viernes, 5 de agosto de 2011

Diario de congreso (III)

DÍA 5

9:00 – Desayuno. Como el día anterior me lo perdí por culpa de la resaca, me dedico a comer justa y exactamente el doble de lo que haría un día normal. Con el cuarto curasán relleno con queso y bacon, me cuestiono si esta estrategia es realmente la más adecuada.

10:1511:00 - Paso los tres cuartos de hora fuera del salón de actos y dentro del toiletten, confirmando la poca idoneidad de mi estrategia desayunil y perdiéndome las primeras charlas de la mañana.



14:0018:00  - Tras una opípara comida que por supuesto NO me he saltado, las charlas de la tarde transcurren con total normalidad. Se suceden personajes a cuál más variopinto, destacando:

1)    Un señor con barbita canosa, gafas y gorra de béisbol azul pierde gran parte del tiempo de preguntas intentando convencer a una persona del público de que no tiene ni idea de cómo se le ocurrió la idea para la relación entre Elliot y E.T. ni si va a hacer la quinta de Indiana  Jones, porque él no es Steven Spielberg, insiste. Finalmente el preguntador vuelve malhumorado a su asiento no sin antes decir en voz bien alta que Inteligencia Artificial debió haber durado por lo menos cuarenta minutos menos.

2)    Un diminuto hombre de aspecto inofensivo, cabellos rubios y piel rosada sorprende con una inesperada voz de gravedad sobrenatural, subiendo el volumen en cada frase y causando estragos e infartos  entre las primeras filas. En la ronda de preguntas, sobreviene otro incómodo momento cuando un joven predoctoral le insiste si por favor puede decir por el micrófono “Luke, YO soy tu padre”.

3)    Un regordete y bonachón investigador de reconocido prestigio muestra orgulloso la foto de unos ratones transgénicos de fenotipo (según sus propias palabras) "absolutamente normal, aunque un poco gorditos”. En la pantalla, un par de bolas de pelos más parecidas a pelotas de tenis negras que a roedores de laboratorio demuestran hasta qué punto se le puede coger cariño a las mascotas para no ver sus defectos. Pero como el señor se parece tanto al dibujito del Monopoly, todos sonríen con cariño y la cosa no va a mayores. El punto álgido de la charla tiene lugar cuando el hombrecillo se queja de que con sus dedazos no puede manejar bien el puntero láser, y pide por favor si le pueden dejar un “miniyo” al tiempo que hace los famosos gestos del Dr. Maligno. El público estalla en carcajadas.

La ciencia a veces puede ser maravillosa, me digo.

18:3019:45 - Los asistentes se retiran a sus hoteles para acicalarse con motivo de la cena de gala que clausurará el congreso. Mi excolega de tesis y yo quedamos después de ducharnos y engalanarnos (en mi caso, una camisa algo más elegante de lo habitual, elegancia contrarrestada por las arrugas producidas tras el viaje en la maleta de mano, recordemos, de mano) para acabarnos una cerveza sobrante de la tarde de los gin tonics. Como no disponemos de vasos ni de tiempo, organizamos un mini-botellón en uno de los jardines del hotel, bebiendo al gallete.
Evidentemente, derramo la cerveza sobre mi camisa.

20:00 – Nos trasladan a unos fantásticos jardines donde un palacete alberga las decenas de mesas engalanadas, donde nos sentaremos por última vez todos los fosfatasos y fosfatasas del mundo en armonía y comunión. La cena es abundante y variada, una vez más: lleno mi plato con un número increíble de viandas deliciosas, regadas por un constante flujo de vino de calidad, blanco, tinto, espumoso… selección de quesos para postre, por si fuera poco. Como ya no queda ni tensión por las charlas pendientes, ni ganas de hablar de más fosfatasas, por favor, la noche transcurre entre amigos, invitando los unos a visitar a los otros con excusas de seminarios y colaboraciones diversas.

