martes, 28 de septiembre de 2010

Batablanca - Capítulo 7: Buscando a JAK

ANTERIORMENTE EN BATABLANCA: Una vez pipeteado hasta el eppendorf suspendido en la noria, Batablanca se encuentra con que Pistuno ha sido aniquilado por el mismísimo Jindetrés, que se le presenta allí mismo. Jindetrés resulta ser un antiguo compañero que traicionó a nuestro héroe y desapareció, siendo dado por muerto y reapareciendo bajo esta nueva identidad. Le pide a Batablanca que deje de intentar atraparle y se una a él en su secreta misión, pero nuestro héroe se niega. Jindetrés, iracundo, se decide a acabar con Batablanca, pero un repentino y vigoroso temblor del eppendorf provoca la huida del malhechor. Antes de poder ponerse a salvo, Batablanca es golpeado súbitamente y se desvanece (Capitulo 4: "Ni tú ni yo somos héroes"). Horas después, despierta en lugar seguro, para descubrir que su salvador había sido nada más y nada menos que Malina. Antigua amante y motivo de discordia entre Batablanca y su anterior compañero, Malina dice seguir sintiendo algo hacia Batablanca, y justifica el haberle abandonado como una forma de protección motivada por la reaparición de Jindetrés y sus amenazas. Incapaz de decidir si puede fiarse de ella, Batablanca se ve arrastrado de nuevo a los brazos de la arrebatadora proteína (Capitulo 5: Protéine fatale). Más tarde, reunido con Bam en la taberna de Sac, Batablanca cuenta cómo su antiguo compañero de misiones intracelulares, Exbauno, perdió los estribos cuando Batablanca se enamoró de Malina. La seductora proteína había interferido entre los dos compañeros, y el inestable triángulo acabó con una pelea entre Batablanca y Exbauno, que fue equívocamente dado por muerto.  En realidad, Malina se vio obligada a ocultar que Exbauno seguía vivo (bajo la nueva identidad de "Jindetrés") por temor a las represalias de éste. Las revelaciones terminan con Batablanca afirmando que sólo pueden encontrar a Jindetrés si se fían de Malina, que les promete llevarles hasta él (Capítulo 6: Copas, revelaciones, y un desafío).




Para aquellos que no han salido nunca del Eppendorf, una transfección supone una experiencia traumática. Siempre lo es la primera vez, está claro; al estrés y desconcierto que supone ser pipeteado, se une el aparecer de repente en un medio completamente distinto a las soluciones "normales". Todo está teñido de un color rojizo, como si de repente uno se hallase en mitad de algún recóndito círculo infernal. Cuando te quieres dar cuenta, estás cayendo irremediablemente hacia un césped de células hambrientas, gigantescas masas que aguardan cualquier cosa que puedan fagocitar. La impresión puede ser momentánea si uno es un plásmido, pues las vesículas y vehículos de transfección acompañan a estos afortunados, preparándoles para el impacto y haciéndoles sentir más protegidos. Una vez dentro de la célula, toda la maquinaria está preparada para dirigirlos a su lugar de trabajo, así que el trauma es mínimo.

Pero si eres una proteína... ah, amigo mío, si tienes la mala pata de estar en el eppendorf equivocado en el momento erróneo, y eres arrastrado por un pipeteo de transfección, puedes prepararte. Es muy posible que no te guste lo que vendrá a continuación: proteasas, hostiles receptores de membrana, todo estará en tu contra y se te impedirá ingresar en la célula. En el caso de que consigas traspasar la imponente membrana plasmática y los centinelas que la guardan, comenzará una aventura aún mayor consistente en sobrevivir sin ser proteolizado o exocitado de nuevo, siempre con la esperanza de que la célula forme parte de algún proceso de extracción proteica que devuelva su contenido a un nuevo eppendorf. Lo más habitual, tristemente, es que el destino de la célula sea, simple y llanamente, la lisis.

