Creo que puedo decir sin ninguna duda que lo más impresionante fue el cambio del cielo. El paso tan inmediato del pálido color de la mañana hacia un negro salpicado de estrellas que aparecían súbitamente fue algo que nunca olvidaré. Es cierto que la ingravidez es una experiencia increíble, pero me había entrenado para ello y la había experimentado, al menos parcialmente, en los vuelos preparatorios, de manera artificial. Pero no me sorprendió tanto como la sensación de haber dejado atrás el planeta. Por la pantalla del monitor veía todavía la superficie, no muy distinta de una de esas fotos de satélite tan comunes para cualquiera; pero lo que veía ante mí no era comparable a ninguna foto, ninguna representación por muy detallada que fuese. Había anticipado tanto este momento, que temía me defraudase; tal vez los lectores hayan sentido alguna vez ese despago, ese momento largamente anticipado que cuando por fin tiene lugar resulta ser más anodino y menos especial de como lo habíamos imaginado. Pues bien, ése era uno de mis mayores temores: imaginaba que la fuerte sujeción al asiento, los nervios del despegue, la tensión de la aceleración inicial me dejarían anonadado e incapaz de disfrutar del espectáculo; nada más lejos de la realidad. Era imposible obviar tanta belleza.
Alejé mi mirada de la superficie del planeta, que se deslizaba lentamente a la izquierda de la ventanilla, para encontrarme frente a la imponente luna. Algún día, me dije, otro afortunado pisaría aquella superficie. Gracias a la puerta que acabábamos de abrir, algún día podríamos contemplar la esfera de nuestro planeta natal desde diferentes puntos de vista, no sólo desde la órbita en una rudimentaria astronave como aquélla en la que me encontraba, sino desde otra superficie rocosa como la de la luna que brillaba frente a mí o la de su compañera, al otro lado del planeta. Me pregunté, en mitad de mis divagaciones, si mi nombre sería tan recordado como el del primer humano que pisara Fobos o Deimos. Pero los misterios de la Historia son eso, misterios; probablemente nunca llegaríamos a saber quién fue en realidad el hombre que dio nombre a mi nave y a mi misión. Misión que me había convertido en el primer hombre lanzado a la órbita de Marte, tras siglos desde que el primer humano hubiera pisado su roja y estéril tierra. Siglos de oscuridad y retroceso, más otros tantos años de continuos y revolucionarios avances tecnológicos, ocultaban las pistas de los primeros cosmonautas, pues desde que el ser humano abandonó la Tierra se había perdido gran parte del testimonio de sus días en ella. Nunca sabremos si fue el primero en hollar la luna de los terráqueos, en abandonar su planeta, o sencillamente en mirar al cielo y distinguir los cuerpos que orbitaban alrededor del mismo sol que hoy me deslumbra. Sólo quedó constancia de la importancia de su nombre, de que en algún momento ese nombre quedó asociado al espacio, a la liberación del hombre de sus ataduras, a la realización de un sueño.
Me han pedido que escriba estas líneas para dejar registradas mis sensaciones tras esta misión tan importante. Para que no vuelva a acontecer el olvido de las hazañas que muestran de lo que es capaz el ser humano. Soy el testimonio viviente de que una civilización es capaz de volver al lugar alcanzado años atrás: hemos vuelto al espacio tras siglos de condenación a un planeta que nunca fue el origen de nuestra especie, por mucho que lo hayamos hecho nuestro. Tal vez gracias a estas palabras algún día mi nombre será recordado, y bautizará a una nueva astronave que lleve a los descendientes de nuestra especie más lejos aún hacia las estrellas, al igual que Yuri Gagarin, fuese quien fuese, prestó su nombre a la nave que hoy me ha permitido ser parte de la historia.
Esta entrada es un modesto homenaje a Yuri Gagarin, el primer hombre que viajó al espacio el 12 de abril de 1961, y forma parte de la iniciativa de la Yuriesfera.
Muy bonito !! Que momentazo !!
ResponderEliminarComo se nota que se le da bien escribir, jodio!
ResponderEliminarLástima la historia del pobre Gargarin, de héroe nacional a juguete roto (como lo han bautizado varias veces en las noticias estos últimos días), para acabar muriendo poco después en un accidente de avioneta. Irónico...
Genial historia de ciencia ficción para conmemorar al bueno de Yuri.
ResponderEliminarPor lo que me has comentado y por lo que acabo de leer veo que te mola bastante el género. ¿Has catado a Greg Egan o a Ted Chiang? Son la caña.
Gracias por los comentarios, la verdad al ser un escrito tan improvisado pensaba que no iba a molar mucho...
ResponderEliminarJose Aguilar, efectivamente la ciencia ficción es de mis géneros favoritos, si no el que más (en el blog hay múltiples ejemplos, te dejaré que los vayas descubriendo...). Pero la verdad no he leído nada de esos dos autores que comentas, ¡tomo nota!