Pese a que este relato puede leerse de manera totalmente independiente, continúa acontecimientos narrados en la primera y segunda partes, las cuales forman un único arco argumental.
Por si no llegan al final de la historieta, valga decir que este post participa en la XV Edición del Carnaval de Biología, hospedada por nuestros compañeros de la plataforma de divulgación científica Hablando de Ciencia.
- Marina D'Or, Ciudad de Vacaciones, ¿dígame?
- Buenos días señor director, perdone que le moleste pero hay algo que debería ver.
- ¿Y no me lo puede contar por teléfono?
- Verá, señor, se trata de algo que han encontrado en los solares de ampliación de los bloques de apartamentos del ala este…
- ¿Algo? ¿Qué quiere decir? No me venga con misterios hombre, que hace calor y estoy cansado... ¡no serán más restos arqueológicos de esos! Se lo tengo dicho: cemento a manta, y si te he visto no me acuerdo.
- Pues... más o menos señor... sólo que en este caso es algo distinto, al parecer han topado con unos estratos sedimentarios poco comunes,muy antiguos. Lo raro es que han desenterrado una especie de cápsula claramente… cómo decir… moderna.
- ¿Una cápsula? Pero cómo, ¿como las de Nespresso? Se le habrá caído a alguien…
- (suspiro) Mire, se lo resumo: la excavadora ha quebrado una estructura metálica, que al despejar el sitio ha resultado ser una especie de vehículo… tras registrarlo minuciosamente, hemos encontrado un receptáculo hermético con unos papeles que explican mayormente el misterio. Creo que debería venir y leerlos, porque si se lo cuento por teléfono me va a colgar.
- Mire, lo que querría es despedirlos a todos por perder el tiempo con estas estupideces en vez de echar cemento fresco y seguir a la faena. Pero bueno, le echaré un vistazo mientras vuelven al trabajo y se deshacen de toda esa morralla. Además, no están los tiempos para despidos precisamente.
- Gracias, señor director.
***
- Ah, señor director, por fin ha llegado.
- Bueno, traiga esos papeles y acabemos rápido con este misterio.
- Aquí tiene. Es un poco largo, pero se lee rápido.
- Veamos… “ Pan tostado, pan de nueces, gaseosa, papas onduladas, lejía, detergente (de ropa de color)…”
- No no, perdone señor, empieza por el otro lado. Es que las últimas hojas están recicladas, al parecer.
- Ah, ya… el caso es que me sonaba un poco estúpido. Veamos… “Cronodiario…
Cronodiario. Día sin determinar, 145 millones de años atrás desde la última fecha registrada.
11:30
El viaje hacia el pasado ha sido terrible para la integridad del dispositivo de traslación temporal. Sabía que la máquina no estaba diseñada para viajar a intervalos temporales separados por más de unos cientos de años de diferencia, pero las consecuencias de mis últimos viajes al futuro cercano me motivaron a intentar a toda costa alejarme tanto de mi presente como de cualquier posible futuro. Si moría en el intento de contemplar con mis propios ojos a los gigantescos y majestuosos dinosaurios que una vez poblaron el planeta, habría merecido la pena el sacrificio.
Afortunadamente, he conservado suficiente energía como para intentar un par de saltos similares; sólo espero que la estructura de la cápsula aguante lo suficiente. Envalentonado ante la posibilidad de escapar, me he lanzado al exterior sin dudarlo un instante. La audacia y la sed de conocimiento me llenaban: nada podía detenerme.
11:35
Al parecer la cronocápsula se había materializado en la copa de un gigantesco árbol, con lo que nada más salir de la escotilla audazmente he trastabillado y caído durante decenas de metros, golpeándome con gruesas ramas y tragando insectos de un tamaño considerable (considerablemente grande, se entiende). Una vez en el suelo, pude eso sí disfrutar de la fascinante visión que supone hallarse en el centro de un enorme bosque de coníferas extintas en mi época de procedencia. Es un paisaje verde y exuberante, sin duda facilitado por la elevada temperatura. Me sacudo la tierra y comienzo un agradable paseo, regocijándome en el festival de extrañas hojas e insectos que pululan a mi alrededor. Decido recoger un ramillete de flores exóticas para decorar la cápsula de traslación temporal, de diseño frío y antinatural, amueblada con lo más barato del Ikea.