Bien, creo que ha quedado claro que nadie en su sano juicio se prestaría voluntariamente a una transfección. Así que el hecho de que Bam, Malina y yo nos encontrásemos suspendidos en medio de cultivo encarando una gigantesca membrana plasmática habla por sí mismo. Todo lo que habíamos pasado hasta ahora no era nada comparado con lo que estaba a punto de acontecer. Hacía mucho, mucho tiempo que habían pasado mis tiempos de agente en procesos de transfección. Había sobrevivido a muchos entornos celulares, pero entre esos momentos y éste había una diferencia abismal: aquellos fueron misiones, situaciones controladas en las que sabía que debían acabar de nuevo en un eppendorf. Pero esta vez nadie nos había mandado, lo cual era bastante intranquilizador. Sin embargo, Malina sabía que Jindetrés se encontraba en la célula, y por muy escéptico que me quisiera mostrar antes de confiar en ella, era imposible que se hubiese arriesgado a venir con nosotros si no estuviera segura de lo que decía.

Claro que eso no significaba que tuviera la más remota idea de cómo podía acabar todo aquello. Con una fugaz mirada me transmitió la intranquilidad que la estaba atacando. Bien, casi lo prefería así. Eso significaba que yo llevaría la voz cantante, lo cual me hacía sentir más seguro. Ajusté las solapas de mi bata e hice un ademán con la cabeza. Avancé con decisión y mis compañeros me siguieron. Anre nosotros, la gigantesca mole parecía no inmutarse ante nuestra insolente presencia. El tráfico vesicular seguía su curso normal, y la membrana bullía en aperturas que aparecían y desaparecían, receptores que eran engullidos tras acoplar un ligando, otros recién sintetizados que se instalaban de nuevo en la superficie.

- Santo Genoma, jefe, no sé cómo narices piensa entrar en esa fortaleza - murmuró Bam, sin dejar de mirar al frente, asombrado.
- Tranquilo, amigo. No es la primera vez que entro en una célula. Sólo tenemos que encontrar a alguien que nos permita infiltrarnos - intenté sonar tranquilizador, pero para qué vamos a engañarnos: nunca ha sido mi especialidad - Si tenemos la suerte de dar con JAK, tenemos el billete garantizado: le he conseguido activadores demasiadas veces como para que me niegue una entrada a la célula sin saltar las alarmas.
- Batablanca, hace mucho tiempo de todo eso - espetó Malina, que nos seguía con cautela - Creo que confías demasiado en los demás, y eso puede ser peligroso.
- Claro querida, tienes toda la razón. A pesar de ello, te he permitido venir con nosotros.

No necesité girarme para saber que le habría dolido. Bien, no estaba de más seguir llevando las riendas. Me recordé mentalmente que debía intentar no pensar en que ella estaba allí, si quería que la misión llegase a buen puerto, y me dirigí hacia una parte de la membrana sin demasiado tráfico. Según nos acercábamos, el potencial electrostático se hacía más patente; cada vez era más difícil avanzar. Hice señas a los demás para que se acercaran a mi, y los agarré con fuerza con un mismo lazo. Bam se aferró sin chistar. Sabía que podía confiar en mi, no necesitaba hacer preguntas. Noté que ella, sin embargo, dudaba unos instantes. Sentí una leve alteración en su respiración, y a continuación ella también se agarró con fuerza. Apretó su cara contra mi espalda. Intentar abstraerme de su presencia se estaba tornando imposible. Y apenas habíamos empezado...

Formando un complejo, nuestras cargas estaban lo bastante equilibradas como para mantenernos en posición sin ser repelidos completamente. Así, pudimos aguantar lo necesario para esperar el momento adecuado: una citoquina avanzaba en nuestra dirección, y antes de que pudiera esquivarnos conseguí engancharme a su extremo carboxi-terminal. En un santiamén nos plantamos en una cresta rica en receptores, entre los que pude distinguir a mi antiguo colaborador. En el momento exacto, solté la citoquina para  caer justo entre las dos subunidades de un receptor. No muy lejos debía de andar JAK.

