miércoles, 29 de febrero de 2012

Sed de enzimas

Mientras me encontraba en aquella precaria situación, agarrado a dos histidinas ajenas y con serio peligro de sufrir una severa oxidación, me pregunté como tantas otras veces con anterioridad qué narices tenía en mente cuando decidí que dedicarse a la investigación intracelular podía ser algo divertido. Y como tantas otras veces, de nuevo vi pasar ante mí un resumen de todos los acontecimientos que me habían llevado hasta ese punto.
Por aquel entonces yo aún trabajaba para el Servicio de Transfecciones Celulares. No tenía tanta libertad como cuando decidí hacer trabajos por mi cuenta, pero  pocas veces me tenía que jugar el pescuezo y, qué demonios, la verdad es que estaba bien pagado. Llevaba varios días sin un encargo de gran relevancia: localizar algún transportador que se había equivocado de fragmento transmembrana, controlar una posible infección por mycoplasma que resultó ser una falsa alarma… en fin, tareas sencillas, rápidas, con las que pronto me encontraba de nuevo tranquilamente  en el eppendorf, permitiéndome gastar el sueldo alegremente en la taberna de Sac.

Sin embargo, unos días atrás me habían llamado al despacho del Director General. Esto ya fue de por sí inquietante, pues rara vez el jefe se encargaba de encomendarnos las misiones personalmente, de proteína a proteína. Así que me enfundé el sombrero, metí las manos en mi bata blanca con fingida indiferencia, y me colé en su despacho como si su llamada fuese tan habitual como esperada.

- Sí, pasa, no llames a la puerta no sea que te de un bajón de pH…

Sonreí con sarna ante su muestra de mal humor. Pero ambos sabíamos que no íbamos a impresionarnos a estas alturas. Era un viejo sabueso, una proteína multifuncional que había ascendido tanto por su habilidad en el control del departamento como por saber aprovechar mis dotes como agente de control celular, así que nos respetábamos mutuamente aunque a veces simulásemos cierta aspereza.

- Siéntate y escucha atentamente. Tengo trabajo para tí.

- Lo imaginaba.

- Se trata de un problema de aduanas.

- ¿Frontera extra o intracelular?

- Intra. Al parecer no hay disturbios en el exterior, todo funciona con normalidad y nadie ha informado de estímulos inesperados o problemas con los receptores de la cara externa. Sin embargo, algo gordo debe estar pasando al otro lado. Hay un cierto descontrol en las señales, y al parecer los mensajeros de naturaleza lipídica están alarmantemente activos. Quiero que entres y averigües qué narices está pasando. Y si lo solucionas, pues mejor aún. ¿Te ha quedado claro?

- Como un cristal de proteína.

No había necesidad de decir nada más. Me levanté e hice un gesto, levantándome levemente el sombrero. El jefe asintió y volvió a sus eternos papeleos.

Avancé por los pasillos de manera indiferente, como si la misión que me habían encomendado no tuviese nada de particular. Al pasar junto a la mesa de la secretaria del jefe – una atractiva enzima de encantadora sonrisa y algo ligera de átomos – no pude evitar un sutil flirteo que le provocó una risita nerviosa. Así de envalentonado me marché, aunque en el fondo sabía que la misión no tenía nada de sencillo. Los asuntos de lípidos raramente son sencillos. Mi antiguo compañero Exbauno siempre solía decir “cuanto mayor el número de átomos de carbono, mayor la probabilidad de causar problemas”.

Y aquellos lípidos tenían muchos, muchos carbonos.


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“La vida en la frontera siempre es agitada, está claro, y todo el mundo sabe que determinados solutos son más movilizados que otros…”  (imagen)

A pesar de mis escrúpulos, los siguientes pasos transcurrieron con normalidad; fui pipeteado sin demasiada demora, y mis credenciales como Agente de Transfecciones me abrieron paso a través de la membrana sin mayor problema. Fui interrogando a cuantos receptores encontraba a mi paso, y muy pronto me di cuenta de por dónde iban los tiros. La vida en la frontera siempre es agitada, está claro, y todo el mundo sabe que determinados solutos son más movilizados que otros… pero al parecer últimamente había entrado en juego alguien que estaba desequilibrando la balanza de manera demasiado evidente. Un agente del control de aduanas estaba utilizando su influencia de manera escandalosa. El resultado, una señalización desequilibrada en el interior celular, que para nada se correspondía con la demanda externa de estímulos. El citosol estaba anormalmente poblado de radicales que armaban jaleo de cuantas formas podían, oxidando sustratos por doquier; era cuestión de tiempo que se produjese peligro de apoptosis. Decidí que debía darme prisa.

