La presente historia constituye un único relato dividido en varias partes para su publicación por entregas. Los hechos narrados acontecen antes de los que se cuentan en la saga principal Batablanca y en la precuela Sed de enzimas.
Durante mi trabajo como agente del Servicio de Transfecciones Celulares viví muchas situaciones peligrosas; pero sin duda alguna, pocas me marcaron tanto como el breve periodo que pasé infiltrado en la brigada de antidisturbios. Juntad una época de agitación celular, muchas proteínas descontentas y mal plegadas, un genoma generador de órdenes contradictorias y oscuros subterfugios… todo ello, dentro de una misma célula infestada de radicales, y tendréis una idea levemente aproximada del explosivo cóctel en el que me vi metido sin comerlo ni fosforilarlo.
Era una de mis primeras misiones fuera del eppendorf. Por aquella época yo era una joven proteína, sin apenas radicales oxidados. Fue mucho antes de conocer a Malina ni de enfrentarme a Jindetrés, y probablemente en aquel momento Bam ni siquiera hubiese adquirido su estructura terciaria. Yo acababa de entrar en el cuerpo, y sólo quería adquirir la experiencia suficiente como para que me destinasen a una de esas células de las que todo el mundo hablaba: lugares donde las reacciones tenían lugar mediadas por todo tipo de catalizadores, los sustratos competían unos con otros y una proteína fuera del sitio correspondiente podía dar al traste con todo el equilibrio homeostático. Huelga decir que, como joven idealista e ingenuo, todavía pensaba que si todo el mundo cumplía con su papel establecido y predeterminado, las cosas no tenían porqué salir mal. Es muy fácil pensar esto cuando tu vida profesional se reduce a vigilar unas cuantas reacciones in vitro y apenas te han pipeteado un par de veces.
Más tarde, mientras forcejeaba con una catalasa dominada por el pánico, en una refriega que amenazaba con derribar la membrana del retículo endoplásmico, me lamentaría de mi simpleza y estupidez. Pero no adelantemos acontecimientos.
Como decía, para mí era un momento emocionante: debido a la urgencia de la situación, me prepararon apresuradamente durante el tiempo que duró el trayecto de transfección, para que supiera cómo responder a situaciones de agitación durante mi incursión en el citosol. Pero lo más emocionante fue cuando me hicieron entrega del equipamiento que debía llevar para no llamar la atención dentro de las brigadas antidisturbios. Creo que en todos los campos profesionales, de algún modo, vestir un uniforme enaltece al individuo de una manera tan excesiva como absurda, si uno se para a pensarlo. Al menos yo sentí cómo me embriagaba una sensación de poder cuando me enfundé aquellos péptidos hidrofílicos de protección, y vestí las láminas beta que distinguen a los agentes del orden intracelulares. Se me había ordenado recabar toda la información posible acerca de los agitadores, a un nivel al que los agentes antidisturbios celulares no están preparados. Ellos simplemente se dedicaban a aislar los agregados no autorizarlos e intentar devolverlos por separado a sus compartimentos subcelulares pertinentes. Pero era muy habitual - y más en aquellos tiempos - que se excediesen en sus funciones y se dejasen llevar por la emoción del momento. Había anécdotas espeluznantes sobre chaperonas que se propasaban con sus replegamientos de estructuras terciarias, más allá de lo nativamente razonable. Aunque en general la fama de la brigada era bastante buena, no se podía contar con aquellos agentes para discernir en detalle acerca de las motivaciones y posible repercusión de los altercados que debían apaciguar. Y ahí entraba mi misión: tenía que conseguir recabar esta importante información. Para ello, debía convertirme en uno más de esos agentes, pertrechado con sus protecciones y equipado con sus armas.
Y vaya si lo conseguí. Me avergüenza ahora reconocerlo, pero cuando la esfera de lipofectamina en la que viajábamos se fundió con la membrana plasmática y el inmenso citosol se abrió ante nosotros, no pude evitar hacer crujir mis puños y sonreír.
Una sonrisa que duraría bien poco.
Continuará…
¡Batablanca en estado puro! ¡Bravo! Brigada antidisturbios, jojojo, esto promete.
ResponderEliminar"Había anécdotas espeluznantes sobre chaperonas que se propasaban con sus replegamientos de estructuras terciarias, más allá de lo nativamente razonable"
Demasié p'al body.
Sólo puedo añadir la consigna que había escrita en una taquilla de la facultad: ¡Ribosomas libres! ¡Retículo tirano!
Magnífico como siempre. Más que darnos las gracias por las ideas deberíamos ser nosotros los agradecidos por hacerlas realidad. Como cuando de crio le decía a mi viejo q me dibujase una máquina excavadora o un camión o un caballo mientras me iba a dormir. Al día siguiente siempre tenía un dibujo mejor que cualquiera que hubiese podido imaginar.
ResponderEliminarbanchsinger
Chico, no se como lo haces pero enganchas un huevo con tus historias. Así sin comerlo ni fosforilarlo jejejejejee.
ResponderEliminarMe encanta la idea de ver a Batablanca envuelto en disoluciones, armado con protones y dispuesto a inhibir la reacción más alostéricamente favorable jajaja
Espero mas, mucho mas. Has puesto el listón muy alto en anteriores historias de modo que ahora te jodes... como George Raymond Richard Martin cuando se pone a escribir una nueva historia. jajaa
¡Juas! Muy bueno.
ResponderEliminarSeguiré con interés esta saga para ver cómo los autofagosomas le dan para el pelo al proteosoma.
Saludos.
Gracias a todos, oh fieles seguidores de Batablanca. Espero no defraudar, pues esta historia va a ser bastante improvisada, a modo de experimento; aunque en términos generales la tengo bastante clara.
ResponderEliminarEso sí, seguiré echando mano de vuestras contribuciones y comentarios, por ejemplo lo que ha contado Copépodo es demasiado BUENO para no meterlo en algún momento. Me parto.
Eres tremendamente malvado: no solo nos has dejado a dos velas en crónicas del reino de la sal, sino que encima... ¡prometes y no cuentas apenas nada! En fin, Batablanca forever :D
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