- ¡Por todos mis aminoácidos! - exclamó una voz, a través de la apertura del receptor -, ¡pero si es el viejo Batablanca! Creí que no volvería a verte en un entorno celular, maldito sabueso.
- Hola, JAK. Me alegra ver que me recuerdas.
- Cómo olvidarte, después de la de líos en que me llegaste a meter...

Había sarcasmo en sus palabras, pero pude entender que no me guardaba rencor. Decidí no andarme con preámbulos.

- JAK, sé que me has ayudado mucho en el pasado, y probablemente te debo más favores de los que me gustaría. Pero me temo que aún debo pedirte una última ayuda.
- Sí claro, "una última ayuda"... mira amigo, es cierto que me debes muchas, pero no tengas cara. Seguro que mientras necesites entrar en alguna célula, seguirás acudiendo a mi... pero bueno, la verdad es que echarte una mano es más divertido que estar aquí esperando a que pase alguien a quien fosforilar.
- Habrás visto que no voy solo esta vez, pero creo que si nos situamos en fila podremos pasar sin trabas a través del receptor.
- Ummm... vaya, ciertamente será más agradable dejarte pasar si vas con tan buena compañía... un placer señorita...
- Malina. Encantada, señor JAK. Y éste de aquí es Bam.
Bam movió la cabeza en un sutil gesto de saludo. Seguramente estaba impacientándose. Y no sin razón, pues la superficie de la membrana no es lugar para entretenerse demasiado.
- Bien, ya estamos todos presentados - decidí acortar - Ahora, si me haces el favor, necesitamos entrar cuanto antes. Vamos tras...
-No no, no me cuentes nada -espetó JAK, secamente -prefiero no saber qué necesitáis. Y no os lo toméis a mal, pero si me interrogan diré que fui forzado a dejaros pasar. Supongo que lo entenderás. Ahora, pasad; estáis de suerte, hace tiempo que no circulan muchos ligandos y seguramente pronto este receptor será internalizado. Podéis entrar.

Dicho esto, JAK modificó su interacción con el receptor, permitiendo que éste se abriera, pero sin fosforilarlo. Desencadenar toda una cascada de fosforilaciones no era conveniente si uno deseaba no ser detectado. Nos apresuramos en introducirnos por la apertura: primero Bam, seguido por Malina, y finalmente me introduje yo. Ni siquiera me dio tiempo a pensar que todo iba sobre ruedas antes de que JAK gritase frenético:

- ¡Maldita sea! ¡Se acerca una molécula de EGF! ¡Daos prisa, rápido, rápido!

Sin mirar atrás, me impulsé a través de las hélices hidrofóbicas del receptor, empujando bruscamente a Malina. Bam ya había conseguido atravesar el canal y se encontraba junto a JAK.

- ¡Vamos, jefe, ya queda poco! - gritaba.

Malina estaba teniendo dificultades. Sus dominios NHL se atoraban con frecuencia, y yo la empujaba constantemente. Me giré y constaté que el EGF estaba cada vez más cerca. Di un último empujón, y finalmente Malina cayó en el citosol. Sólo me quedaba un último tramo por atravesar, cuando me vi súbitamente detenido. Mi bata se había enganchado en una lisina, cuya cadena lateral se había retorcido por completo al pasar Malina. "Maldición" - pensé - "incluso inconscientemente, Malina vuelve a interponerse en mi camino". Tras un forcejeo, conseguí arrancar la bata y dirigirme hacia el orificio de salida, pero al mismo tiempo el ligando había alcanzado su destino. Todo el receptor comenzó a temblar, a reestructurarse. Y yo seguía allí en medio.