La presencia de radicales fue la pista definitiva: conocía a la gente de aduanas, y entre ellos, había pocos con capacidad de producir un elevado nivel de especies reactivas de oxígeno. Justo cuando la identidad de mi objetivo comenzaba a materializarse, empezaron los auténticos problemas.


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“Una multitud de moléculas de ácido araquinoico se abalanzó sobre mí sin apenas darme tiempo a apartarme.” (imagen)

Generalmente, verse atropellado por una maraña de moléculas en movimiento es bastante molesto; pero si además se trata de un grupo de ácidos grasos huyendo en estampida… creedme, es mejor no estar en medio. Una multitud de moléculas de ácido araquinoico se abalanzó sobre mí sin apenas darme tiempo a apartarme. Mientras recojía mi sombrero vi cómo se alejaban en la lejanía citoplasmática, y supe entonces con certeza quién estaba detrás de todo el asunto. Me di la vuelta y pude comprobar que estaba en lo cierto. Fue una de esas veces en las que lamenté mi buena intuición. Si hubiese sido un poco más sagaz aún, me hubiera unido al grupo de araquinoicos galopantes para poner citosol de por medio entre la enorme proteína que se alzaba frente a mí.

- ¿Se puede saber qué se te ha perdido a ti por aquí? Aparta de mi camino.

El tono de voz era tan grave como la situación en que me encontraba. Había conocido muchas lipoxigenasas durante mis años en el Servicio; todas eran moléculas corpulentas, con una estructura enmarañada y porqué no decirlo, bastantes malas pulgas: no conviene soliviantar a una proteína capaz de oxidar lípidos complejos, sobretodo si eres una diminuta proteína con todas las de perder.

- Amigo, creo que deberías dejar de perseguir ácidos grasos y tomártelo con calma, tal vez cambiar de aires. Dicen que los lisosomas están muy bien en esta época del año.


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“Había conocido muchas lipoxigenasas durante mis años en el servicio; todas eran moléculas corpulentas, con una estructura enmarañada y porqué no decirlo, bastantes malas pulgas” (imagen)

Sólo yo era capaz de vacilar a una proteína de elevada masa molecular con mala pinta. Porque esta lipoxigenasa tenía algo distinto. Mientras se lanzaba sobre mí sin molestarse en responder a mi insolencia, enseguida me percaté de que estaba hiperactivada. Un mutante. Maldita sea, de todos los fenotipos que podía conferir una mutación, precisamente me topaba con una ganancia de función. Más tarde me reconfortaría pensar que era mucho mejor encontrarse con un mutante hiperactivo antes que con un problema de desregulación de la transcripción génica: era más manejable una única lipoxigenasa desbocada, que un ejército de lipoxigenasas “normales” con las que lidiar. Pero en el momento, la verdad no me sentí nada afortunado. Las moléculas de oxígeno que aquel animal me estaba lanzando me sacaron de mis reflexiones. Pero mientras esquivaba los agresivos oxígenos, no me di cuenta de que la lipoxigenasa se había acercado hasta poder agarrarme.

Su abrazo fue terrible. Atrapado entre dos pares de larguísimas hélices alfa, no podía apenas moverme. A su vez, algunos de mis aminoácidos comenzaron a oxidarse. Un par de cisteínas formaron un puente disulfuro que reducía mi movilidad aún más, y llegué a pensar que tal vez hubiese llegado mi final. Aunque para ser sinceros, no era la primera ni sería la última vez que ese pensamiento habría de pasar por mi mente.
Entonces algo llamó mi atención: entre la maraña de hélices, algo brillaba en el interior de aquel bastardo. Seguí un impulso, tal vez un impulso suicida, pero me daba igual. Estaba lo bastante apurado como no preocuparme de esas minucias. Me incliné hacia delante y me adentré más aún en la estructura de la lipoxigenasa.

-¿¿Qué demonios haces?? ¡Maldito loco! ¡Te voy a dejar tan oxidado que no te va a reconocer ni el ribosoma que te tradujo!

Su centro activo se cerró mientras profería sus amenazas, pero esto sólo hizo que facilitarme encajar más aún. Frente a mi, el brillo que había visto desde fuera se materializó: allí estaba atrapado entre tres histidinas, el átomo de hierro que dotaba a la enzima de toda su capacidad oxidativa. Di un último empujón y me agarré a dos de las histidinas, utilizando para ello hasta la última de mis fuerzas.