11:45
Me asalta una libélula más grande que mi cabeza. Consigo darle esquinazo escondiéndome tras una roca de curiosa forma.
12:00
Mi primer encuentro con los ansiados dinosaurios ha sido tan inesperado como poco ceremonioso. La roca de curiosa forma resultó ser, curiosamente, un anquilosáurido que descansaba plácidamente hasta ser interrumpido por mi vergonzosa huida de la libélula. Atónito ante aquel ser que se alzaba sobre sus cuatro patas y me miraba inquisitoriamente, no pude ver venir su cola oscilante ni por supuesto esquivar el bandazo que me propinó. Cuando desperté me hallaba de nuevo encaramado en las más altas ramas de las coníferas; enseguida me percaté que no andaba lejos de la cápsula, así que mirando el lado positivo de la vida me recompuse y volví a entrar al dispositivo, dispuesto a documentarme un poco mejor antes de volver a explorar este maravilloso y, porqué no decirlo, bastante peligroso mundo pretérito. El ramillete de flores (que por otra parte, no aparecían por ningún lado) podía esperar.
15:30
De regreso en la cápsula, tuve la desgracia de comprobar que los sistemas de datos informatizados habían resultado gravemente dañados por el viaje. Sin poder acceder a la imprescindible e inagotable fuente de datos conocida como Wikipedia, me sentí desolado y sin saber qué hacer; afortunadamente, entre mis aparejos personales encontré algunos de mis libros de cabecera favoritos (siempre fui un apasionado de la ciencia y en concreto, de los dinosaurios), que siempre llevo conmigo previendo posibles tiempos muertos entre misiones. Ojeando las páginas de "Mi primer libro de Dinosaurios" y "Dinosaurios: gigantes del pasado para pequeños lectores" pude deducir algunas cuestiones que me tenían intrigado. Al parecer, las plantas con flor no proliferaron hasta unos cuantos millones de años más tarde, aunque sí existían algunas especies a principios del Cretácico. Recuerdo entonces viejas lecciones de biología en las que se relacionaba la evolución de las plantas con flor con la proliferación de insectos polinizadores, dando lugar a una co-evolución vertiginosa que acabó con la predominancia de plantas como las coníferas que tanto me han impresionado en mi actual emplazamiento. Decido olvidarme del tema flores y lanzarme a lo que realmente he venido a ver: ¡dinosaurios! Eso sí: tras mi primer y doloroso encontronazo, desarrollo un plan tarzanesco, consistente en saltar de rama en rama para contemplar a los ejemplares más grandes desde una altura prudencial.
Procedo a equiparme debidamente, metiendo en mi cronomochila unas cuantas cuerdas y mosquetones, navaja multiusos, prismáticos, una botellita de agua y la "Guía ilustrada de dinosaurios".
20:00
Regreso a la cronocápsula, más decepcionado que otra cosa. Después de horas saltando de aquí para allá, no he conseguido más que toparme con otros ejemplares de anquilosaurios como el que amablemente me depositó en las cercanías de la cápsula, algunos iguanodontes pastando y poco más. Ciertamente impresionante, pero por culpa de numerosos films de escaso rigor científico pero gran impacto dramático, es algo que sabe a poco. Mientras me doy una reconfortante ducha y me cambio el magullado uniforme, reflexiono profundamente. Mis deseos de ver a un tiranosaurio arrancando de cuajo la cabeza de un triceratops se han visto frustrados, máxime cuando he descubierto que los ejemplares fosilizados de estas especies son más abundantes en norteamérica que en la península ibérica. Malditos americanos, siempre causándonos complejo de inferioridad, reflexiono. No creo que la cápsula esté preparada para traslaciones espaciales, pero sí queda suficiente energía para intentar cumplir al menos uno de mis objetivos: comprobar el aspecto de los dinosaurios emplumados, una nueva tendencia entre las representaciones ilustradas de estos animales que siempre me resultó algo aventurada. Según mis fuentes, es posible que en el momento en que me hallo haya tantos reptiles voladores (pterosaurios, básicamente) como aves primitivas, pero lo que yo quiero es ver a un dinosaurio bípedo corredor cubierto de plumas. Probablemente con ajustar el viaje a unos millones de años en el futuro sea suficiente.