- Jefe, esto no me gusta. Será mejor que se de prisa, JAK se está poniendo muy raro...
El pobre JAK intentó controlarse, pero ya era tarde. Como un autómata, se transformó en una máquina de fosforilaciones sin alma. A su alrededor se empezaron a congregar moléculas de ATP.
-¡Rápido, apartaos de él! ¡Alejaos! - grité a mis compañeros, mientras me impulsaba por fin fuera del recpetor. Floté en el citosol, y antes de reunirme con ellos pude ver cómo JAK se lanzaba a fosforilar el mismo lugar en el que unos instantes antes yo mismo pugnaba por salir. Inmediatamente, las proteínas STAT se agruparon alrededor de las tirosinas fosforiladas; JAK, a su vez, fosforilaba a estas últimas. Desde una distancia segura, nos quedamos anonadados contemplando el espectáculo. Una cadena de fosforilaciones es fascinante cuando se presencia en directo. Como si de un espectáculo de fuegos artificiales se tratase, los grupos fosfato iban sucediéndose, las moléculas de ATP eran constantemente intercambiadas en AMP, y las proteínas acudían como polillas a la luz de los enlaces que se rompían y formaban constantemente.

Pero no estábamos allí para disfrutar del espectáculo. Apenas unos segundos, y alguno de esos fosfatos me habrían alcanzado de lleno. La cascada podría haber resultado fácilmente en nuestra degradación. Nuestra aventura celular apenas había comenzado, y ya nos habíamos jugado el pescuezo.

- Venga, sigamos nuestro camino - dije en voz alta, rompiendo el hechizo.
- Es... precioso... - dijo ella, en un susurro. La luz de las fosforilaciones se reflejaba en su rostro, iluminando sus aminoácidos. Realmente ella era preciosa.
- Venga Malina, el jefe tiene razón. Hemos tenido suerte, pero debemos seguir - dijo Bam.
-¿Suerte? - repliqué - ¿Suerte, dices? Bam, a veces tu ingenuidad me desarma. ¿Acaso no recuerdas lo que ha dicho JAK? ¿No te parece demasiada casualidad que el receptor esté a punto de ser internalizado por la falta de ligandos, y de repente aparezca de la nada un factor de crecimiento? No amigo, nada de suerte. No creo que nuestra entrada haya pasado desapercibida, y si nos hemos salvado en este primer trance ha sido porque hemos estado bien alerta. No lo olvidemos.

Nadie dijo nada más. Sabían que tenía toda la razón. Ante nosotros, el vasto espacio intracelular bullía en un ir y venir de vesículas, complejos enzimáticos, filamentos de actina por los que las proteínas transportadoras iban y venían, cargaban y descargaban. En algún lugar de esa gigantesca autopista entre la membrana y el núcleo, se encontraba Jindetrés. Sólo teníamos que encontrarlo.

Aunque algo en mi interior me decía, muy a mi pesar, que seguramente nos estaría esperando.

Continuará...

4 comentarios:

  1. Sublime, maestro!
    Nos tienes en ascuas!
    Ni Galáctica, ni Perdidos, ni Falcon Crest...
    Batablanca victis!!

    ResponderEliminar
  2. ¡Qué intenso este capítulo, Dr. Litos!
    Magnífica entrada (tanto celular, como bloguera).
    Queremos saber el final de esta aventura de Batablanca, ¡no tardes demasiado!

    ResponderEliminar
  3. Gracias fieles lectores, tengo ya el desenlace en la sesera y medio empezado a escribir; aún dará para unos cuantos capitulillos.

    Menos mal que alguien hace acuse de recibo, porque con la ilusión que escribe uno las chorradas estas, está bien saber que son leídas. Si no, pa qué...

    ResponderEliminar
  4. "Mi bata se había enganchado en una lisina", por qué ya no me resultan extrañas estás expresiones. Cada vez veo más claro que esto puede ser el origen de un nuevo género literario: la literatura subcelular xD

    ResponderEliminar

Como dijo Ortega y Gasset, "Ciencia es aquello sobre lo cual cabe siempre discusión"...

¡Comentad, por el bien de la ciencia!