miércoles, 15 de agosto de 2012

Aquí hay monstruos

Todos están muy excitados tras la última exploración del planeta. Al parecer han encontrado un lugar idóneo para los requerimientos geológicos de un descenso de gran magnitud. Es cuestión de tiempo que hagamos contacto, y la excitación es palpable en el ambiente. Es increíble cómo se comportan, como niños ansiosos ante un juguete nuevo con el que pronto van a poder jugar. Yo al principio también actuaba de modo parecido. El mero hecho de constatar la existencia de vida alienígena es suficiente para enaltecer las ansias de descubrimiento de cualquier investigador espacial… pero a pesar de ello nadie está preparado para lo que supone encontrarnos con una civilización tecnológicamente avanzada. Muchos creen que sí… pero se equivocan.

Recuerdo haber imaginado el acontecimiento cuando era joven… la posibilidad de encontrar seres de otro planeta se me antojaba emocionante, pero al mismo tiempo me infundaba cierto temor. Los seres tradicionalmente descritos en las historias fantásticas eran a menudo imaginados como criaturas terroríficas, amenazantes y peligrosas; incluso cuando mostraban seres más benignos, personalmente siempre me producían intranquilidad por sus extrañas formas y misteriosas intenciones. Siempre terminaba temiendo que, de tener lugar el momento de encontrarme con un ente de otro mundo, terminaría sucumbiendo ante el pánico irracional. Obviamente este temor infantil se disipó con los años, pero aun así durante estos últimos meses, cuando estaba totalmente claro que no tardaría en tener lugar el tan anticipado momento, volví a notar un extraño hormigueo…

Pero eso fue sólo al principio. Ahora no es un hormigueo, ni nerviosismo, ni un cúmulo de dudas ante el misterio de lo desconocido. Ahora tengo conocimiento, y cuanto más ahondo en él, más miedo siento. Sí, siento miedo, no lo escondo. Y mi miedo aumenta cuanto más emocionados veo a los demás grupos de investigación, incluso a mis propios compañeros, inconscientes de lo que nos hemos encontrado en este rincón de la galaxia. Algunos no pueden, o no quieren, ver más allá: se han aferrado a su idea de que encontrar seres tecnológicamente avanzados, con los que seguramente podremos comunicarnos tarde o temprano, será algo enriquecedor y beneficioso para ambas culturas. Nada les hará dejar de lado este convencimiento. Al principio lo intenté, pero lo he pagado caro. En nuestra sociedad actual, tan “avanzada”, es inaceptable expresar cuestiones que puedan suscitar cualquier tipo de intolerancia o represión hacia cualquier ser vivo. Sin duda la idea subyacente es loable, pero se ha llevado a la práctica de una manera escandalosamente contraproducente: a nadie le importa lo fundamentados que puedan estar mis temores. Ni siquiera he tenido oportunidad de presentarme ante el Consejo Superior con mi dilatada recopilación de evidencias; al parecer, todo lo que no sean datos técnicos o experimentales es automáticamente desechado como mera palabrería. Quedo relegado a ese ostracismo que les depara a los filósofos, pensadores y a la mayoría de historiadores que se han atrevido a recomendar cautela y profundizar en nuestros estudios antes de lanzarnos a revelarnos ante estos seres que todavía ignoran que les observamos desde tan cerca.

La verdad, me cuesta creer que tengamos que precipitarnos después de tanto tiempo buscando vida en otros planetas. Tenemos la tecnología suficiente como para haber sabido entender las señales que emiten sus artilugios tecnológicos y para escondernos de ellos; hemos podido, desde la distancia y el anonimato, muestrear su mundo y analizar la biología de sus ecosistemas y criaturas. Pero nadie parece reparar en lo importante de la labor que en mi departamento hemos realizado, procesando las muestras culturales de los seres más avanzados del planeta, aquellos que están empezando a imitarnos en la búsqueda de vida en otros planetas. Con mis colegas he reunido e interpretado miles de documentos procedentes de distintos lugares del globo, y finalmente hemos llegado a algunas conclusiones nada esperanzadoras.