(fuente)
Procedo a programar el viaje. Espero que la cápsula aguante. En caso contrario, esta será mi última anotación en el cronodiario. Voy a imprimir una copia de todo lo registrado hasta el momento, como medida de seguridad. Recojo mis trastos cuidadosamente para no dejar nada que altere el precioso ecosistema en el que me encuentro ni la línea espaciotemporal.
20:35
Comienzo el viaje y me doy cuenta de que he olvidado recoger la ropa que tendí en las ramas cercanas. Maldigo mi despiste, preocupado por las funestas consecuencias para la evolución de las especies y el futuro de la Tierra. A decir verdad, también me siento algo molesto porque no tenía otro uniforme y tendré que recorrer el Cretácico Superior con mi chándal de limpiar y una camiseta de la Volta a Peu.
70 millones de años en el futuro
El viaje ha sido un éxito, mas sus consecuencias terribles. Puedo estar seguro de que he viajado hasta el final de lo que llamamos periodo Cretácico, pero a partir de ahí los sistemas de la cronocápsula se han colapsado totalmente, la energía ha caído a mínimos irrecuperables y no dispongo de sistemas informáticos ni digitales de ningún tipo. Afortunadamente, siempre llevo en mis viajes un par de bolis, y he encontrado en uno de los archivadores de misiones pasadas unas listas de la compra escritas sólo por una cara, así que podré seguir con el cronodiario de manera manual. A continuación voy a registrar mis impresiones tras las primeras experiencias en esta nueva época.
Enseguida me percaté de que estaba condenado: la posibilidad de regresar a mi época se esfumó en cuanto la cronocápsula perdió toda su autonomía. Sin embargo, y como dije al principio, esta posibilidad estaba en todo momento contemplada y dado el oscuro panorama del siglo XXI de donde procedo, no me entristece en absoluto. He decidido vivir como un aventurero, el único hombre de un mundo primitivo, un mundo nuevo entero para mí. Debo disfrutar tanto como pueda de esta situación, como si se tratase de unas vacaciones en Parque Jurásico, solo que en el Cretácico y sin matemáticos agoreros para aguarme la fiesta. Con esta actitud afronté mi destino y me abrí paso a través de la maltrecha escotilla, equipado de nuevo con mi mochila de supervivencia.
Esta vez el espectáculo fue más satisfactorio: nada más poner el pie fuera de la cápsula, me vi sumergido en un exuberante mundo vegetal, rodeado de extrañas plantas en plena florescencia, a las que acudían extraños insectos alados. Recordando mi encontronazo con la ciclópea libélula, me abstuve de adentrarme en el jardín y dirigí mis pasos hacia los claros. Lo que vi en ellos, si bien resultó asombroso y sobrecogedor, no tenía nada que ver con las imágenes que decoraban mis fieles libros. En ellos se representa normalmente un mundo superpoblado de gigantescos reptiles, donde los ceratópsidos, estegosáuridos y otros hervíboros pastan mansamente mientras un cruel Tyrannosaurus rex acecha entre los altos árboles. Pantanos plagados de saurópodos de cuello largo, escamas grises, bestias lentas y pesadas comiendo helechos del tamaño de monovolúmenes.
¿Qué encontré a mi alrededor? Algo no muy distinto de lo que se puede encontrar en cualquier bosque profundo de un ecosistema salvaje en la Tierra del siglo XXI. Pequeños animales se ocultaban a mi paso, escondiéndose entre los troncos y rocas. De cuando en cuando, una sombra de tamaño imponente se escurría antes de poder enfocarla, moviendo a su paso la vegetación. Esto me confundió durante un tiempo: incluso creí ver, en mi exaltación, una fugaz sombra de una figura humana; una impresión falsa, pues faltan millones de años para que el primer homínido comience a poblar este mundo. En cualquier caso, pronto me di cuenta que debía actuar como todo buen naturalista, apostarme y esperar. Y sólo así pude contemplar las maravillas del Cretácico.