Entonces sí que la cabreé. Se dio cuenta de dónde había conseguido llegar, y sus bravuconadas dieron paso a un rugido de auténtica rabia. Se retorció y reestructuró, pero yo me agarraba demasiado fuerte. Esperé mi momento, y en uno de los vaivenes aproveché la inercia, coordiné los electrones de mis aminoácidos más extremos y con un fuerte tirón conseguí arrancar el átomo de hierro.

Lo que pasó  a continuación no lo recuerdo con claridad: en un lapso de tiempo demasiado corto para parecer posible, el centro activo de la lipoxigenasa se vino abajo, y de algún modo me las arreglé para practicar una apertura por la que me escurrirme, mientras ella gritaba y maldecía. Una vez fuera, lancé el hierro lo más lejos que pude y llamé la atención de unas chaperonas cercanas que enseguida se hicieron cargo de la maltrecha enzima, totalmente inofensiva a esas alturas. Mientras se la llevaban a rastras, no pude evitar sentir un poco de pena; había una fina línea entre la enzima que realiza su función moderadamente, y la que se convierte en un peligro para la integridad celular. Pero no me permití recapacitar demasiado sobre ello: si las chaperonas se llevaban al infeliz para intentar volver a plegarlo, o directamente lo enviaban al proteasoma, no era mi problema. Mi misión había terminado. Recogí mi sombrero, de nuevo flotando a la deriva en el citosol, y me dirigí de nuevo hacia la membrana.

De vuelta en el eppendorf, el jefe estaba más que satisfecho con el trabajo. Sobretodo, con la rapidez. Nunca le preocupaba demasiado los métodos que se utilizasen o la gente de baja ralea con la que uno contase como informadores; simplemente, esperaba que la misión se cumpliese rápido.

- Batablanca, sigues siendo una apuesta segura en este negocio. Espero que los rumores de que quieres dejar el Servicio para establecerte por tu cuenta, sean falsos. Desde luego, si esperas así conseguir un aumento, no es el camino, y lo sabes.

Claro que lo sabía. Pero también sabía que no iba a acabar mis días jugándome el pescuezo con enzimas sedientos de sustratos bajo las órdenes de otros.

- En cualquier caso – continuó el jefe –, no desaparezcas demasiado. Nos llegan noticias de disturbios en la zona de las restricciones. Al parecer alguien anda cortando demasiado y sin asumir responsabilidades. Puede que te necesitemos.

Solamente oirle hablar de nuevas órdenes me parecía cansino. Tal vez el momento de independizarme no estaba tan lejos como creía. En cualquier caso, tendría que pensarlo. Tal vez incluso puede que investigase por mi cuenta algo acerca de esa enzima de restricción descontrolada. Además, gastar mis bonificaciones en la taberna de Sac era un plan bastante tentador. Me abroché la bata mientras me dirigía a la puerta. Justo antes de salir, me giré por última vez hacia el jefe.

- Jefe, estoy seguro de que si me necesita sabrá cómo encontrarme. Pero por ahora, he tenido bastante de enzimas.

No tenía ni idea de la ironía que encerraba esta última frase.


Este post participa en la XI Edición del Carnaval de Química (alojado por María Docavo en Historias con mucha química y en la X Edición del Carnaval de Biología – con la temática propuesta: las enzimas) alojado por José Manuel López Nicolás en Scientia.

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18 comentarios:

  1. Grande Dr. Litos. Enhorabuena una vez mas. Y a ver si le damos duro en mitad del centro activo y le salen los carbonos volando a quien se dispone a hacer tantos y tantos recortes.

    Por cierto, ni a Henry Walton Jones Jr. se le caía tanto el sombrero como a batablanca. jejeje (pillado el film??)

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    1. Jo tío, me has despistado con lo de Walton por un momento... ¡y eso que mientras lo escribía era la imagen que tenía precisamente en mente!

      A ver si van saliendo los homenajes cinéfilos, todo el relato está inspirado en una peli clásica no sé si la gente lo ha pillado o qué...

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  2. "¡Te voy a dejar tan oxidado que no te va a reconocer ni el ribosoma que te tradujo!". La de risas que me he podido echar con esa frase.

    Muy buen blog y muy buen post, por cierto. Que sepáis que tenéis algún que otro seguidor entre los futuros bioquímicos de la Universidad de Valencia =)

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    1. ¡Pues bienvenidos! Además gente de la terreta y de mi licenciatura, qué ilusión.

