La emoción se palpaba en los
pasillos del departamento. Había muchísima más gente de la habitual. Caras
jóvenes, nunca antes vistas fuera de los laboratorios, se cruzaban con rostros
ajados, surcados por arrugas que hablaban de una cantidad de horas de docencia
que pondrían en entredicho las leyes del espacio-tiempo. Cuchicheos y bromas
nerviosas alternaban con un griterío de carácter gallináceo que sobresaltaba a
los pocos estudiantes que todavía deambulaban por aquel lugar, despistados en
su búsqueda de la cafetería o tristemente condenados a convocatorias
extraordinarias desesperadas.
Pero entre todos los personajes que
recorrían aquellos estrechos pasillos, destacaba uno, por la felicidad que
irradiaba, la iluminación de su sonrisa
deslumbrando las pupilas más sensibles, incluso a través de una frondosa barba tan
densa que la propia luz tenía problemas en alejarse de ella. El dueño de
aquella barba era el director del departamento, que sonreía y casi danzaba al
caminar entre sus subordinados, puesto que para él se trataba de un día
especial. En apenas unas horas, se convertiría en el director saliente.
Por fin acabaría un periodo de su
vida que prefería dejar atrás cuanto antes. Una era de desasosiego, de estrés
continuado, de llamadas a la puerta del despacho a horas intempestivas, de pugnas
de poder en las que debía actuar como mediador pero en las que actuaba en la
práctica como saco de arena para recibir golpes. De días y días dedicados
enteramente a firmar, a cuñar y firmar, a firmar de nuevo, papeles y más
papeles. Su firma ya no significaba nada para él: era apenas un garabato sobre
fondo blanco, una mancha que antaño debió resultar identificativa no solo de su
nombre, sino de su personalidad, de su carácter profesional. Ahora la miraba y
solo veía hastío. Una marca de boli que atesoraba más dolor que las marcas al
rojo vivo usadas para las reses. Había llegado a odiar su propio nombre, a
maldecir a sus padres por juntar dos apellidos tremendamente largos, a envidiar
a los analfabetos que signaban con una rudimentaria X.
Pero todo eso llegaba a su fin.
Ya no habría más calambres en la mano, tan difíciles de explicar en el
ambulatorio. Se acabaron las reuniones de seis horas en las que se acordaba,
básicamente, nada. Se terminó el esconderse debajo de la mesa durante tres
cuartos de hora, esperando a que un profesor enrabiado decidiese que seguir
aporreando la puerta sin obtener respuesta era indicativo de que el director de
departamento no le iba a atender. Se acabó.
Porque ya nada podía salir mal.
No solo expiraba el periodo de su mandato, sino que, tras convocar las
elecciones a nuevo director, solo se había presentado un candidato. Más bien lo
habían obligado a presentarse, pero eso no le incumbía; solo había un
candidato. Un único voto posible. Podía estar, por fin, tranquilo. Otro
desdichado iba a tomar el relevo de forma fácil y sencilla. El 30 de junio de
2017 sería su último día como director del departamento.
Nada podía salir mal.
ACTA DEL CONSEJO DE DEPARTAMENTO CORRESPONDIENTE A LA
REUNIÓN EXTRAORDINARIA CELEBRADA EL 30 DE JUNIO DE 2017
En
el día 30 de junio de 2017, siendo las 13:00 horas, presidiendo el Sr. Director
del Departamento, Prof. Ambrosio Cansado, actuando como Secretario el Prof. Berlanga, y con
la presencia de los 50 firmantes de la hoja de asistencia que se adjunta de un
total de 80 miembros y miembras, toma la palabra el Sr. Director del
Departamento para comenzar la reunión extraordinaria del Consejo, al existir
suficiente quórum, con el siguiente orden del día:
PUNTO
ÚNICO.- Elección a Director/a de Departamento/a
Se
ha presentado un único candidato, el Prof. Iván Guay. Se comprueba que cumple
los requisitos para ser candidato. Interviene, sin recibir turno de palabra, el
Dr. Cohon para exigir se compruebe los antecedentes penales del candidato. Se
rechaza la intervención. El Sr. Director cede la palabra al candidato, a pesar
de los gritos de “para qué”, “total solo hay uno”, “váyase señor Cansado” y “¡comunista!”.
Se insta a los asistentes a guardar silencio y se requisa una vuvuzela al Dr. Tonto.