Ya he dicho que me dan miedo. Pero no sólo por lo terrorífico de su aspecto, su repugnante sistema de reproducción o los extraños sonidos que emiten, en una frecuencia casi dolorosa para nosotros. Es triste, pero estas meras afirmaciones ya sirven para desacreditarme ante mis superiores… no quieren creer que soy capaz de olvidarme de todos estos rasgos desagradables y alienígenas, y que lo realmente aterrador para mí es todo lo que he leído, escuchado, observado durante el tiempo que dura la misión. Esos seres no están preparados, no sólo para conocernos a nosotros… sino para conocerse a sí mismos. Viven en una lucha constante, bajo la falsa ilusión de que han superado las barreras biológicas de sus instintos. Siguen luchando continuamente y sin resultado alguno, peleándose a menudo sin saber porqué, discutiendo una y otra vez, estérilmente, acerca de cuestiones de las que no tienen apenas datos para opinar con objetividad… la mitad de ellos se aferran a creencias y supersticiones que para los nuestros resultarían ridículas, mientras la otra mitad desdeñan cualquier tipo de manifestación espiritual basándose en una ciencia incompleta y primitiva que les ha hecho actuar irresponsablemente en multitud de ocasiones. Unos pocos esclavizan impunemente a la mayoría, y otros tantos viven esclavizados sin saberlo. Desprecian al resto de formas de vida del planeta, disponen de ellos arbitrariamente, maltratan el entorno… pero al fin y al cabo, todo esto son minucias; nosotros mismos pasamos por estos problemas en el pasado. Lo que más me preocupa es lo que se hacen entre ellos a pequeña escala, la violencia que está presente en todos sus actos. No puedo creer que mis superiores sean incapaces de ver todo esto… sólo los conflictos bélicos más evidentes llaman su atención, pero parecen aislados y puntuales; o al menos eso quieren ver ellos, en su ansia por mostrarse y contactar. Pero me preocupa más esa violencia sutil, la disimulada bajo el velo de la civilización y modernidad, la que sucede en las ciudades más ricas en los estratos más altos… hay un grado de insolidaridad, desprecio, envidias e iras injustificadas entre estos seres, que me aterra. En su inseguridad, se obsesionan con agruparse,  abrazan opiniones radicales sin contrastarlas, temen y odian a su vecino sin saber bien porqué.

No puedo creer que todo esto sea irrelevante a la hora de planear un contacto entre nuestros mundos. No quiero contactar con seres así. Me aterra pensar lo que pueden sentir ante nosotros, tan diferentes, tan superiores en tantos aspectos. Muchos nos verán con buenos ojos, algunos nos venerarán y querrán acercarse, pero la inmensa mayoría nos verán como otra cosa: como monstruos. No nos comprenderán, y en consecuencia nos temerán. Nos odiarán.

Pienso a menudo en algo que aprendí estudiando sus culturas. En las primeras representaciones cartográficas de su mundo, de vastas masas de agua, los eruditos de la época señalaban las zonas inexploradas dibujando horrendas criaturas, marcadas con una frase que, traducida, vendría a significar algo como: “Aquí hay monstruos”. No sé si sería una forma de describir los seres incomprensibles que los primeros exploradores encontraban allí, o de desalentar a cualquier viajero a encontrar algo que escondiesen esos territorios, algún tipo de riqueza. Pero cualquiera de las dos opciones me lleva a una misma conclusión: lo desconocido para ellos, es monstruoso; y si lo conocen pero saben que puede ser deseable para otros, no quieren compartirlo.