Jamás imaginé que la barrera entre dinosaurios y aves fuese tan difusa. Los troncos de los árboles están llenas de pequeños seres voladores que saltan de uno a otro, imposible distinguir si son más parecidas a los pájaros de nuestro tiempo o a los demás dinosaurios que caminan sobre sus extremidades traseras. Porque de estos también hay muchos: ¡están recubiertos de plumas! ¡por todo el cuerpo! Parecen unos pollos dentados, corretean de aquí para allá, vuelven sobre sus nidos (¡tienen nidos!) y gruñen a los curiosos que se acercan. Ocupan un territorio muy concreto, y al alejarme de aquella zona pude comprobar cómo la fauna y la flora también cambiaban. Porque para lo que no estaba preparado era para ver animales emplumados... ¡gigantescos! Ejemplares más parecidos al famoso T. rex, cubiertos de extraños plumajes por prácticamente todo el cuerpo. El significado biológico de esta curiosa adaptación se escapa a mis rudimentarios conocimientos, pero no me extrañaría que tuviese que ver en parte con la regulación de la temperatura corporal, un tema de gran controversia y que me recuerda un artículo leído recientemente... más bien, leído hacía millones de años, sólo que en el futuro. Qué lío.
Lo más sorprendente de todo son los colores: las plumas, las escamas de los grandes herbívoros… ningún libro ni interpretación han conseguido retratar el aspecto real de estas criaturas. Es algo que ningún registro fósil podría imprimir. Ojalá pudiese captar imágenes de alguna manera, pero lamentablemente me dejé la pequeña cámara digital que llevaba conmigo en el uniforme que olvidé hace 70 millones de años. Encima se habrá estropeado porque lo lavé con la cámara en el bolsillo.
(fuente)
Me gustaría seguir relatando todo lo que encontré en estas primeras semanas. Pero existen dos motivos importantes para detener el relato aquí. El primero, que me estoy quedando sin papel; de cualquier modo, es imposible mantener el ritmo de mis descubrimientos, y no creo que nadie jamás pueda llegar a leer estas páginas.
El segundo motivo puede que sea incluso más importante; al parecer, mis cálculos espacio-temporales fueron tan precisos que en mi intento de contemplar el límite superior del periodo Cretácico, presiento que efectivamente, he llegado al límite. Una gigantesca nube gris avanza desde el horizonte, y desde hace unos días la temperatura ha descendido drásticamente. Creo que estoy viviendo las consecuencias de la colisión del meteorito que marcó el punto final al dominio de estos gigantescos saurios, y si bien tardarán millones de años en desaparecer del todo de la faz de la Tierra, yo no tengo tanto tiempo. Puede que sobreviva, al igual que tantos mamíferos consiguieron medrar y sobreponerse a tan duras condiciones, pero los peligros de este entorno se han multiplicado aún más si cabe.
Me dispongo a guardar este manuscrito, junto con el resto del cronodiario impreso, en la parte más estanca y hermética del interior de la cápsula; entonces la enterraré lo más profundo que pueda, confiando en la ínfima probabilidad de que aguante el paso del tiempo y los movimientos tectónicos el máximo tiempo posible. No puedo ni imaginar lo que supondría que estos papeles fuesen encontrados en un futuro por seres humanos, pero sólo pensar que exista tal posibilidad me llena de emoción. Incluso cabe la posibilidad de que aguante lo suficiente como para que una sociedad más avanzada lo encuentre y pueda reproducir e interpretar estas anotaciones, tal vez en este mismo lugar se alce algún día un instituto- tecnológico, un centro de investigación, un museo arqueológico… ¡quién sabe qué consecuencias tendrán mis palabras para el futuro de la Humanidad!
Iba a seguir reflexionando un rato más, pero me acabo de dar cuenta de que las últimas hojas en blanco me pueden venir bien… en fin, pueden serme útiles. Uno de los últimos lujos del mundo moderno.
Aquí termina mi relato escrito y comienzan mis últimas vacaciones, las más increíbles que haya gozado jamás ningún ser humano. Básicamente, porque por el momento soy el único sobre la faz de la Tierra.
- Y bien, señor, ¿qué hacemos con todo esto?
