guionista o redactor, fui simple y llanamente... bloguero.

Y nunca viene mal recordar de dónde viene uno. Porque nunca sabe dónde puede acabar dentro de otros diez años.