      Espero leeros a menudo por aquí ;)

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  3. Tela jefe... yo no sé como será leer esto para un profano de la biología molecular, pero es que yo lo veo, lo veo to...que grande! y que bueno!... me encanta!

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  4. Doc ¿Te he dicho ya que eres más grande que Rocío Jurado y un cromosoma politénico juntos? ....Pues eso ;)

    Quique (eroyuela)

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  5. Voy a hacer un crowdfunding de esos que están de moda ahora para publicar la saga de Batablanca en papel. Que tiemble la Rowling XDD

    Muy muy bueno, Carlos. ;)

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  6. Gracias a los demás, si no fuera por estas muestras de agrado no me motivaría lanzarme a escribir estas locuras. Y ojito EPAP, que no hago más que darle vueltas a la manera de publicar las aventuras de Batablanca, me haría una ilusión bárbara pero no tengo nada claro si esto valdría para salir al público "generalista". Ni si alguien querría editarlo... se admiten propuestas e ideas!

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  7. Bueno.He dejado pasar el tiempo para que todos los fieles a tu casa den la cara y ya he podido apuntarlos a todos.
    Aprovecho este blog para declarar oficialmente la guerra a Jindetrés, Batablanca y a su autor. Me parece una gran osadía publicar este post no solamente aquí sino en mi casa, Scientia. Desde el ataque de Pearl Harbour no se veia nada igual.
    Lipoxigenasa es la ama de mi casa y que un foráneo la ultraje de esta forma me parece ruin, barriobajero y propio de un comportamiento solo propio de fosfatasas de medio pelo.
    Una vez dicho esto, y a pesar de que me parece un maravilloso post digno de elevar a los altares, declaro oificlamente abierta la I guerra enzimática.
    Has cometido un gran error...dejar con vida a mi LOX porque su centro activo tenía guardada una sorpresa con la que no has contado....dentro de poco la verás...perro!!
    Jose

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    1. Podría molestarme en perder el tiempo intentando hacerte comprender que mi intención no era ofender ni mucho menos, que mi relato es más bien un homenaje, un guiño, una broma; pero si eres tan cerrado de miras como para no saber paladear la gloria de ser homenajeado en las páginas de tan ilustre personaje como es Batablanca, no mereces más que la más decidida recogida de guante: acepto la declaración de guerra, y ya puedes ponerte las pilas porque me podrías atacar por muchos frentes, pero si con algo me siento seguro es con mis ejércitos de fosfatasas los cuales conozco al dedillo y jamás me han fallado.

      Ya tengo preparado un post-réplica para cualquiera que sea tu ofensiva, no obstante el arte de la guerra es peligroso y mejor esperaré a ver tu estrategia antes de desvelar mis armas.

      Que gane el más fosforilado!

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    2. Ahora resulta que el problema es mío...usted ha entrado en mi casa y ha ultrajado a la enzima responsable de mi tesis doctoral destrozando su átomo de hierro que tan fielmente guardaba en su centro activo.
      Además lo ha hecho el último día de Carnaval, sin dejarme capacidad de respuesta.
      Dice usted que ya esta preparando la contrarréplica, se ve que no me conoce bien, lipoxigenasa no hace enemigos...no habrá contraréplica ya que su fosfatasa no saldrá viva del ataque al que le someterá el ejército de las oxidorreductasas.
      Que Lehninger reparta suerte!!

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  8. Me acabo de hacer una trinchera de lipid-raft rodeada de centro activos muy ocultos y proteínas intrínsecamente desordenadas para poder ver de cerca la guerra. Señores, que gane el mejor. Mucho me temo que aquí de poco o nada valen los Km, Vmax y Ki.

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  9. Muuuuy grande! Me encantan las metáforas, los símiles, y el humor inteligente...

    Me estoy haciendo fan de este blog, y eso que esta entrada la he elgido al azar. Mucho ánimo, sigue con este blog, te felicito, y serás muy recomendado a otras enzimas frikis!! via @alfsanc1992

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    1. Bienvenido Alfonso, y si te gustan estos relatos, ya sabes, tienes 10 capítulos nada menos, de saga Batablanca para disfrutar... ¡y los que vendrán!

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  10. Pues yo juro por mi centro activo que este post lo leerán todas mis isoenzimas!!!!

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Como dijo Ortega y Gasset, "Ciencia es aquello sobre lo cual cabe siempre discusión"...

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