- Bueno, está claro que se trata de alguna broma de mal gusto. Debe tratarse de una artimaña de esos desgraciados que dicen que es ilegal construir en este entorno, unos ecolojetas de esos de medio pelo. Lo que no entiendo es cómo han conseguido colocarlo tan dentro de nuestras instalaciones…
- Eh… señor, le digo que lo han encontrado las excavadoras a una gran profundidad… y el metal estaba prácticamente fundido, ha costado muchísimo practicar una abertura para acceder al interior...
- Pero bueno, está usted subestimando a esta gente. Le digo que es claramente una farsa.
- ¿Y no deberíamos llamar a un experto? Podrían hacer la prueba del carbono 14, o tal vez un análisis radiosotópico de otro tipo… claro que eso no nos llevaría jamás a concretar fechas de millones de años, pero al menos descartaríamos la hipótesis de la farsa moderna…
- Pero bueno, qué forma de hablar es esa, ¿es usted un empollón o qué?
- Verá, señor, yo es que soy geólogo de formación, pero como no me salía nada de lo mío, pues…
- Vale, vale. No se me agobie, que ya veo que es usted simpatizante de los ecologuays. En fin, hagamos una cosa: saquen toda esa chatarra de los cimientos de mi flamante nueva ala este, y guárdenlo a buen recaudo, no sea que al final pueda tener algún valor.
- Enseguida, señor. Me quedo más tranquilo, señor.
- Venga va, menos “señor” y más trabajar. A ver si llenamos esto que con tanta crisis y tanta gaita no hay manera de ganar dinero honradamente.
Inauguro los comentarios para hacer una aclaración: ni que decir tiene que este (absurdo) relato es una obra fantástica, por mucho que esté basada en datos reales; pero dado el carácter didáctico del Carnaval, me gustaría que cualquier lector experto en los temas tratados indicase toda posible corrección o puntualización, de manera que entre todos podamos tal vez crear una imagen del Cretácico lo más ajustada a la realidad posible.
ResponderEliminarAsí que perdón de antemano por cualquier metida de gamba, y de verdad que agradeceré cualquier comentárido, como diría el amigo @paleofreak y de quien me he acordado, como es normal, durante todo el proceso de escritura.
No se porqué, pero ya intuía yo que el colega iba a presenciar el fin del mundo de hace 65 millones de años (por eso se guardó un poco de papel... por lo menos terminar con dignidad). De cualquier manera, me parece que el meteorito/os de límite CT no le hubiese/n dado a nuestro amigo la venia de unos días viendo llegar la nube gris... Macho yo me reitero, te tienes que hacer guionista o algo. una peli de ese royo con el debido asesoramiento científico sería carnaza de frikis dispuestos a dejarse los cuartos en 3D.
ResponderEliminarun abrazote
Que bueno, sabes explotar como nadie, que el tiempo sea tan relativo como para poder viajar por él. Y aunque no sea posible, tu sabes hacer que lo sea. Lo de la publicidad subliminal que nos metes, sospecho que te pagan, por lo famoso que se ha hecho el blog y no nos lo quieres decir, pero te estás forrando, jajaja.
ResponderEliminarMe ha encantado, deberían hacer una peli de esto como dice banchsinger. Casi me he imaginado al señor de las instalaciones vacacionales destruyendo todo para seguir con sus negocio al precio que sea. Me pregunto cuántas veces habrán pasado cosas "_de este estilo_"
ResponderEliminarSaludos !
Gracias amiguetes por comentar, la verdad soñar es bonito y pensar en una serie estilo Dr. Who o Big Bang Theory, mezclando ciencia y risa protagonizada por un patoso viajero en el tiempo de origen español... no tendría desperdicio!
ResponderEliminarUn final dinoraurico. Se nos veía ese final metioritico, genial. Eres nuestro Asimov particular. Una pena que termine, pero seguiré leyendo los siguientes relatos que escribas, la verdad, me entretienen mucho.
ResponderEliminarEs el fin, ha terminado. Me he imaginado a nuestro viajero contemplando y siendo el único que sabe lo que pasa :'(
Seguiré pasandome por aquí para leerte, un saludo crack.