23:45 - El evento se acerca a su fin: en las mesas no queda comida, aunque sí bebida. De repente, la música comienza a subir de volumen. Algunos de los comensales apartan las mesas e improvisan una zona de baile: el pinchadiscos se crece, y la selección de música ambiente se hace cada vez más bailable y más audible. Los fosfatasos se empiezan a desmelenar. Un hombre pelirrojo con expresión sonriente comienza a bailar de forma desmesuradamente llamativa, sus brazos ondean golpeando a los demás y con sus saltos demenciales se tropieza con un gigantesco investigador nórdico; por un momento están a punto de rodar por los suelos, mas a nadie le importa, la gente ríe y sigue bebiendo, están desinhibidos, desfosforilados y encantados de la vida. Y en cuestión de pocos minutos, todos ellos, sin excepción, están en el centro de la pista de baile, ríen a carcajadas y demuestran sus habilidades rítmicas (o la falta de ellas). Entonces me aparto cuidadosamente, y con mi quincuagésima copa de vino en la mano me dedico a observar desde cierta distancia: allí está el señor del monopoly, sonriente, girando sobre sí mismo como un satélite sin planeta al que orbitar; mi exdirector de tesis, meneando el esqueleto como un lagarto que sufriese corea de Huntington; mi jefe actual, persona responsable y ordenada, danzando al ritmo de una canción de Lady Gaga. Pero por encima de todos destaca una figura, una visión, algo que ninguno podíamos imaginar: allí está Len Need, el preguntón impasible, el que no parece tener sentimientos, el que disfruta humillando a sus colegas. Me doy cuenta entonces de que en todos estos días, no ha parado de aprender, de discutir, de refinar sus conocimientos: de que todo eso le ha hecho tremendamente feliz, de que no es capaz de imaginar un congreso en el que no pregunte, inquiera, rebusque en los cerebros de los demás. Pero de repente, cuando las luces se apagan y la música sube, cuando el vino aletarga los complejos y las neuras, cuando la compañía de gente alegre pasando un buen rato se impone sobre todo lo demás, lo que sale a la luz es ese niño tan listo, tan inteligente, tan fuera de lugar, al que los demás niños no soportaban. Aquél niño al que nadie miraba cuando esgrimía orgulloso sus notas, aquél niño cuyos padres siempre le exigían más aunque estuviese entre los primeros puestos. Ese niño al que en realidad le da igual ser el más listo, publicar los mejores trabajos, tener el laboratorio más avanzado o ser el primero en descubrir los secretos de la vida guardados por las fosfatasas. Sólo quiere tener amigos, pasarlo bien, dejarse llevar y que nadie le juzgue: y ahora, por fin, a miles de kilómetros de su hogar, lo consigue. Recorro la pista y no hago más que ver ejemplos similares, todos aquellos serios científicos que en el estrado parecían intocables, invencibles, incapaces de dejar de trabajar, de olvidar por un momento que son personas y que deben divertirse. Todos son ahora esos niños a los que después de quitarles el almuerzo no les daban la oportunidad de ser amigos, compañeros de juegos, bromistas en lugar de bromas. Ahora están todos juntos, y si no fuera porque son capaces de hacer lo que están haciendo (ser niños de nuevo) tampoco podrían volver a sus laboratorios, saciando sus ganas de diversión al retomar un trabajo en el que la imaginación, la ilusión, las ganas de encontrar cosas nuevas, de responder preguntas y de competir como si de una carrera de obstáculos se tratase, son claves para el éxito.

Me pregunto si alguna vez yo mismo necesitaré liberar al niño que llevo dentro en la cena de gala de un congreso. Entonces me acuerdo de que dedico gran parte de mi tiempo en mantener un blog donde escribo historias absurdas y dibujo señores sin cara, y pienso que probablemente ese niño está fuera demasiado tiempo. Así que al escuchar que suenan los  Beatles, me dejo llevar por la música, derramando impunemente los restos de mi copa sobre los bailantes más cercanos.