Llamaban “monstruos”, “dragones”, a criaturas de su propio mundo. Cuando pretendían imaginar criaturas aún más terribles, simplemente confeccionaban variaciones, extrañas quimeras entre los más exóticos animales que conocían. Resulta ridículo comparado con lo que hubiesen sentido de habernos conocido entonces. Esta idea me provoca una leve sonrisa, pero pronto se esfuma, simplemente cuando pienso qué pasaría si en todo este tiempo no han cambiado en absoluto. Ni la tecnología ni el conocimiento de la Historia pueden erradicar en apenas unos cientos de años los peores instintos de una especie, y temo que cuando por fin nos revelemos y sepan de dónde provenimos, marquen  en sus mapas estelares nuestro mundo, nuestro sistema solar, y anoten esas mismas palabras.

Y entonces recordaré cómo intenté alertar a mis hermanos, y por culpa de su soberbia e ignorancia condenaron a nuestra especie. Ya no sé quienes son los monstruos: ¿esta especie primitiva y violenta? ¿mis propios compañeros, cegados con su obsesión de encontrar compañía para afrontar el terrible vacío del cosmos? ¿O soy yo el único monstruo, atenazado por el pánico, incapaz de ver una oportunidad de redención para una especie que no termino de comprender? Puede que todos lo seamos. De alguna manera lo somos, al menos para otros.

Porque en definitiva, nuestro comportamiento no dista tanto del de esos temerosos ignorantes que, cuando se topaban con los límites de sus conocimientos, simplemente se dedicaban a marcarlos escribiendo “Aquí hay monstruos”.

LENOX_GLOBE_DRAOGNS
(fuente)


Aprovecho la casualidad de que hoy cumple años uno de mis blogueros favoritos, Dani Torregrosa, para felicitarle oficialmente y dedicarle este relato, pues sé de buena tinta que es un gran aficionado a la ciencia ficción. No dejéis de visitar su interesantísimo blog Ese Punto Azul Pálido. ¡Felicidades maestro!

7 comentarios:

  1. Jefe, sublime, pero ya se te veía el plumero desde el principio. Pobres e incautos aliens...es que no han visto "Independence Day" o V? o a Hitler en la primera retransmisión emitida al espacio... No estarán tan avanzados como dicen.

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  2. Muy bueno!!! No pensaba que el Dr Litos valorase de esa manera las humanidades ;) Te invito oficialmente al nuevo Carnaval de Humanidades.
    Y me ha gustado mucho el relato, muy interesante! Hic sunt draco...

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  3. Gracias chicos por comentar!

    Alberto, gracias hombre, y eso que el relato pensaba que me había quedado muy pesimista...

    Banchsinger enseguida de empezar a parir el relato me dí cuenta de que la identidad del escribiente no aguantaría demasiado, así que decidí que no fuese "el gran giro sorpresa final", espero que haya quedado como pretendía...

    Y Ununcuadio, por supuesto que valoro las Humanidades, precisamente una de las motivaciones de esta Santa Casa Bloguera es demostrar que ciencias y letras son inseparables, el conocimiento es conocimiento independientemente de su forma, su propósito y sus herramientas. Ya me explicarás cómo funciona lo de ese carnaval y dónde se aloja, seguro que se me ocurrirá alguna participación...

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    1. Genial: te ficho entonces. Me ha gustado mucho tu reflexión!!!

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  4. Me parece muy apropiada la comparación que hace entre una situación del medioevo y nuestra condición actual (interesante metáfora, por cierto), aunque quisiera complementar la idea con un fragmento de la obra de Jorge Luis Borges: "Monstruo no significa horrible. Significa algo digno de ser mostrado" y de igual manera cabe destacar que de su origen latín derivan las palabras 'monstrare' y 'demonstrare' las cuales creo no hace falta traducirlas al español.

    Un buen post, saludos.

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    1. Vaya, muchas gracias por el apunte... me pensé muy mucho si utilizar las palabras originales, ("Hic sunt dracones", que apuntaba Ununcuadio)pero precisamente imaginé que un término más genérico como "monstruo" sería una interpretación más lógica si se tratase de una cultura externa que intentase traducir esos mapas. Hubiera estado bien tener en cuenta la etimología de la palabra, pero claro hubiera resultado demasiado fino como para que un alienígena llegase tan hondo en la traducción.

      Muchas gracias por comentar!

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