El candidato comienza su discurso, en el que agradece sincera y efusivamente la labor del anterior Director,
con la ligera salvedad de que en realidad no ha hecho más que escurrir el bulto durante seis años,
nunca estaba en el despacho cuando se le necesitaba, y se ha dedicado más que
nada a firmar todo lo que le pusiesen delante, ya fuesen actas de notas,
solicitudes de presupuestos, facturas o cuentas de McDonald’s. Interviene sin
pedir turno de palabra el profesor Pupita para decir que a él una vez le firmó
en la escayola del esguince sin pedirle permiso antes. El Sr. Director pide la
palabra, pero el candidato insiste en terminar antes su discurso. A
continuación, puede prometer y promete tiempos mejores,
que incluirán más y mejores asignaturas, con mayor dificultad y por tanto mayor
prestigio para el departamento. Reitera su intención de no jubilarse hasta los 83
años, año arriba año abajo, para poder asegurarse de que tamaña época de
esplendor no sea dilapidada por un advenedizo que le sustituya demasiado
pronto. Manifiesta su intención de crear una junta permanente elegida
personalmente por él mismo y convertir dicha junta y su propio puesto de
director en cargos vitalicios, todo por supuesto, insiste, por el bienestar del
departamento y con el firme objetivo de desbancar a los del departamento de al
lado, que ya llevan demasiados años acaparando créditos, estudiantes de
doctorado, espacios de laboratorio y el cuartito de la máquina de café, y que ya
está bien, hombre ya.
Terminado
el discurso del candidato de forma algo abrupta ante el griterío de los
asistentes y, especialmente, ante el impacto de una agenda (de las gordas, las
de página por día y gusanillo grueso) lanzada anónimamente hacia su persona, se
procede al turno de palabra para los asistentes. Disputándose el primer turno
el director saliente y el Dr. Tonto, gana el primero gracias a su intimidante
aspecto y a lo erizado de su barba. Ante el estupor de los asistentes, se
limita a realizar un gesto obsceno y a desearle buena suerte al candidato, tras
lo cual se dirige al público y procede a iniciar el proceso de votación.
Se
reparten dos papeletas, una en blanco y otra con el nombre del único candidato
impreso. A su vez se reparten sobres vacíos, donde cada votante deberá
introducir la papeleta escogida (bien en blanco, bien con el nombre del
candidato), una y solo una de ellas. Se ruega no se escriba ni en el sobre ni
en las papeletas, y que no se cierren los sobres para facilitar el escrutinio.
Ante las numerosas dudas surgidas, se amplían las explicaciones para especificar
que no valen sobres traídos de casa, ni votar a un candidato que se prefiera
personalmente, puesto que no existe. Tampoco a los becarios sin contrato, que además de ir en contra de toda la normativa, da mala imagen. El secretario pide educadamente al Dr. Guarro que deje de chupar sobres ajenos y cerrarlos. Se pide también al Dr. Tonto que
guarde otra vez la vuvuzela y que por favor deje de exigir recuento de votos
hasta que se vote.
Se
procede a la votación, no exenta de interrupciones. Destaca la necesidad de
detener el proceso para traer un taburete y que los doctores de talla más
reducida puedan llegar a la urna. La votación transcurre sin más incidentes,
salvo la expulsión del Dr. Tonto, que ha proferido insultos y vejaciones
dirigidas hacia el director saliente, el entrante, el secretario, y un 80% de
los asistentes.
Terminada
la votación, el candidato pide la palabra para realizar su discurso de
aceptación del cargo, lo cual se rechaza puesto que aún no se ha realizado el
recuento de votos. Se produce el escrutinio entre gran algarabía y alboroto de
los asistentes, y se procede al recuento:
2 votos para el
Profesor Guay
5 votos para
Mariano Rajoy
1 voto para
Donald Trump
41 votos en
blanco
1 voto en negro
(el profesor Torpe se disculpa porque se le ha reventado la pluma en el
bolsillo de la bata)
Se
desata el caos en el aula; los asistentes gritan al unísono pero
descoordinadamente, se lanzan bolas de papel, bolis y tres pupitres, mientras
el candidato grita desde la tarima que va a tomar nota de todos los que no han
asistido a la votación, de los que han votado en blanco o nulo, y por último
pero no menos importante, del desgraciado que le ha acertado con el pupitre en
la entrepierna. El secretario golpea la urna con un zapato mientras intenta en
vano llamar al orden e insiste en la necesidad de una segunda vuelta, a lo que
el director saliente responde con un corte de mangas, coge la urna bajo el
brazo y se despide de la multitud enfervorecida, tras lo cual se da media
vuelta y se marcha, silbando La Internacional. El sonido de una vuvuzela
subraya su salida del aula.
Se
propone dejar desierto el puesto y declarar el estado de excepción en el
departamento.
Se
aprueba por unanimidad.
Se
levanta la sesión a las 13:31 horas.
Esquema gráfico del consejo de departamento extraordinario (dramatización). Por Forges, de nuevo.
NOTA: esta historieta está sutil y parcialmente basada en hechos reales; no obstante, aunque todos y cada uno de los apellidos utilizados corresponden a auténticos apellidos de científicos, nada de lo narrado tiene en absoluto relación con dichas personas.
jajajaja, Lo genial es que he asistido a reuniones de departamento y juntas de instituto con nombres menos graciosos, pero situaciones dantescas a este nivel.
ResponderEliminarEl Dr. Tonto existe en cada departamento. EN TODOS Y CADA UNO DE LOS DEPARTAMENTOS JAJAJA.
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