4:30 – Vuelvo al hotel. Cansado, mareado, todavía asombrado y un poco triste: mañana, volveré a separarme de mis antiguos colegas y colaboradores. Me queda el consuelo de que las nuevas tecnologías hacen más fácil mantener el contacto. Además, dentro de dos años, habrá otra reunión como ésta: motivación más que suficiente para que todos demos el callo, tengamos un buen trabajo que presentar y nos merezcamos otra cena de gala en la que desbarrar.

DÍA6

23:30
– Tras un larguísimo día de despedidas, aplastamiento de maletas, compras libres de impuestos y transbordos, llegamos por fin a Valencia.

23:50 – En la esquina de mi calle y a escasos diez metros del portal, me detengo para intentar limpiar afanosamente los excrementos de paloma que cubren mi cabeza, hombros, camiseta y pernera del pantalón.

Y por supuesto, también mi maleta de mano.

FIN

6 comentarios:

  1. De verdad, me encanta la forma de escribir que tienes. Nunca he asistido a un congreso pero de ser así aun se incrementan mas mis ganas por finalizar mi formación.

    Un relato inmejorable (SALUDOS)

    ResponderEliminar
  2. Tengo que decir que no todos los congresos, que yo sepa al menos, son como el que ha vivido este hombre. Alguno sí, si tienes suerte, vaya, pero no todos, que es que se lo ha pasado teta.

    Por otro lado, me reitero: la patria es la infancia.

    ResponderEliminar
  3. Ciertamente, eulez tiene toda la razón Alberto: ni de coña todos los congresos son así. Aunque es cierto que la mera experiencia de viajar, conocer gente que trabaja en el campo y escuchar algunas charlas de eruditos es en sí mismo interesante y enriquecedor, también tiene mucho de coñazo: las charlas se hacen interminables, SIEMPRE; suele haber demasiados eventos por día, y en general es muy cansado. A veces uno no tiene trabajo que presentar, o le meten caña; lo ocurrido en esta ocasión fueron una serie de felices coincidencias que lo convirtieron en una experiencia inolvidable. Especialmente, que se produjo un reencuentro entrañable con gente de la época tanto de tesis como de estancia, que presentaba un trabajo recién publicado, y que la organización fue estupenda, la comida excelente y la cena de gala divertidísima.

    No quisiera que nadie se pensase que esto de los congresos es lo más divertido del mundo, pero vamos que si uno se lo monta bien y tiene algo de suerte, el estar tanto tiempo hablando de trabajo y fuera de casa puede ser bastante llevadero.

    Algún día os contaré el primero de mis congresos, donde me tocó hacer de "chico de los micrófonos"; eso sí fue insufrible, lo único bueno fue que allí comencé a hacer piña con la gente con la que me he encontrado en esta ocasión.

    ResponderEliminar
  4. Este es en el que más parece que hayas dejado vagar tu fantasiosa mente, porque yo lo del jefe bailando si no veo pruebas materiales no puedo ni imaginarmelo.
    Por cierto unos excrementos de tamaño calibre parecen más de gaviota que de paloma, tendremos que empezar a darle otro uso a los paraguas.
    Muy buena la reflexión de los niños grandes ;)

    ResponderEliminar
  5. Amigo,
    Te tengo que decir que no me pude resistir a leerlo en el editor antes de que lo publicaras, ES QUE ME DESCOJONO!!
    Ya no diferencio realidad de ficción, en el relato tienes la calidad de los mas grandes. Bien sabes que no soy un entendido en las letras y la literatura, pero tío, piénsate en serio lo de sacar un libro de divulgación, una novela, un libro de historietas... o algo, Eres muy bueno con la pluma... seré tu mas ferviente fan.

    ResponderEliminar
  6. Estoy de acuerdo con Banchsinger. Te tienes que hacer mirar eso.

    ResponderEliminar

Como dijo Ortega y Gasset, "Ciencia es aquello sobre lo cual cabe siempre discusión"...

¡Comentad, por el bien de la ciencia!